La foca loca

Otra vez la tarola se hizo dueña del universo. Impuso su misión histórica desveladora. Marcaba el ritmo aunque los eruditos insistan en que eso debe hacerlo la pauta del bajo. No. Estoy seguro que era la tarola con todo y sus redobles desenfrenados. La voz pituda ya no marco la diferencia: fue olvidada.

Lo que regreso del olvido fue la playa que no recuerdo haber visto. Long Beach se llamaba, aunque de arena solo tuvo la que cayó en los ojos por el revoloteo de los juegos: juegos de feria a la americana. Comprensible la vestimenta abrigadora: era invierno. El punto exacto en el calendario para iniciar 1970. En la pista de hielo se deslizaban los que patinaban. En las gradas de madera plegable, los que no sabían. De repente, un bulto descolorido fue a dar de nalgas sobre el suelo frío. Con la velocidad que permite salir expulsado por un cuate colocado ahí mismo, la bola de manteca, que parecía de fuego, se trepó a las gradas con todo y patines: la emprendió a manotazos al aire con gritos dedicados al insulto incomprensible para el personaje que los recibía atónito, tratando de comprender lo inaudito. ¿Que le pasa a esta loca? La pendeja vino a desquitarse con el que se imagina que le soplo desde las tribunas para que se cayera. ¿O será que me reí en su jeta por el senton que se dio? No me acuerdo. Tal vez eso fue lo que le desató la furia. Neta que no recuerdo haberlo hecho. Si no sabes patinar para que te metes, bruja. ¿Que dice? ¡No le entiendo nada! Ay don espic inglich. No me vaya a pegar. Quítenmela de encima. Con una patada de patines puntiagudos me puede cortar las venas. Debió haber vomitado todo su repertorio florido en lengua incomprensible. Manoteaba como aplaudían las focas en los parques acuáticos de las caricaturas; mas tarde pude comprobar que también lo hacían en los parques acuáticos de adeveras... y en las pistas de patinaje. Solo alcanzaba a ver junto a mi nariz la cara rosada y mofletuda que inflaba los cachetes cada vez que expedía ruidos y saliva como la fuente de la vida. La vida que se me iba si no me hubiera rescatado, muerto de la risa, uno de mis anfitriones. Fue entonces que empece a intuir que la ignorancia podía tener una arista benefactora: jamás me di por aludido. Que la imaginación lo guarde en su sagrado seno. Ni preguntar quise.

45 años después.

Entonces la tarola tuvo su mejor efecto desvelador: 45, el despertar del jeroglífico. Entre sueño y tamborasos descubrí que el 45 es el numero cabalístico. Aunque, pensándolo bien, nunca me han importado las cabalísticas, me dan risa interna. La risa muda me ahorra las conjeturas. 45 es el numero, pues. ¡No hay duda! Proviene del mismo centro de mi numerologia: el 5 como numero eje. Si se cuenta del 0 hacia el 9, el 4 es el quinto numero. Si se cuenta del 9 hacia el 0, el 5 es el quinto numero. Cuatro y cinco; cuarenta y cinco. Si se suman 4 mas 5 se obtiene 9. Nueve es el de la suerte. 45, ¡la revelación!


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