El mundo es un campo de batalla

Haces como que no te das cuenta cada mañana: lo que sucede en el mundo circula por otra órbita, concéntrica pero lejana. Apesta a carne quemada pero el aroma no te llega. Hasta que se te acerca el olor a pólvora . O te asfixia. Entonces montas en cólera colectiva. En drama. Denuncias. Te solidarizas. Eres de este lado del mundo y la propaganda de Occidente te impacta. Sus muertos son los tuyos. Los enemigos no se alcanzan a ver, son difusos a la distancia, pero también son los tuyos por extensión manifiesta sin que tengas que ver con su ira. Te agazapas. Tomas trinchera. Te tiras la bandera a la cara aunque no sea la tuya: una distinta a la que ondea con el himno nacional de cada lunes en la escuela. Algunos llaman cinismo y simulación a todo esto. Hipocrecia. Para mí es puro instinto de sobrevivencia. Es miedo de saberte vivo. De que aún no te toca. De que no quieres que llegue. Es la certeza básica y elemental de que cualquier cosa es posible. 

¿Cómo vivir en paz parados sobre la esfera que gira en el sentido contrario a la trayectoria de las balas? No se puede. Los momentos de calma relativa son sucedáneos remanso de espera para la siguiente refriega. Aunque si se observa bien, son solo apariencias: los disparos nunca duermen. Están en cualquier lado, a toda hora; es cosa de querer ver o de no querer, de hacerse los desentendidos... hasta que zumban en tu puerta, tu ventana, tu barrio, tu ciudad, tu calma. 

La llamada civilización se va montando sobre sus propias cenizas. La permanencia en el pasado la iguala. Un cuento de nunca acabar: siempre hay justificación para la violencia. Diente por diente... ¿Quien lanzó la primera piedra? Sacar la bandera blanca solo le da certeza al francotirador para que atine en la cabeza. 

El mundo es un campo de batalla. Es la mejor manera de definirlo. El destello resplandeciente de las armas es el aceitado motor de su historia. Las mismas marcas y manufacturas se encuentran en un bando y en otro. Donde sea: Medio Oriente o Europa; Norte o Centroamérica; África o Asia. Narcos, maras, polis o mercenarios. Abundan, circulan, truenan y relampaguean. ¡A las armas ciudadanos! La causa es lo de menos. ¡Milicianos al grito de guerra!

Armas, explosivos, pertrechos y complementos. Carros de asalto y aviones. Todo tipo de invento destructivo cuenta, suma, se vende. El poder efímero detrás de un disparo, de una mirilla, de un casquillo que vuela. El honor de la adrenalina sabrosa porque la vida no vale nada. La muerte no cuesta. Cada quien piensa que tiene la razón como justificación. Cada uno la tiene. Es la orden suprema que jala el gatillo y prende la mecha. ¡Quiero a mi religión, a mi patria, a mi líder y a mi botella!

Los fabricantes, distribuidores y traficantes son los grandes ganadores de la batalla. Generales, Mayores, Comandantes o como se llamen. Potentados y jeques. Silenciosos, sonrientes, jacarandosos, jalan el gatillo en la sien del planeta. ¡Pum! Soplan el humo, duermen tranquilos y se van de fiesta.

Siéntate a tomar un cafecito en los bohemios bares de la Ciudad Luz y puedes ser uno de los perdedores a cuenta de tu ingenuidad e inocencia. Ese es el riesgo de hoy, el drama de moda, porque inocentes caídos se cuentan por donde sea y a cada hora como racimos colgados del árbol de la indiferencia. Del olvido. ¿Sabes dónde está Siria, su historia y la causa de la reyerta? De París me doy una idea. Mañana será otra moda. Otra refriega. Otro drama. Otra masacre. Otro exterminio. Otro asalto. Otra disputa por la plaza. Otra cruzada. Otra conquista. Otra dicotomía entre la bala y la daga. 

Occidente se alerta. El Pope dice que ya de plano andamos entrados en las batallas de la tercera guerra. ¡Pero si la guerra ya estaba! No para. Para nada. Guerra fraccionada. Aparentemente suicida. El hombre es el ogro del hombre. Su asesino. Guerra no declarada pero si peleada. No formalizada pero persistente. Guerra sí, también declarada. Como sea. Las armas necesitan salida y uso. No se van a quedar en las vitrinas y en los aparadores de los puntos de venta. La necesidad acarrea. La ganancia. El negocio. La acumulación irracional de la riqueza. El hambre paga. La creencia pega. Si no crees en lo que yo creo creo entonces te saco la lengua: te la corto. La garganta. 

Tú me atacas y yo te agredo. Y si no, yo me ataco para decir que tú me agrediste. Yo te armo para que desgajes a un enemigo común y luego no sé qué hacer contigo cuando tu creencia medieval se tropieza a bombazos contra mis valores modernos. Te pago para que me pegues pero en cuanto me duela te aplasto. No, al revés: tú eres el pagano, el pecaminoso, el infiel. ¿Quién es más idiota; el que empuña el arma y lanza el grito de pelea en nombre del supremo hasta que el proyectil lo atraviesa o el que se queja, lo abomina, y lanza el grito de paz en la calle hasta que el proyectil lo atraviesa? Silencioso no te quedas. No puedes. No hay causa neutral. Igual te topas con el supervisor de tu intranquilidad en la misma acera y de frente. ¿Lo recibes con una sonrisa?

La fábrica de armas produce y produce. La marca que más te guste. Armas para todos. El acero hierve. La energía se desenvuelve y la industria florece. La economía de la destrucción reconstruye. Nivela la alarmante sobrepoblación de pobres sobrantes. Que se mueran los feos, los que están de más y los que no sirven. Que se mueran todos. Que se maten. Paz es palabra que incomoda.

¿Qué calibre prefieres bajo la almohada sin que la mano la suelte? La tranquilidad del mundo, de tu familia y de tu mascota está garantizada cuando tienes con qué defenderte. Es un decir. Duerme.

Campo de batalla es. Día tras día. Sueño tras sueño. No deja margen: escoge fila, grada, distancia y oponente. Suerte.

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