Guerra sucia
Así les decimos por
costumbre, como si hubiera guerras limpias; como si destruir al contrario fuera
antiséptico; como si un ataque "quirúrgico" no buscara engendrar
gangrena. El hecho es que, utilizando otro símil, en estas elecciones hemos entrado
en la zona de turbulencia. Ha transcurrido el tiempo suficiente para valorar lo
que trae cada cual y para medir la fuerza propia. Lo que queda de plazo es
insuficiente para convencer: hay que vencer. Identificados los blancos del
contrincante empieza la acción destructiva de sacar el guardadito malicioso
para atacar y sacudir el bote de basura.
Paralelamente, el
voto "movilizable" (el que dicen que en una democracia como la
nuestra no existe porque cada uno es libre de votar por quien quiera) se está
peleando con los dientes, comprometiéndolo o neutralizándolo, según sea el
caso. Con cálculos de tendencias, preferencias sectoriales y listas en mano se
detecta la ya conocida actividad oficialista "en tierra" para
neutralizar votos, comprando la retención temporal de credenciales de elector,
sobornando a líderes territoriales para que cambien de bando y endulzando los
oídos de dirigentes partidistas de oposición con recompensas futuras a cambio
de que atrofien su propia causa.
Es la cara oculta de
la talacha electoral de la que no suele hablarse públicamente pero que está
ahí, elección tras otra, como un entendido de valores inconfesables pero
compartidos y que son en realidad la vertiente electoral del pacto de
impunidad. Estará en manos de los verdaderos ciudadanos libres, esos que se
creen tan libres que mejor no se presentan a votar, la decisión final de seguir
en la inercia o de romperla.
Comentarios