Ateos sinvergüenzas

Vuela con nuevos criterios un santo viejo que no es devoto. No le alcanza la sombra del universo para refrescarse porque sabe que quien se arrima al mejor árbol se le va la liebre. Condescendencia imposible: ignora que la computadora existe.

Desconoce que los feligreses abandonaron el templo porque ya se hablan personalmente con Dios gracias a la tecnología y las redes. Por lo menos se escriben. Solo se ha dado cuenta que se desvanecen de su alcance. Hipócritas débiles de espíritu se dice a sí mismo que les dice. Pero no se los dice porque no los ve. Si cuando menos entrara en un ciber y pregunta cómo, los encontraría. Todos están ahí, en el diálogo con el Señor que es el suyo propio, de ellos solitos, sin intermediarios. Claro que avientan su imagen en todas formas posibles y a su alcance, como lo imaginan o como les han dicho que debe ser, acompañado con sus frases domingueras para intentar que lleguen a los vacíos de alma. Y a los que no la tienen. Algún receptáculo habrá en su interior donde pueda caer la palabra.

Ateos sinvergüenzas, de veneno sentimental serán las ostras sin caparazón que se van a tragar cuando llegue el fin de los días (con sus noches).

Nuestro santo del caso no tiene ni idea dónde ha puesto las sandalias. Porque sandalias usa, ¡cómo no!. Aterrizar significaría que ha vuelto a la locura. La madre Tierra lo desconoce en su genealogía. Mejor vuela que vuela y no para de volar aunque no entienda nada.

Tiene comprometido que volar únicamente se utiliza para las buenas causas. No hay con quien practicarlas. ¿Cómo, entonces? No hay con quien platicarlas. ¡Peor aún! Los criterios de la alevosía se quedaron colgados de una rama del árbol, que por darle sombra lo obligó a que se distrajera, y la liebre aprovechó para reírse a carcajadas mientras caminaba a vuelta de rueda.

A partir de ahora la devoción no se me da, dijo a gritos y para sus adentros hasta que cayó en cuenta que esa nunca había sido parte del contenido de su alforja. ¿De qué está forrada esta cosa? La carne de burro no es transparente y sin embargo veo todo el contenido sin necesidad de abrirla. Aquí algo pasa y esto no parece ser obra del de arriba.

Se sorprendió más al darse cuenta que no sintió ninguna variante de la congoja. Fue entonces, en ese momento, cuando empezó a sospechar que, sin darse cuenta, había llegado a una nueva era.

Regresaría al templo en los tiempos inverosímiles, en los que no se debe pensar ahora, porque puede ser que lo que conozca y aprenda más le convenga. Mera ocurrencia.

Es el santo que todos quieren ser pero al que nadie le reza.

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