Discreta

Soñé contigo por vez primera. Fue entonces que supe con verdad lo que me provocas. Me gustas, es cierto, mis ojos no lo niegan. Pero tampoco lo hace el oído: me gusta verte y escucharte. A veces te oigo con placer sin saber de tu imagen. A veces te veo en pleno contorno de la sonrisa, muda y deslumbrante. Cuando ambas cosas se juntan tiras la muralla.
Me gusta lo que haces, lo que proyectas; lo que quieres que se vea. Dejas ver la ilustración que en la mente vas trazando de ti misma. 
Me gusta que te atrevas: te sabes inteligente y lo avientas directa; te sabes bella y coqueteas con el mundo para que quiera con ella. 
Me gustas sencilla. Demasiado básica a veces. Con lo mínimo que se necesita, con lo fundamental, para querer ser y estar. 
Me gustas sin miedo a creer en lo que crees y a exigir respeto por lo que no crees. Me gustas dejando de creer en cosas que creías y abriéndote a lo que no sabias. 
Me gustas, mujer. Me llenas el alma. Me alteras y me tranquilizas. Me da sonrisa traicionera vencerme ante tu sonrisa.
Así te quiero en mi vida. Asi como estas: como mi amor etéreo confortable. Me ilusiono de ti, así, lejos de mi alcance, montada en el cuerno bajito de la luna. Aullando me voy a la cama hasta que se embilece la carne. Así, recreando el antojo con el atisbo de los nuevos soles.
Quiero lo que me das porque no quiero lo que escondes: lo que está detrás, lo que te duele, el filo con que lastimas. No es egoísmo ni falta de valor para saber disfrutar la belleza del llanto. Debes ser un vendaval para recrear al universo pero prefiero no imaginarlo. No hay espanto. 
Es solo que es así, mujer; te quiero así: con la ilusión gozosa de tu amor imposible. 

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