En nombre de la sociedad

La arrogancia no es buena compañera para las organizaciones de la sociedad civil. Las hace ver mal repitiendo formas que rechazan cuando vienen de otros. Sin embargo, la tentación seduce a muchas de ellas al momento de presentarse en la escena pública. Se nota en esta campaña electoral: cuando algún grupo u organización social se dirige a los candidatos o a los partidos para presentar su agenda, opiniones, peticiones, propuestas, demandas o motivar acuerdos y pactos, suele decir que lo hace  "en representación de la sociedad civil" y habla sin rubor en nombre de la misma. Lejos de la realidad, aun cuando lo que digan sea de interés general.

Hay "mucha sociedad civil" haciendo el esfuerzo organizativo por su cuenta, al margen de los reflectores y en silencio que no está representada en esos discursos; pero sobre todo hay más, mucha más, sociedad por organizar. Son sectores dispersos y vulnerados que no tienen voz y mucho menos voto. Necesitan expresión propia, no intérpretes acomedidos.

De hecho, en nuestro país la organización social autónoma, propositiva, participativa e influyente en la vida pública y en las políticas gubernamentales está aún en pañales. Venimos de una fuerte tradición estatista, corporativa, paternalista y clientelar cuyos remanentes sobreviven en las actitudes de los partidos políticos y en las formas de ejercer el poder. Son prácticas que se generalizaron y dejaron de ser exclusivas del PRI. Han permeado en una especie de subcultura filtrada hacia todo el sistema de relaciones públicas sin importar partido o color. Las organizaciones civiles deben sacudírsela ya que son ellas las llamadas a provocar el cambio de patrones.  ¿Quién más?


Por tanto, si hay algo que las organizaciones sociales deben presumir es la modestia, además de su autonomía  e independencia con relación a los poderes y al sector económico lucrativo. 

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