El sol cae y el camaleón sigue ahí

Ese híbrido esponjoso e indeterminado que es el PRI ha encontrado la manera de adaptarse a las nuevas circunstancias, mutar y reproducirse como el instrumento más útil para mantener el poder en manos de la elite mexicana surgida de la contrarrevolución neoliberal salinista. Una elite cuya actual generación acoge sin menosprecio a las reminiscencias evolucionadas de las viejas aristocracia porfiristas y burguesía post revolucionaria. 

VUELTA A LA DERECHA

Su larga historia estatista, nacionalista y populista la fue tirando cual lastre por la borda y una nueva generación de tecnocratas en el poder -surgida de sus filas- adapto la condición mexicana a la ola neoliberal que azoto al mundo desde mediados de los años ochentas.

Cualquiera hubiera pensado que en México ese 'giro a la derecha' seria función y patrimonio político del original y tradicional partido de derechas: el PAN. Sin embargo, el PRI le arrebató la causa por anticipado y para cuando aquel llego a la Presidencia en el 2000, producto del desgaste, el deterioro, la descomposición interna y el desprestigio social del régimen priista, el camino estaba andado. 

Desde esa nueva tendencia económica y a pesar de las derrotas electorales, el PRI se fue readaptando: los 12 años de gobiernos presidenciales panistas, para funcionar, requirieron y utilizaron sus servicios que siempre estuvieron ahí, serviciales, para ser útil en la aplicación y continuidad de la tendencia económica que el mismo había inaugurado. En el camino, construyo y reconstruyo de manera más eficaz los acuerdos y las alianzas con parte importante de las élites económicas tradicionales que se ajustaron a las nuevas circunstancias, con la burguesía modernizadora emergente y con los poderes fácticos. 

El resultado ha sido su vuelta al poder después de un giro histórico, estratégico, multifactorial, pero en un mismo sentido: del Estado al mercado; del presidencialismo a las capitanes del capital; del voto corporativo al voto comercializado; del partido único en el poder a la competencia pluripartidista con alternancia.

Si entonces en el PRI el vértice de los equilibrios era el jefe máximo del Estado, el Presidente de la República  quien, incluso, elegía a su sucesor, ahora el eje rector, -asumido y reconocido por el partido-, esta en manos de los jefes del mercado: los dueños del capital. Determinan candidatos, directrices de gobierno y líderes de partido. Incorporan a sus agentes directos. Por eso se dice, se ve y se siente que el actual Presidente es su hechura absoluta. 

La vieja clase política priista readaptada, la que se mantiene activa en sus filas, pone al servicio su experiencia y los controles que conserva -cada vez menos útiles- en una relación subordinada. Para subsistir trata de reproducirse en sus herederos, ajustados a las nuevas reglas. Dinastía juega.

Del Estado benefactor obtenía el PRI su legitimación social mediante el corporativismo: los 'sectores del partido' -obrero, campesino y popular- le aportaban electorado seguro, mayoritario y cautivo. Era un apoyo forzado, obligado, chantajeado y, en su momento, recompensado con empleo, prebendas, programas sociales y beneficios directos con los recursos públicos. Política de Estado, partido de Estado.

Esas estructuras organizativas, aunque sobreviven, están casi desmantelada 'por las fuerzas del mercado' y ni de lejos agrupan a la mayoría de los electores que hoy cuentan con distintas opciones para decidir. El voto se metió a la leyes del mercado; de la oferta y demanda. De ahí lo sacan el PRI y sus aliados mediante una distorsión intencional y controlada de la libre competencia: es influido por la mercadotecnia masiva e invasora de los medios de comunicación monopolizados por los señores del capital y complementariamente comprado con recursos públicos y privados según se necesite y se pueda. 

Del paso entre partido único en el poder hacia el juego pluripartidista el PRI ha visto triunfos y derrotas que se han ido ajustando: acuerdos, desarreglos, alianzas antes inimaginables, sustitución de personajes y purgas internas hacen parte de un proceso de cambio que hoy toma cuerpo bicéfalo en el binomio electoral formado con el Partido Verde. Una mancuerna que le da un barniz a la pluralidad llevada de la mano por los capitanes del dinero. Se alimenta de inagotables recursos (públicos y privados, legales y no tanto), de la publicidad mediática incontrolada, de los resquicios de una legislación permisiva que omite la rendición de cuentas y los controles sociales -o de plano su violacion impune y consentida-, y de una baja participación ciudadana (a veces intencionalmente inhibida) en los procesos electorales.

El PRI y el Verde, ahora aliados permanentes, casi orgánicos. Pudo haber sido una triada con la otra pata del trípode asentada en Nueva Alianza: conservar el respaldo mayoritario del sindicato de maestros, el más grande de América Latina, no era despreciable. Podía, a la vez, atraer los resabios de otras fuerzas corporativas, sindicales o populares. Sin embargo, su lideresa calculo mal el tamaño de la crisis electoral del PRI y su capacidad de regenerarse. Quiso ir más allá: no ser la pieza impar sino la sustituta. Jugo varias bandas -a veces simultáneas-, presionó, chantajeo, se vendió caro. Se paso de lista frente al Estado y en ese viejo juego de poder a la mexicana el que pone quita: termino en la carcel. Hoy Nueva Alianza se suma, entre tumbos y recelos, a la formula PRI-Verde pero en condición parcial, intermitente y subordinada. Perdió la oportunidad del privilegio. Sobrevivirá mientras lo necesiten.

Esta de vuelta lo que no se ha ido: solo se agazapaba en su metamorfosis. La interpretación metafórica del famoso cuento breve de Augusto Monterroso: "Cuando desperto, el dinosaurio todavía estaba allí", sirvió para hacer patente que el gigante político derrotado, a pesar de los pesares, no había muerto; pero no ayuda para decifrar su naturaleza y las razones de su permanencia. Por el contrario, el término 'dinosaurio' obstruye esa comprensión: lo hace ver como una entelequia momificada; como un ser inmutable que regresa, fuera de tiempo y lugar, desde las catacumbas de la prehistoria. Lo que estamos viendo es algo muy distinto. Si de símil fauna se trata aplica mejor 'camaleon'. La capacidad adaptativa del PRI está resultando épica: necesario es reconocerlo para entenderlo.

ALTO A LA IZQUIERDA

Si para la derecha este cambio histórico fue el robo de la causa, para la izquierda parecía que se le liberaba. El PRI post revolucionario era nacionalista, benefactor y represivo. Populista-autoritario. En el discurso pintaba una retórica progresista mientras su sello era el uso y abuso corrupto del poder. La izquierda, para diferenciarse, adquirió el tono radical, socialista o comunista, ligado a las luchas sociales pero sin posibilidades de presencia electoral. En cierto sentido no le interesaba: la revolución por venir no pasaría por las urnas. De cualquier manera, esa puerta estaba cerrada. Aún así, influyó con su idea justiciera a ciertos sectores populares que la mantuvieron viva y, sobre todo, estuvo presente en sus luchas pecho a tierra cuando el régimen, dando muestras de agotamiento político,  giro en lo económico a la derecha. La izquierda se entendía en ese entonces a si misma como la encarnación política de la lucha social y de la justicia igualitaria. Sus diferentes expresiones se disputaban el privilegio de influir a esos grupos de la sociedad: sindicatos independientes o "charros, organizaciones y grupos campesinos, conglomerados populares en las colonias urbanas. 

Por diversas vías la sociedad empujo demandando libertades políticas, derechos civiles, pluralidad democratica y mejores condiciones de vida. El parteaguas histórico fue 1968. La grieta se termino de abrir 20 años después con las elecciones de 1988, cuando el PRI-gobierno imponía 'a chaleco' las medidas neoliberales y sus vertientes nacionalistas se desmarcaron para agrupar una opción demócrata de izquierda. Su manifestación más consolidada dio origen al PRD: se levantó el sol azteca. A partir de entonces, políticamente, México ya no seria igual. Fue la palanca que por lo menos en un par de ocasiones logró llevar el envíon social mayoritario a las urnas para arrebatar el poder central a las élites neoliberales, pero no tuvo la capacidad-posibilidad de hacerlo valer frente al fraude de Estado. 

El PRI estuvo ahí para hacer posible este ultimo, desde luego. Estuvo en las decisiones de la apertura legal obligada y encabezó posteriormente la resistencia ilegal para evitar que la apertura lo desplazara. Contó con aliados: a cambio le ofreció al PAN el bipartidismo eterno. Si compartían proyecto económico, el esquema a la americana era tentador para ambos. Tal vez fue una propuesta sincera, pero... 

Los planes fueron frustrados por una izquierda electoralmente fortalecida. Fraguó en el PRD que, junto a sus aliados, se metieron en medio.

Lejos de pretender aquí una evaluación política y electoral de esos 27 años de trajín. Solo hago constar que en 5 competencias presidenciales esa izquierda solo ha tenido dos candidatos al cargo, Cuauhtemoc Cardenas y Andres López Obrador, ambos provenientes del viejo nacionalismo priista de corte paternalista-autoritario. El primero mas paternalista que autoritario; el segundo al revés. 

En 2018 se estarán cumpliendo 50 años de la gesta juvenil que le pateo las puertas al régimen y 30 del inicio de una brega política que ha tenido mucho de heroica, abundantes muertos, inagotables expectativas, sueños, éxitos y frustraciones. Sobre todo las frustraciones presidenciales. Uno de esos dos candidatos seguirá en el intento de tomar el cielo por asalto en una circunstancia muy modificada: la izquierda electoralmente competitiva se debilita, se desgrana y se fracciona. 

La intensidad de la participación electoral de la izquierda fue directamente proporcional a su distanciamiento de las luchas sociales y de las nuevas demandas ciudadanas. Tal vez el punto de quiebre se dio con la actitud asumida ante la aparición del EZLN representando la lucha del sector social más marginado y vulnerable: el indígena. 

El PRD involuciono cediendo, paso a paso, a las tentaciones de su más arraigada burocracia  propensa a beneficiarse vinculándose de manera subordinada con el poder. La puntilla ha sido la firma y la aplicación del excluyente Pacto por México, dando legitimidad al regreso del gobierno priista después de otra elección desaseada. La justificación fue no quedarse al margen de las grandes decisiones nacionales, como si en condiciones de desventaja y distanciados de la gente pudieran influirlas de manera determinante y detener las más nefastas y regresivas. La convalidación de las contrareformas legislativas neoliberales "que hacían falta" ha sido el acabose. 

En consecuencia, el PRD se ha disminuido orgánica, política y electoralmente de manera drástica y va quedando atrapado detrás de una herencia sombría: el PRI nunca estuvo totalmente solo; siempre contó con partidos satélites de barniz 'progresista' que a los ojos de la ley y del mundo legitimaban su poder absoluto. ¿Quién los recuerda o acaso sabe que existieron?: Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) y Partido Popular Socialista (PPS) primero. Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN, mejor conocido como 'el ferrocarril') y Partido Socialista de los Trabajadores (PST) después. PRD ahora. Un hilo conductor que podria denominarse lombardismo-talamantiano-chuchero. 

Lo que sigue para las izquierdas es una incógnita abrumada por nubarrones. Un importante sector de la sociedad es proclive a esa tendencia política e ideológica, sobre todo cuando es víctima de tantos agravios tolerados por el manto protector de un poderoso pacto de impunidad. Habrá de debatirse entre la repetición de un intento de golpe de mano caudillista y la incorporación consciente, decidida y voluntaria de la ciudadanía. Por la ruta de las elecciones o por otras. Esa historia esta por vivirse.  

Mientras tanto, el sol cae y el camaleon sigue allí. 


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