Alternancia sin alternativa es más de lo mismo

No importa de qué color se pinten o con que siglas participen; si el gobierno pasa en alternancia de las manos de un partido a las de otro pero los políticos se comportan tan tradicionales, haciendo las cosas igual que sus antecesores, entonces el resultado será, obvio, el mismo. Habrá cambio de caras, de nombres y de partidos pero no de circunstancia. 

Eso es lo que, en general, nos ha sucedido en México tanto a nivel de la Presidencia de la República como de gubernaturas y municipales. A los ojos de los ciudadanos los cambios de partidos en los gobiernos han significado simplemente más de lo mismo. Que no ha sido, por cierto, más de lo mejor: autoritarismo, opacidad en el manejo de los recursos públicos, falta de rendición de cuentas, violencia, arbitrariedad, corrupcion, discrecionalidad en la aplicación de la ley, etc. 

Ello ha contribuido al escandaloso desprestigio social del sistema político mexicano: los partidos, las Cámaras (de diputados y senadores), el Presidente y en general los políticos, son las instituciones peor calificadas en todo el país. Reprobadas. 

Por eso el cambio profundo necesario ya no es de siglas, de rostros y de colores sino de actitud; no es solo del 'estilo' de hacer política sino de las formas y responsabilidades para ejercer el gobierno: respeto irrestricto a la ley y aplicación igual para todos; autonomía real del poder judicial que garantice seguridad; presupuestos consultados y definidos destinados al beneficio colectivo y no personal; rendición regular de cuentas; revocación del mandato y aplicación de la ley para los gobernantes que no cumplan; participación ciudadana en la toma de decisiones fundamentales. El gobernante (en cualquiera de sus niveles) es el empleado y no el patrón todopoderoso. Lo resumiría como la necesaria ciudadanización de la política. 

A estas alturas de nuestra vida pública, ofrecer una alternativa distinta es lo que diferencia a un político moderno de uno tradicional, no el partido al que pertenezca. Es absolutamente falaz el argumento de que un político es 'bueno' y 'aceptable' porque está en un partido y se convierte en 'malo' cuando aparece en otro. O a la inversa. No es su ubicación partidista sino sus compromisos, hechos y resultados los que lo definen. 

La tenemos que pensar muy bien para decidir a quién apoyar en las elecciones que vienen. Si algo necesitamos es una posibilidad real -tangible y creíble- de vivir mejor, estar seguros y garantizar futuro a quienes nos siguen. Ya ha sido suficiente de soportar simulaciones demagógicas en nombre de la 'democracia imperfecta'. De lo contrario le seguiremos haciendo el caldo gordo a los políticos de siempre, sean del partido que sean.

Y, por cierto, de nada sirve quedarse al margen.

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