Poder pagado, poder prestado.

Dice el adagio que 'el hábito hace al monje', como respetable figura, solo eso; lo demás deriva del rufián que se lo pone: que lo canonicen dependerá de los hábitos virtuosos con que lo porte. 

El cargo hace respetable al gobernante -y tal vez temible-, pero solo eso. Que trascienda en la memoria agradecida de su pueblo dependerá del uso que le de a la responsabilidad que le han prestado los ciudadanos.

El monje podrá portar los hábitos por el resto de su vida para tratar de canonizarse. El gobernante tendrá el cargo a su disposición (regularmente) por un tiempo mucho menor al que tendrá de vida posterior a que lo deje. Lo que haga en su momento, eso será: el orgullo o la deshonra. 

Hay gobernantes a los que se les olvida la temporalidad. Peor aún, los hay a quienes ni siquiera se les pasa por la cabeza: actúan con el poder (presupuesto y autoridad) como si fuera suyo y para siempre. Luego vienen las desilusiones y las preguntas que no pueden contestarse. 

Cuando el sensato florentino Nicolás Maquiavelo escribió El Príncipe su universo de poder lo dominaban las monarquias, que duraban hasta que al monarca se le acababa la vida (por la buena o por las malas). Luego, las imprentas lo convirtieron en un libelo-manual de gobierno mal entendido, por aquello de que solo se recuerda que es mejor ser temido que amado. ¿Será, necesariamente, lo mismo ahora?

El desconcierto del excluyente y autoritario gobernante moderno aparece desde que inicia el declive de la curva que agota su ciclo: se sueltan las amarras, se le desobedece, los aliados-subordinados empiezan a bajar una patita de la lancha; se prenden otras luces como reflectores de faros ajenos que enceguesen. Ve entre los destellos lo que se había negado a ver. Conoce entonces a sus 'traidores' que ya lo fueron, que ya lo serán: los lisonjeros y cortesanos mas convincentes son los primeros en parase sobre la cabeza del rey moribundo mientras hacen caravanas al presunto ocupante siguiente del trono. Las virtudes pasan a ser los defectos y el virtuoso un enano defectuoso. El enemigo, ficticio o real, toma forma de pesadilla en el cielo sereno. 

Es tan viejo y simple como ir dando los abonos del costo por gobernar bajo el principio primitivo y elemental de: 'el que paga pega y manda'. 

Desconcierto que puede provocar pánico y locura en el gobernante negado a dejar de serlo, empujándolo a multiplicar desaciertos. Lo empiezo a ver.

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