Mi luciérnaga encendida

El valle de las luciérnagas permanece desanimado. Fue secuestrado el brillo consentido que iluminaba las fiestas de la oscuridad. Todas las tonalidades de grises retuercen sus coloridos por la nulidad de los amaneceres. Cada tramo del viento envilece, se cuece, atacando con brama las fallas de su vanidad. ¡Cuánta bulla por no poder verse! ¡Cuánta por querer olerse!

El valle de las luciérnagas es un lago seco de sinsabores botando por los acantilados los chorros que destellan las viejas creencias en su libertad. ¡Todos haciéndose a un lado! Que luzcan los robots anclados con sus relucientes motores. Que se prenda la mecha de la modernidad. Que bailen cabizbajos los insectos en fila india pues no volverán a saber sobre la maldad de una risa. ¡Moviéndose a prisa!

El valle de las luciérnagas es un baúl despoblado. Todos los recuerdos han pasado a formar parte de las milicias de los basureros sin reservas. Cada canción participa en el festival de los gritos ahogados. Cada panteón es la sucursal de los anillos dorados. Cada misión primaveral tiene sus vestidos rojos pegados a las cornisas de los palacetes que no pasan de ser malos como sus proyectos. La vanguardia de un nido es indescifrable: todos los hijos de la luna se han negado a parpadear para sus adentros.

El valle de las luciérnagas dejara de palpitar como un juego falsificado. Los árbitros tienen la regla en la mano equivocada: sus silbatos ladran para desmañanar. El valle negro como los sentidos es un peligro para los recuerdos: tomados de las faldas que no son las suyas. Habrán de salvarse los que no saben nadar.

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