Noche de trova y rechifla


No se engañe señor, no se engañe; usted así lo ha querido: sus jilgueros, por decreto, no pueden ver y si acaso el ojo lo escruta la boca lo omite; solo cantan el acorde que les permite. Los cortesanos callan; disimulan cuando no adulan. Para todos decir verdad porta destierro o guillotina... por ahora. Los más avispados se alistan para brincar fuera barco: en silencio conspiran para tomar distancia y poner polvareda de por medio. Los traidores traicionan: espérelo de quien menos se lo espera.

Que alguien se lo diga, señor. Tal vez sea quien en ausencia lo representa o quizá, mejor fuera, quien con sensibilidad debe ser sus ojos y oídos para compartir en la intimidad de la alcoba. Escúchelos. 

Deje que se lo digan. El termómetro público aumenta de nivel: cual reloj marca en segundos granulientos la silenciosa cuenta regresiva. El azogue sube mientras la arena baja. Se desvanece cuando más altos son los sueños de grandeza. 

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La rechifla fue 'de padre y señor mío', como dijera mi abuela. Del temor a la confianza, fue subiendo de intensidad hasta convertirse en concierto a muchas bocas. "¿Y éste? ¿Es pendejo o lo hizo adrede?" pregunta al vuelo de asombro mi acompañante. La duda tiene sentido: al calor de su propia euforia, el alcalde de Puerto Morelos tiene la ocurrencia de pedir un aplauso para el gobernador. Le salió el tiro por la culata.

Estamos en la inauguración de la fase trovadora del Festival Internacional de Cultura del Caribe. La noche de sábado es generosa, no llueve, refresca. La plaza principal, al borde de la playa del recién nombrado onceavo municipio, se encuentra repleta.
El abucheo truena modulado hasta hacerse espeso, como salido de la nada, pero es obvio que surge de allá, de lo profundo de un público que mucho de algo quiere decir y ahora se atreve. Las autoridades se congelan. El rostro de la primera dama parece piedra. El orador palidece, se turba, voltea hacia los lados sin encontrar quien lo salve; el piso del estrado a sus pies no se abre; balbucea algo olvidable  y apresurado turna el micrófono a quien le sigue. El evento se inaugura oficialmente y a lo que te truje...

"Pinche Peña Nieto te digo ¡NO!". Alejandro Filio le pone intensidad colorida a la noche bohemia. Presenta una canción sobre el derecho a negarse y a la mitad suelta la bravata. El público se desata en euforia, se levanta, ovaciona, grita y aprueba. Ahora es cuando.... Más adelante le contestaría por cuatro veces "vivos los queremos" al mismo número de recordatorios de que a los 43 vivos se los llevaron. Hay fiesta. Brindis. Media noche y la música no para. La demostración está hecha.

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Son éstas algunas de las nuevas señales desde la calle. Las que estaban inactivas por lo que sea. Una marcha acá y la otra. Una protesta. Un respondón que se rebela. Una rechifla espontánea. Alguien que a la autoridad le contesta. Los jilgueros no dicen nada. Abro sus periódicos y sus páginas digitales: la vida que muestran es otra. No pueden. Pero no porque lo oculten se vaya a creer usted mismo que las cosas no suceden. Pasan y poco a poco se acumulan. Queda en manos de los juglares independientes, como siempre, traer las nuevas. Escúchelas señor, no las menosprecie. El río suena.

He visto a depositarios temporales del poder negarse a comprender las señales de los vientos cambiantes; la evidencia indiscutible de la hora postrera. No quieren ver ni escuchar cuando empieza a centellar y a rugir la calle. Luego les he visto caer por necedad, exceso de confianza o soberbia cuando es demasiado tarde. El sábado por la noche escuche por delante y detrás del escenario el rumor trovador que viene.

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