Segunda vuelta: traje a la medida de las necesidades

La República Argentina acaba de realizar por primera vez en su historia una elección presidencial haciendo uso del balotaje, esto es, de la segunda vuelta. La medida está incluida en su normativa desde 1973 y, en su versión actual, desde 1994 después del Pacto de los Olivos. Hasta este 2015 fue necesario aplicarla y ganó la alianza opositora al gobierno peronista encabezado por Cristina Kirchner cuando se esperaba que a éste lo favoreciera la continuidad.

Cuando la segunda vuelta se estableció por primera vez en 1973 se dijo que era un traje a la medida impuesta por todos los que se oponían a Juan Domingo Perón para evitar regresara al poder. Perón fue a las urnas al final de ese año y ganó contundente en la primera vuelta con casi el 62% de los votos: el traje les quedo chiquito.

En la peculiar versión argentina el balotaje no se requiere cuando el ganador de la primera vuelta obtiene más del 45% de los sufragios o en, su caso, el 40% con una diferencia de, por lo menos, 10% sobre el segundo lugar.

En 2003 Carlos Menem aventajó con 24.45% a Néstor Kirchner que obtuvo el 22.24%. El primero comprendió que se le vendría el voto de castigo en la segunda vuelta y desistió de participar. Kirchner fue Presidente por default habiendo obtenido menos votos. La ironía histórica es que ha sido el propio peronismo la primera víctima del balotaje en las presidenciales 42 años después de su implantación (21 de la versión actual), en una especie de castigo electoral para quien gobierna.

Independientemente de lo que venga ahora para el pueblo argentino con un nuevo gobierno catalogado de centro-derecha el proceso, reconocido y aceptado por todos los participantes, da legitimidad política y estabilidad a una larga temporada de contiendas democráticas que ya cumple 32 años, después de los turbulentos tiempos de golpes militares y dictaduras.

El tema viene a cuento porque la segunda vuelta está siendo propuesta para incluirse en una próxima reforma (¡otra!) a la legislación electoral mexicana. El PRI la coloca en la mesa y eso de inmediato la pone bajo sospecha: raudo ha declarado Andres Manuel López Obrador que es un traje a su muy personal medida, manufacturado por 'la mafia del poder', para evitar que arribe a la presidencia en 2018.

Seguramente. ¿Por qué dudarlo? En nuestros países se confeccionan, una y otra vez, adecuaciones electorales a modo de los intereses de quienes tienen el gobierno y la mayoría parlamentaria, aunque en el discurso de cada ocasión se asegure que 'ahora sí es la definitiva'. Pero, esta visto en la experiencia internacional, nada asegura que vaya a resultarles: los electores pueden decidir otra cosa muy diferente.

En sí misma, la segunda vuelta es un instrumento útil que da legitimidad al propio sistema electoral y, en particular, a quien resulta vencedor: genera expectativas sociales, motiva acuerdos, estimula la asistencia a las urnas, gana quien obtiene una mayoría absoluta y puede inducir para transitar de las alianzas electorales a las coaliciones de gobierno. No tiene sentido oponerse a su existencia. Por el contrario, debe formar parte del paquete de reformas de fondo pendientes, que promuevan una mayor participación ciudadana en la política, como son la rendición de cuentas, las candidaturas comunes, la consulta ciudadana, el plebiscito y el referéndum por mencionar las más demandadas. 

Estabilidad y credibilidad institucional hacen falta. Es muy sabido que en nuestro país los partidos, las instituciones electorales y en general todo el sistema político andan, en el animo ciudadano, por la calle de la amargura.

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