La cola del dinosaurio

El político tradicional tiene a su favor una historia con la cual justificarse: "ni modo, así ha sido y así es el sistema. No puedo hacer nada". Por eso es tradicional. Y es que los fundamentos para ejercer el gobierno con el estilo burocrático a la mexicana vienen de lejos: 

"Atiéndase pero no se cumpla". Frase que trasciende como usual entre los burócratas del virreinato de la Nueva España para dar curso y carpetazo a las disposiciones de la Corona Española, emitidas desde allá, desde lejos, por la metrópoli. Ustedes dirán si no es una costumbre que nos consume hasta nuestros días: simular oficialmente que se atiende la ley pero hacer lo que les de la gana. Se arma en torno a ese 'principio' una red de complicidades entre los poderes para taparse con la misma cobija. Corrupción plena.

Aunque no tengo al momento una sola frase que sintetice al México Independiente, no quiero dejar pasar la mención a las formas que, en calidad de herencia, dejó Antonio López de Santa Anna, por aquello de los caudillos seductores y autoritarios que hacen con el poder lo que les viene en gana y luego se dicen incomprendidos: "Se me acusa de traición a la patria, de enriquecimiento ilícito con la venta de La Mesilla, de la pérdida de Texas, de la bancarrota pública." ... "Como todo ser humano he cometido yerros, y algunos de ellos tuvieron consecuencias funestas. Pero de ahí a la monstruosidad que me achacan hay un abismo. Gran parte de mis culpas le corresponde a la sociedad que ahora me crucifica. ¿O acaso goberné a un país de niños? Nadie, ni el más feroz de mis enemigos puede negar que la mayoría de las veces acepté la presidencia obligado por la presión popular, después de infinitos ruegos." Pueblo necio que acusáis a este tu fiel hijo malandrín sin razón, hazte cargo porque no respondo de mí. ¿Cinismo o realismo mágico? "México es un país de extremos" remata el caudillo. Seguramente de por ahí viene la frasecita esa de que 'cada pueblo tiene el gobierno que se merece'. Ahí se los dejo. 

"A mis amigos justicia y gracia; a los demás la ley a secas". Ya entrados en plena modernización nacional del siglo XIX, con la Reforma Liberal, la frase es atribuida nada menos que al Presidente Benito Juárez. Discriminación arbitraria. Favoritismo y exclusión. La igualdad ante la ley totalmente corrompida. 

Del porfiriato tantas cosas se pueden decir, famoso por esas formas de gobernar que se aplicarían perfeccionadas después, conocidas como 'paternalismo autoritario': usar las dos manos para gobernar; una para 'maicear' y la otra para dar garrote. La ley aparte. Los estilos se fueron depurando. Sus apologistas afirman que le daba clases a Maquiavelo. Se le recuerda por aquella orden tan repetida para hacer 'justicia' sobre sus detractores: "mátenlos en caliente". Nada de juicios, respeto a derechos, posibilidad de defensa y esas cosas de rotos y de blandengues.

En pleno declive de la fase armada de la Revolución, Álvaro Obregón inducía a arreglar los asuntos políticos y legales con "cañonazos de cincuenta mil pesos". Corromper letras y voluntades, pues. La ley aparte. Para eso es el poder y su dinero: el que paga manda.

Este es un breve chispazo, fraseado y fragmentado, de nuestra herencia judicial, gubernamental y burocrática. Tiene como columna vertebral la separación (práctica que no formal) entre la letra de la ley y el ejercicio de gobierno. Llama la atención que así haya sido nuestra historia porque contrasta con las revoluciones liberales occidentales "madre" que en México sirvieron como orientación e inspiración en diferentes momentos (especialmente la inglesa, la francesa y la norteamericana) y cuyo eje fundador -y base de su éxito- ha sido el establecimiento de un pacto social sustentado en el cumplimiento de la ley que es igual para todos. El que no la cumple se chinga (lo digo no en uso correcto de la Lengua Española sino en honor de Pilar Montes de Oca Sicilia). 

En algunos países latinoamericanos que pasaron por procesos históricos similares al nuestro esos ejes rectores liberales echaron raíces de tal manera que hoy vemos, por ejemplo, al expresidente de Guatemala y parte de su gabinete en presión por corrupción y mal uso de la encomienda gubernamental que les dio la gente. En otros países suceden cosas parecidas en donde los gobernantes en ejercicio están sujetos al escrutinio y propensos al proceso judicial y hasta la destitución. 

Para el caso de México, los gobiernos post revolucionarios -es decir, el PRI, antecesores y sucesores- perfeccionaron la tradición histórica local de simulación, discrecionalidad, opacidad, privilegios, corrupción, impunidad y autoritarismo, en una modalidad criolla de 'cultura política' que ha trascendido a los tiempos de apertura política, pluralidad y alternancia. Setenta años y más. Todo el siglo XX y lo que va del actual. La llamada Revolución Mexicana, con todas sus virtudes, no modificó esa esencia; la depuró. La transición pacífica del poder presidencial de un partido a otro en el año 2000, tampoco. Se dio por concluida la fase histórica nacionalista priista del 'paternalismo autoritario' y se dio entrada al neoliberalismo y a la apertura internacional, pero la esencia de las formas de gobernar no cambiaron. Por el contrario, prevalecen como regla de comportamiento de los partidarios de cualquier color, credo o ideología en cualquier nivel de gobierno. "Que se puede hacer, así es el sistema". 

No hace mucho escuche a un joven gobernante municipal, llegado por la izquierda, jactarse ante un puñado de sus -también jóvenes- subordinados en la nueva experiencia (palabras más, palabras menos): "Todos criticamos la corrupción y somos honestos hasta que la oportunidad se presenta. ¿Qué le vamos a hacer?" Las risas duraron todo el trienio. Así fue ese gobierno, ajustado a la fatalidad de tener que despreciar la ilusión social de cambio. Desde luego, perdieron la siguiente contienda.

La oportunidad de un nuevo arreglo político y social que le de vuelta a esa perniciosa tradición y ponga por delante a la ley y su cumplimiento (lo que por años hemos demandado como un Estado Social, Democrático y de Derecho) se fue al pozo. Las oposiciones prefirieron taparse -para beneficiarse- con la misma cobija. Ha sido sustituido, en plan de simulación, por el malogrado y efímero 'Pacto por Mexico' cuyo fin último ha sido darle vida artificial a un "sistema" que ya no aguanta la exigencia de una sociedad moderna. Lo grave es el deterioro no sólo económico sino social en una circunstancia donde los actores fácticos -como el gran capital acaparador y el crimen organizado- son incluidos en un juego de espejos y de conveniencias mutuas que algunos correctamente llaman "Pacto de Impunidad".

Político tradicional -político de siempre- es, entonces, todo aquel que se sujeta, por acción, omisión o conveniencia, de la cola de este antiguo dinosaurio que les da por llamar "sistema", como si fuera imposible de remover y modificar. Sea joven o viejo. Sea de izquierdas, de derechas o de la nada. Sea creyente o ateo. Sea del color que sea o transparente. Sea del partido que sea. No importa su origen y donde se readapte. Sea lo que sea, tradicional se queda. 

Convicción, actitud y un actuar coherente, honesto, congruente, de frente e incluyente. Eso es lo que hoy realmente hace la diferencia entre el gobernante moderno y el anticuado pegado a la cola. Esperemos que no sea necesaria una sacudida violenta para que 'les caiga el veinte' que hay que cortarla.

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