Secretos de alcoba

"A pesar del inmenso desprecio que me producen todos los nauseabundos seres que pueblan los chiqueros, -ni para comerlos fritos los soporto-, he decidido sufragar el resto de mis días al lado de un puerco. Es lo mejor que me he encontrado en mi largo andar. De esto a lo de siempre, mejor esto. Se lo merece. Me lo merezco."

Trono una ovación enardecida. Los asistentes estremecieron el suelo del Templo Pagano de la Inmisericordia con altos brincos y fuertes patadas motivadas inconteniblemente por la euforia, esa hermana extremista de la alegría. Se desbordó el entusiasmo más allá de lo que los esposados hubiesen querido, -pretendieron sin éxito que su unión fuese privada, solo entre amigos cercanos y sin mucho ruido-, y sus ondas expansivas rápido alcanzaron a penetrar con su fétido aroma por la puerta y la única ventana de la Comisaría de la Sanidad Republicana que se encuentra justo en el extremo opuesto del pueblo.

Sonó la chicharra de emergencia y de inmediato dieron el grito de alerta: ¡los chanchos se han sublevado! En la Cruz Roja prepararon los maletines de auxilio y se treparon a la ambulancia. En el Heroico Cuerpo de Bomberos hicieron los propio con los enceres de protección para condiciones extremas y se aseguraron de contar con los más altos niveles de agua en la cisterna de la bombera. Las sirenas quieren aullar pero aun no las dejan.  ¡Vamos por partes! dijo el jerarca, enfático pero con voz pausada. En este rancho vaquero no se me subleva nadie y tampoco hay Cruz Roja ni Cuerpo de Bomberos. ¿Qué les pasa? 

¡Falsa alarma! paso gritando simultáneamente y a deshoras El Sereno, a toda velocidad, por la calle ancha y aplanada que atraviesa al pueblo de punta a punta. Se había levantado de su descanso dominical y andaba pedaleando duro que dale y gozo trepado en una bicicleta que nadie había visto antes. Reino entonces la confusión y el misterio: el Sereno es un señor serio; cuenta con la confianza y la credibilidad de todo el vecindario; da certeza y se desvela por la seguridad de todos. Además, es muy servicial y de todas las confianzas del párroco que le pide hacer muchas diligencias que nadie sabe bien a bien de que se tratan. Entonces, ¿es verdad lo que dice o esta aprovechando la oportunidad de llamar la atención para presumir que tiene bicicleta?

...también lo dice la máxima autoridad...
mmm... cuando la autoridad dice algo es cuando mas se rumoran cosas...

Quien vino a poner la información en claro, como siempre, fue el maestro de la pequeña escuela. El ateo y comunista ese que, aunque de todo reniega, es el que mas ayuda cuando el pueblo lo necesita. Paso también por la calle ancha, a paso pausado, detrás del escandaloso ciclista, explicando los sucesos: ¡No hay ninguna revuelta porcina! Se detuvo en cada casa para exponer su sabio y científico argumento: los vientos corren de sur a norte el día de hoy, en contra de lo que sucede normalmente en esta temporada y coincidió una racha fuerte con el momento preciso en el que todos los marranos, al unísono, se sacudieron fuertemente por la cintura.

Volvió a pasar el Sereno detrás del profesor, vuelto el loco desenfrenado que nadie reconocía sin dejar de gritar: ¡eso es puro pedo! 

¿Ustedes creen que alguien se reía? Pues no. A eso olía, como una nata voladora e invisible que taladraba los pulmones y llegaba hasta las costillas. "Flatulencias marranas colectivas" eran las palabras que el Profe se abstenía de pronunciar. Pero a esa hora ya todos lo sabían. O por lo menos eso creían...

Aunque ignoraban lo  que realmente sucedía.

Si en ese momento hubiesen sabido que en realidad se trataba del jolgorio en el templo impronunciable por el anuncio de una boda inusual y justiciera hubiesen tenido suficientes razones para escandalizarse y preocuparse verdaderamente. 

Pero no: en la Comisaría cada uno de los tres gendarmes descolgó la vieja arma de su cintura (es decir, el machete) y salieron apresurados con el supuesto fin de terminar el día de asueto, descansando en sus respectivas casas. Bueno... eso es lo que decían desde cada viernes al caer la noche; pero la escala inevitable del fin de semana llegaba hasta la cervecería llamada oficialmente La Enramada de la Suripanta Batiente,mejor conocida por el vulgo ahorrador de palabras como la Suricasa. 

El único burdel público de la comunidad. De ahí habían sido sacados a regañadientes por la tal emergencia que no fue: un lindo y tenebroso reposadero alucinante, lleno de empolvadas flores plásticas, series con intermitentes luces de colores y ambiente pastoso. A partir de la mitad de la noche de cada viernes -y hasta el final del domingo- el centro recreativo era un grotesco y pululante agasajo de putas y putañeros enredados en un duelo sin fin para ver quien le exprime mas ventajas al otro. 

Aquel medio día de domingo el olor era mas reconfortante adentro del lupanar que afuera, en la calle. Aunque poco a poco se empezó a filtrar sin que en un principio alguien lo notara.

Policías, parroquianos, burócratas desabridos, fufas y bandoleros mezclados; incluidos todos en la ronda del despacho constante de un gigante barril de cerveza que parecía no tener fondo ni dueño definitivo. Reían y gritaban con la baba caída, con la tranquilidad fija en el saber que a pesar de sus propias e inevitables bronquitas, -que muy de repente dejaban por ahí a algún forastero tasajeado a filo de machete- la seguridad y la paz reinaban en el condado. 

Fue entonces que el rumor empezó a circular entre borracheras y bromas: la vieja arpía  y el puerco grande se van a casar... 

Repentinamente los saberes milenarios y la imaginativa social estaba siendo alterados de manera drástica. Sublime y desconsiderado con los sentidos podría ser aquel acontecimiento, en caso de ser cierto, en comparación con las cotidianas noticias de los diarios y la televisión sobre lo que sucede en otras partes muy lejanas del mundo: secuestros, ejecutados, atentados públicos y asesinatos masivos.

¡Eso no puede ser!

Un inmenso y enamorado marrano se debate brioso y sudoroso al fragor de sus insanos deseos sobre el cuerpo de una mujer vieja que lo goza con las piernas abiertas y los brazos también. Flotaba entre algodones de azúcar, como una pluma que habría sido arrancada a la deriva a una ágil ave pasajera. El delirio femenino a punto del sofoco. Se ahoga... casi se desmaya.

Sury despertó enardecida con el espasmo violento y único de la taquicardia extendida hasta la punta de los pies. El brinco tenebroso la impulso como un muñeco de resortes hasta caer sentada en la orilla de la cama. Casi resbala. El corazón le daba su mayor demostración energética: como en la era olímpica de aquellos juegos deportivos a los que no había podido asistir a causa de una fractura pendeja. La mas pendeja de las fracturas... 

El oxigenado aire madrugador escaseo por sus pulmones a pesar del viento fresco que entraba por la ventana: se había quedado abierta toda la noche con riesgo de que se metieran los mosquitos, las arañas, las cachoras o cualquier otro tipo de alimaña ¿o la dejo cerrada? No importa. No quiere saber. Mientras no se vaya a colar volando en su vida el marrano ese... o su olor.

¡Uf! 

Afortunadamente había sido solo un sueño pesado. Sury se llamaba, ni modo, mas no pensaba cambiárselo ni ocultarlo. Sury seria... No suele recordar los sueños de cada noche pero éste había sido lo suficientemente intenso como para despertarse por su causa. ¿Solo un sueño?

El ambiente seguía denso y pesado como para no despertar del todo. ¿Solo un sueño? 

Extendió el brazo por detrás de si, surcando la mano por entre las sabanas, deseando estar equivocada pero el tope rígido confirmó sus peores sospechas: ahí estaba como una piedra. La noche anterior, en plena fiesta le dijo ¡si! pero seria mucho mejor decir que no. ¿Casarse? ¿Esto para todos los días?

Se retractaría. 

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