La desconfianza no se mama, se impregna

No se puede confiar en nadie. Nunca se ha podido. Menos ahora en el grito de libertad. 
Cuéntamelo todo antes de que me desangre. Se me cae la baba.
No se puede confiar en nadie. 
Cuéntamelo hasta donde alcance el nivel de la memoria sin violentar la comprensión. No me inventes nada ni lo distorsiones. 
No hay compasión.

Cuenta...
...hasta donde lo soporte el nivel de flotación sin reventar la entendedera. Hasta allá. Hasta entonces. 

Se trata de lograr la odisea de navegar por debajo de los submarinos porque el objetivo es mantenerse a flote. Nadar de muertito ofrece las ventajas de toparse con el sol pero las narraciones de misterio aseguran que es la mejor manera de caer presa de un torbellino tierno. Que son los peores. Se resuelve la insuficiencia de oxígeno con respiración boca a boca. Con el corazón paralizándose cada treinta minutos. Con el diablo metido entre los cables del corto circuito en las neuronas. 

Estábamos en la zafra a pleno sol de mediodía cuando el delirio se apoderó de las cabezas palpitantes de los hermanos. Delirio acompañado de mucho dolor en la columna. Ardían la garganta y las plantas de los pies. Un ensarte de obscenidades fue la manera más elegante de matizar la diferencia de colores entre la pelusa brava frente a la mierda escupida por la boca de los capataces. 

¿Qué se creen estos infelices? 

Tenues cicatrices nos separan en el tamaño de los barrancones. Duermen, tragan y cagan igual de jodidos que uno. Cúmulo genuino de miserias insignificantes. Los insultos brotaron en cadena, uno a uno, y fueron la causa mayúscula de lo que vino después: las risas inmisericordes. 

Tronaron los látigos por el medio tiro de los cañaverales. Cayeron sobre las espaldas como bolas de granizo dando en el comal ardiendo de las cocineras quienes lo que menos querían era saber de costillas. Tiros al aire. Gritos de guerra. La burla se tornó en vinagre. Llanto por todas partes. Los colores se juntaron, cuerpo a cuerpo, hasta alcanzar el mismo tono frente al Dios quemante. 

¿Qué tienes tu que no haya tenido yo, perro desgraciado? ¿Furia traficante?¿Indisposición para el olvido? Una vara que te surta del cogote practicando para ahogarte. Sonaron las gargantas apuñaladas sin lamentarse demasiado. Brotaron en sangre. Tres sonaron. Fueron los disparos. 

Corrieron los inconmensurables. Brincaron los mastines desde los escaparates. Nadie quiere ser el cliente privilegiado de las ambulancias: chillan demasiado. 

Las fragancias de la cañería habrán de gravitar indefinidamente en torno al hoyo negro sin perder su esencia. Gravitación universal subsumida entre agüitas pardas de color candela.

Sin novedad que reportar. Ese fue el reporte: se fueron tranquilos a reposar en las hamacas. 
¿Los capataces, nada mas, o se fueron todos?
Todos y todas. 
¿Acaso había mujeres en esa ensalada?
Eran las principales. Levantaron y pulieron el ancla y afilaron los machetes.
¿Acaso no saben usarlos?
Solo con el filo se distorsionan. De canto no pegan. Los algunos difuntos que hubo por sus atrevimientos ellas mismas se encargaron de hacerlos descansar en unas moradas decentes. 
Se acabaron los ensayos para las posadas. ¡Ni uno mas! Aquí no se puede confiar en nadie. Me doy por desinteresado en lo que has dicho. Lo ignoro y no soy aludido ante tantas barbaridades sumergidas en un surtido de incongruencias bananeras.
¡Zuuumm! ¡Crasch! Imagínate el ruido de los cristales que vuelan buscando las yugulares.

Nos hemos quedado sin quien daba las órdenes. No se puede confiar en nadie.

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