La conspiración de los agravios


El submundo de la política es un gran teatro de circuito cerrado flexible en el que los actores se mueven con relativa libertad bajo un ritmo orbital pausado por los sucesivos procesos electorales.

Por su parte, el análisis político, la crítica de ese teatro, es una suerte de ejercicio mental -nunca aburrido, a veces apasionante- enfocado en entretejer combinaciones multidisciplinarias y pluridimensionales en las que se incluyen historia, teoría de conjuntos, termodinámica, métodos de aproximaciones sucesivas, calculo, ajedrez, teoría de escenarios, el arte de la guerra, psicología (mucha psicología) y adivinanzas. (De ahí que sea fácil caer en la tentación de las apuestas).

Sirvan estas cuasi definiciones para dar rienda suelta a la convicción de que en las luchas por el poder nada es rígido, acartonado o encajonado en casilleros herméticos. Menos hoy. Inútil tratar de identificar el actuar de los histriones políticos específicos de nuestros días en función de su eventual pertenencia a partidos, grupos o "corrientes" políticas. Mucho menos por estar alineados bajo el paraguas de una ideología. Pragmatismo impera.

Grupos, partidos e ideología sirven para contextualizar el entorno (también flexible) en la parte "gruesa" del análisis, pero las particularidades explicativas finas están activadas por motivaciones más personales que grupales y, no pocas veces, más emocionales que racionales. Como en ninguno otro, la 'naturaleza humana' desborda a placer en el acto político.

En el inframundo de ese submundo teatral se hacen presentes las silenciosas y conspirativas motivaciones por agravios recibidos. No me refiero a las inevitables ansias del desquite, con tinte de superación, por bajar en vez de subir, por perder en lugar de ganar o por no obtener exactamente lo que se pretendía. Eso es parte del ciclo político discontinuo en el que la realidad choca con los deseos en una ecuación reversible y en el que los contendientes se identifican, se reconocen y se respetan entre sí. El asunto que aquí quiero enfatizar refiere a los desencuentros profundos en rango de deseos destructivos de venganza que derivan del desprecio, la humillación o algo peor. Un actor inteligente y astuto, agraviado, es un peligroso enemigo potencial (y eso que se dice que no hay enemigo pequeño).


Siendo la política el arte de lo posible, es de virtuosos realizar los acuerdos necesarios para conseguir lo que se pretende, dejando de lado y pasando por encima de agravios y desafectos. Por el contrario, mostrar recelo por agravios no satisfechos es de viciosos impacientes, faltos de cálculo. Para mantenerse en escena, el agravio pendiente se arropa bajo el manto de la simulación: solo transpira discreto, con doloroso deleite, en la esencia destilada que imagina la mesa dispuesta para el plato frío del desquite.  

No digo nada que no haya dicho Maquiavelo, pero me viene bien refrescarlo para encuadrar lo siguiente, en relación a las ya próximas elecciones locales de Quintana Roo que se llevarán a cabo el 5 de junio:


No hay tiempo para improvisar ni para aprender, dicen los aspirantes a gobernantes municipales que ya lo fueron.  Nunca están las cosas para perder el tiempo pero en este caso el señalamiento se debe al próximo 'periodo corto' de dos años para el ejercicio gubernamental de los municipios cuya sucesión habrá de empatar con las elecciones federales del 2018. Están en lo cierto, pero la certeza puede tornarse en falacia si la proyección de ese razonamiento entra en el circulo nada virtuoso de sostener que solo saben hacerlo los que ya lo han hecho. ¿De verdad? ¿Sin importar si el trabajo fue bueno o malo?  Ya veremos, porque también el voto califica.

Y es que los "ex" van a una elección cuya circunstancia es muy distinta a la que ya tuvieron. El ejercicio de gobierno desgasta, por lo que en esta ocasión van a influir, inevitablemente, los resultados anteriores, los compromisos cumplidos (o no), los afectos consolidados, los desafectos conquistados y los agravios.

Una historia en la que, a pesar de toda teoría política o electoral, la condición humana también juega y a veces se impone. Perfila para una situación en la que los agravios conspiren.

El tema de fondo, por tanto, no es haber gobernado antes sino haberlo hecho correctamente. Tampoco puede descartarse a priori cualquier otro intento de gobernar con personas, proyectos y formas diferentes a como se ha hecho hasta ahora. Hay otras maneras de hacerlo y pueden ser mejores.

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