Candidatos con vergüenza

Tanto pleito por los 'huesos políticos' se torna divertido: amores y desamores; fidelidades y traiciones. ¿Y todo para qué? Ahí se acaba la diversión: las candidaturas a elección no deben ser considerados un fin en sí mismos, mucho menos los cargos públicos, porque luego se utilizan para lo que sea, menos para lo que son.

Hoy día la motivación para participar en la administración pública, en cualquier nivel, debería ser la vergüenza. Y a partir de ella, la disposición al trabajo para eliminar la causa que la provoca: en México por lo menos la mitad de la población sobrevive en condiciones de pobreza, mucha en desigualdad extrema. Estamos hablando arriba de 53 millones de personas  (creciendo cada año), según Oxfam México, aunque dependiendo del parámetro que se utilice el dato varía y no para mejorar: 63 millones según Acción Ciudadana Frente a la Pobreza. No es un dato estadístico. Es vida real lacerante, vergonzosa. Basta recorrer callejones y veredas.

Esa grieta social amenaza convertirse en fractura. "Por el bien de todos", recomiendan los organismos internacionales especializados, -esperando se entienda lo que "todos" significa-, "la desigualdad se puede revertir a partir de la colaboración entre actores políticos, sociedad civil y sector privado". Cierto, aunque el grado de responsabilidad es diferente. El sector público tiene el más alto por el simple hecho de que marca pautas al recibir, administrar y consumir los recursos de todos. Le toca poner el ejemplo, con autoridad moral, para determinar reglas y hacer que se cumplan. Empezando por lo básico: asegurar que todos los recursos públicos destinados para política social se usen realmente en apoyar a la gente que lo necesita. Entonces podremos pasar de la vergüenza a la sonrisa.

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