Dame cinco

Para cuando cayó el primer gol yo empezaba a sospechar que las cosas entre tú y yo cambiarían drásticamente. El festejo puedo borrarlo de la memoria; la sensación de tu distancia no. Dame esos cinco dijiste al mismo tiempo que la porra estallaba en estruendo monumental. El estadio desbordaba como nunca. Nuestro equipo brillaba como parte de un ensueño colosal y los amigos que nos acompañaban desparramaban cerveza. Nosotros también.

Los Dagarrotes de Rubiodaba se enfilaban seguros hacia la conquista del campeonato por primera vez en su historia. Larga historia de penurias que en los bares era mencionada, entre carcajadas, como la mala racha más larga de la historia. Cuando ya batían al equipo contrario con un contundente 5-0, antes de que terminara el primer tiempo, yo me había hecho a la idea. Más aún, entraba en trance de resignación: te irías de mi vida.
Esa asociación de acontecimientos fue la causa de que, desde entonces y hasta ahora, me dedique meticulosamente a tejer redes de naylon, cáñamo y seda. 
Aquí me tienen, con los dedos de ambas manos maduradas por los callos. Mis redes son reconocidas a nivel internacional: así como me las piden para las porterías de los torneos intencionales de futbol (incluidos los últimos tres campeonatos mundiales) llegan pedidos para las canastas de basquetbol escolar.

Pero las más queridas por mí son las dedicadas a la pesca. Su utilizan en los mares lejanos de los que ni siquiera has oído sus nombres. A mis amigos pescadores de la Riviera se las regalo. Son mi garantía de comer bien. Mis piezas preferidas son el robalo y el huachinango.

La evidencia me lleva a la desilusión: ninguna de mis redes ha servido para atrapar algo verdaderamente bueno: alguien como tú. De ti ya no tengo la más mínima espectativa; desconozco en que mares bravíos te sumerjes. Nada igual. Nada cercano que en algo se parezca.

Es comprensible mi alejamiento personal de las canchas de soccer; como espectador y como jugador casual. Nada de nada. Nada que ver. Ni siquiera para ver en la televisión. Aquella goliza de los Dagarrotes me partió el alma. Ese año ganaron el torneo, desde luego, y a partir de entonces se inició la historia conocida de éxito que los mantiene en el ánimo nacional como la escuadra más querida. Los aborrezco. Me hicieron ver en tu mirada la amenaza de la fuga que poco tiempo después fue.

Te fuiste de la peor manera; queriendo hacerme creer que volverías cuando ambos sabíamos que aquella despedida era el final. Solo me falta por confirmar los rumores que llegan muy de vez en cuando como oleajes tiernos: afirman que te escapaste con un futbolista. Más bien, que se escapó contigo porque era casado. Dícese que jalan más un par de tetas cuando están macizas que cuando amamantan. Te lo robaste. Se lo robaste a una mujer que encontró alivio a su pena con el suicidio. Certero corte de venas en fin de semana con el cúter de las tareas. Se habla acaloradamente de un par de huérfanos que viven desconsolados con la abuela materna. Eso dicen porque seguramente están encerrados: nadie los ha visto.

Aunque no tengo la certeza, no veo por qué habría sido de otra manera: siempre te gusto lanzar la moneda con los ojos cerrados para que no cayera. Eso creías: que no caía. Nunca quisiste ver cómo quedaba incrustada en la tierra, de canto, paradita, sin dar al sol ni a los ojos alguna de sus caras. Así de imprecisa eras, pero yo no supe comprenderlo a tiempo. Tendrían que pasar los años cargados de aquella borrosa ilusión hasta que llegó el juego fatal en el que empezaron a brillar las nuevas estrellas. Quisiste succionar el firmamento de una bocanada y yo me di cuenta.

Me di cuenta cuando me fulminó aquella mirada, al unísono de la porra y de los vasos de cartón festejando al brote de la cerveza. Dame esos cinco decías... 

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