Campañas enredantes
Todo tiene que pasar
por las redes sociales: el candidato que no las usa para promoverse puede
sentir que es invisible. Cada paso, cada reunión, cada saludo, cada propuesta
(que no todas las respuestas) figuran en un acumulado informativo que satura,
haciendo tan difícil la diferenciación que al final lo que queda es la imagen;
más bien una idea de la imagen y, en la mayoría de los casos, de la imagen
preconcebida. La mayoría de los navegante tiene su preferencia y se desata la
guerra invasora: se trata de vencer en la ocupación del espacio virtual y menos
de convencer. Sería interesante identificar qué proporción de los indecisos
termina por optar en función de la oferta que capta en las redes. Tengo la
impresión de que es baja.
Las redes también
permiten ver, en conjunto, el tipo de candidatos en circulación: desde los que
tienen propuestas precisas referidas al cargo al que aspiran (son los menos,
perdidos en el mar de promesas repetidas en cada elección por la mayoría de los
aspirantes), hasta los que se dan la oportunidad para sorprenderse al ir
conociendo el territorio que pretenden representar o gobernar: descubren calles
sin pavimentar, viviendas con piso de
tierra que se inundan, niños con anemia, deficiencias en los servicios y
molestias públicas con el transporte y con los inspectores del municipio. Lo
difunden como eso: su gran descubrimiento motivante. Patéticos.
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