Una noche máxima cansada del incendio.

La noria, inoculándose a ciegas de las patologías más utilizadas por el mundo, se empeña en dar vueltas alrededor del mismo estribillo. Mañas a la obra. Cualquier cretino elegante le grita sus verdades al inútil que encabeza la ronda: nadie sabe bien a bien por donde empieza. 

Los bufones recomiendan guardar distancia al Señor Comendador: que se ponga venturosamente lejos del alcance de las mágicas lagunas. Comen de su mano sopa aguada. Son los consejeros reales nunca consultados por la reina: los mismos que cobran comisiones indescifrables en el departamento de bomberos. ¡Ah! Si, claro, son impotentes frente al incendio marginal de cada mañana. 

Perdone usted tanta palabrería dispersa: la causa fundamental que debo contaros me dispensa: por perseverar en reversa uno se desacostumbra de los calores sofocantes, a las practicas técnicas anuales y a los cajones empacados mediante coloridos plásticos permeables. Son bruscos los cambios inigualables de temperatura. 

La noria, pues, normalmente es para empalagarnos en primavera con el dulce de panocha. El punto y el morro. La modorra.  Sin sospecha ni duda. Sin contagiar al vecindario con la música llanera. Pero no, hoy no... no es tema... hoy el incendio reticular es como cualquiera.

¿Quién puede exigir algo mas a la mano de untar chocolate amargo a las galletas María? ¿Y el Concierto de Aranjuez habrá sido escrito, acaso, para que lo ejecute en bajo-tono invertido a contraluz la banda arrolladora? ¿Quién se atreve a tirar la primera piedra, directo a la cabeza, cuando lo que llueve es lava de cantera? Demasiadas preguntas para andar de borrachera.

La lluvia no apaga nada, ni siquiera una veladora de la misa acostumbrada. El aire sopla en dirección equivocada. La bicicleta se queda sin ruedas y el hambre, como siempre, manda. Ante cualquier indicio de repetir el mismo disco en la rocola de la escuela, las cucarachas empotradas en sus patines de madera se adelantan y lo rayan con vehemencia.

Las desavenencias son parte de la velada. Los participantes ponen su propia bala, la misma que los habrá de matar a la primera, en el festival de la ruleta rusa mientras el espantapájaros todo lo toma. Toma cerveza y no la paga.

Canciones de desasosiego cobran ganas de cantar las próximas generaciones. Un insulto sonante, con prodigiosa voz tensa, habrá de soñar por cada cuello de botella que no se astille. Soneto de rompe y rasga. Una botella celestial, solo una, para entonar mejor cada uno de los insultos ocultos debajo de las enaguas de su recompuesta madre. No hay indulto que se pague con la chequera ni con la honra ajena. Fama de cabra suelta. Una semilla degenerada en cada hijo te dio... 

La batalla es bella hasta que te revienta las sienes con las tenazas hechas a imagen y semejanza de los pies de la doncella. Los bomberos no llegan. La noria vuelta y vuelta...
Será por siempre una noche, cada noche, distinguida para enfilar los cañones por debajo de la puerta de la cochera. Con la boca abierta. 

Sin tregua, mis adoloridos valientes de la madrugada, acaben con ella.

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