Si los extrañara serían una amenaza constante

Las tierras peninsulares estaban amenazadas: en poco tiempo serían abatidas por una inclemente tormenta. Todos lo sabían pero nadie a ciencia cierta: el tamaño de los estragos.

Los más experimentados y aventajados se preparaban: garrafones de agua, combustible, comestibles en bolsas impermeables, pilas secas, comida enlatada, viandas y ropa protegida; papeles y documentos importantes en carpetas plásticas sumergibles; puertas y ventanas reforzadas con madera y en muchos casos cubiertas en protecciones metálicas anticiclónicas. 

El que medianamente pudo, tomo algunas de sus pertenencias, las subió a su vehículo hasta donde cupieron, cargo gasolina después de hacer largas colas durante varias horas y se internó a vuelta de rueda lo más tierra adentro posible. No era ninguna garantía de resistencia y tolerancia frente al vendaval cuando atraviesa por tierra, pero fue una reacción instintiva y, en todo caso, más segura.

Los demás, los excluidos, los que no cuentan más que para ciertas estadísticas, imploraban al santo de su preferencia y se encomendaban a su suerte. El alcohol era un buen sucedáneo para sumergirse en la inconsciencia. Extrañamente circulaba a borbotones por las colonias marginales e irregulares. Camionetas oficiales de la municipalidad y del estado lo distribuían gratuitamente y a discreción en las diferentes esquinas de las avenidas pero también en las callejuelas mas recónditas donde regularmente no se atreverían. Ni siquiera la mayoría de las mujeres lo reclamaban aunque algunas de ellas lanzaban piedras a los vehículos malignos demandando el reparto de agua y comida. Sus hombres e hijos mayores las callaban a bofetadas y repetían en las filas de recepción alcohólica. Los más pequeños asistían atónitos al tamaño del absurdo que no comprendían pero lloraban. Imposible, en esas condiciones, hacer apología de los miserables. 

Las estaciones de autobuses de pasajeros estaban atestadas de gente que, asustada, forcejeaba tratando de abordarlos. No importaba el destino. Lo importante era salir. Alejarse. Los transportistas cobraban, como mínimo, la cuota del pasaje cuatro veces más cara que la semana pasada. A veces con precios mucho más altos, desde luego, según la oferta codiciada de los desesperados. 

Los patrones habían huido primero y dejaron a su gente sin recibir la quincena a pesar de que sólo faltaban dos días para liquidarla. 

El caos ya no estaba en el horizonte. Había llegado: empezaba a ser horrorizaste. Los recuerdos dantescos de otras tragedias paralizaban. En una reacción por lo demás extraña, la mayoría de quienes habían experimentado las consecuencias del anterior huracán se negaron rotundamente a abandonar sus viviendas y a separarse de sus pertenencias. De ellos, quienes lograron hacerlo, mandaron a su mujer con los hijos al pueblo de procedencia. La santa virtud, por una vez, de ser originarios de otras tierras.
Llego el viento agresivo. Aúlla. Se apagó la luz. Cayo pesado el estruendo. Luego el silencio. Algo se arrastra. Sisea. 

Vienen por mis cosas, o sea, por mis miedos. Me quedo quieto. Respiro quedo. Estornudo en silencio. ¿Se puede estornudar en silencio? Boqueo. Se baja la cortina con hilos cristalinos de agua salada. El rugido apremia. No puedo volver la cabeza para mirar atrás. Lo poco que se quedo se lo lleva el caudal con violencia. En realidad no quiero voltear porque se de sobra que no voy a encontrar a nadie. Todo se esfuma. Se evapora. Se ahoga. En realidad se fueron. Tomaron lo que pudieron y se fueron: nadie se acuerda de nada, menos de lo que estorba. No me quiero ahogar. El ciclo de los ciclones es una gran oportunidad para agarrar oxigeno. Cuando llegue el ojo voy a abrir las ventanas, la puerta. Me voy a refrescar, que se lleven lo que quieran. Los maldigo desde ahora: el oro peso al tiempo de la escapada, los va a matar. Nunca llega hasta el final, no tiene destino posible porque caerá en manos de piratas sin futuro plausible. Esta escrito en la historia que se repite aunque no parece igual. Solo veo a una palmera impasible: no se mueven sus hojas. No se altera. Ignoro donde esta su fortaleza para poder imitarla. Hasta que desaparece completa. 

Tormenta de voces estridentes en tierras peninsulares. Nadie las escucha. Se han ido. Ya no están. 

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