Absurdo fuera

¿Por qué no dejar que el repelente y pastoso gusto por el absurdo caiga detrás de las hojas secas? Si un perro lo mea después se lava con la llovizna. Se levanta y anda como si nada.

Es preferible la sensación de llenado anormal que me produce la ficción y todo lo inadmisible inventado, a tener que rascarme la oreja tratando de recordar donde y cuando fue la última vez que sucedió lo mismo. Dejá Vú se llamaría cuando en verdad es dejarlo pasar sin tomar nota en la libreta guía.

Más quisiera como lo quisieras, destacando las inequidades, pero es que es imposible que el absurdo no nos llegue a todos a baldazos cada mañana, por la tarde y noche. Todos los días desde que amanece; porque, para el desconsuelo de los invocantes, todavía amanece todos los días. Forma parte de la escenografía. Las escenas son su descomposición dispersa.

El absurdo cotidiano es el remanso de los pobres diarios, su justificante. Ya no encuentran que poner al frente. Todos nos equivocamos. Todos. Nos equivocamos más cuando los buscamos. Es la magra forma de evadir la realidad yendo a recuperarla prestos en imagen fija y con formato. Que si dijo sí. Que si fue pero se quedó. Que si como que no lo sabíamos cuando conformamos el club de los causantes del desastre.

No hago mía tu culpa pero recuerdo fresco la parte que te toca. Me la tocas. Por las otras no habrá cargo ni desidia, pura duda. Se me pone dura solo de pensar todo lo que me ha faltado para alimentarme. Cuando la puta vino a hacerme yo ya tenía las manos lastimadas. Nunca, porque a veces hay nunca, supe quién me la mandaría. Cuando me interrogaron muy claro se los dije: yo solo sé que aquel tampoco sabe nada.

Ego fuera. Son las células madre del cordón umbilical que me prestaban. Arribando a puerto me haré recompensar de la loquera porque, acá en el infinito, todo me sabe a tierra.

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