Peras del olmo

El triunfo electoral de la sociedad quintanarroense que se inclinó por el cambio fue inmediatamente contrastado con una derrota política que le da un golpe seco a la entusiasmada moral ciudadana. La gente le dijo al PRI -y particularmente al gobierno de Roberto Borge- que se vaya y la respuesta rotunda de éste ha sido que mientras eso sucede va a hacer lo que le venga en gana, para luego irse, efectivamente, sin que su accidentado, ineficaz y altanero gobierno le traiga ninguna consecuencia. Lo cual, al final, sería irse del cargo sin realmente irse del todo, sino quedarse con la sonrisa plena por ahí cerca.

La gente comprendió de inmediato lo que el paquete de la impunidad significa y salió espontáneamente a la calle para tratar de evitarlo. El pueblo supo que estaban insultando a su voluntad cívica y que el golpe madrugador era no sólo para proteger a Borge sino para desafiar al nuevo gobernante.  Sin embargo, la voluntad popular de legítima defensa se quedó sola. No fue esa la línea central de reacción y defensa emitida de los partidos políticos afectados por la iniciativa pero tampoco desde la conducción política de quienes hubieron de dirigir la campaña electoral que ya es gobierno en espera. El desafío es directo al tema más sensible de la campaña: rendición de cuentas y aplicación de la justicia contra la corrupción y los malos manejos. Se quedaron así, en espera. La gente desconcertada y con frustración se regresó a sus casas. Los priístas a seguir la borrachera impositiva, incrementando la escala.



La movilización, por su resultado, no sirvió de nada. Bueno si, sirvió para que los comentaristas críticos del sistema se solazaran con optimistas apologías de lo inédito porque sucedió lo que nunca había sucedido, principalmente en el Chetumal y sur del estado. Y también sirvió para que los diputados fueran trasladados (por temor al zafarrancho que era obvio que ya no sería) a realizar sus sesiones de marrullería a espaldas de todo, en lo obscurito, en un centro vacacional a todo lujo, convertido en recinto oficial del poder legislativo. En un despliegue de autoritarismo policíaco se selló cualquier posibilidad de acceso y acercamiento de la población hacia los "representantes populares". La afrenta aumentó de magnitud, como una burla manifiesta, en la medida que se diluyó la resistencia. Una muestra: a la agenda de la burla le agregaron que el gobernador saliente tendrá escolta oficial, pagada por el erario público, durante los 15 años posteriores al final de su mandato. ¡EA!


¿Dónde estaban los líderes que apenas días atrás pedían cara a cara y casa por casa el voto para dirigir un gobierno de la gente? Protestando con memes, declaracionitis y desde reuniones privadas. Denunciando el hecho en las redes sociales para que conste. 

Los dirigentes, activistas y excandidatos de los partidos aliados mostraron su profunda indignación con diarrea declarativa pero con el ojo pendiente de que no se les vaya a escapar el cargo en el próximo gobierno que, aseguran, les debe tocar. Los que ya lo tienen, mantuvieron la sonrisa. Quienes se acercaron a las movilizaciones fue para tomarse la foto. Sin autoridad para convocar y dirigir una resistencia creciente. Sin estrategia clara. Sin ganas de hacerlo. Sin voluntad. Sin ni siquiera intentarlo. Se sintieron enaltecidos como héroes patéticos cuando alguna despistada pluma gobiernista los hizo responsables de estimular a la gente para sumarse a la protesta callejera. Favor inmerecido. Es lo que menos hicieron. Se trasladaron de Cancún u otro punto a Chetumal (de inmediata ida y vuelta) llevando a los amigos que cupieron en el auto.

El colmo es que los diputados vigentes se presentaron a las sesiones para legitimar la burla en santa paz republicana. Tal vez alguno alcanzó a dejar manifiesta para la posteridad su inconformidad en el Diario de los Debates. Solos y aislados, todavía tienen el valor de exhibirse en las fotos del caso (porque eso es lo de hoy) con la cara de la derrota, presumiendo que votaron en contra. No sé si su pesar manifiesto es porque les pasaron encima, aunque ya sabían que a eso iban (porque se ve que a eso fueron), o porque les negaron la parte jugosa de los servicios privilegiados del hotel de lujo en el que se metieron. En una exótica apología de la obligación, hay quien quiere verlos como "héroes" simplemente porque votaron minoritariamente en contra del paquete de la impunidad y los nombramientos correspondientes. Es decir, porque hicieron lo mínimo que tenían que hacer ya que estaban ahí. Aunque no tenían nada que estar haciendo en esas sesiones si no era para revertir o reventar los miserables acuerdos. No hay indicios que lo hayan intentado, sino todo lo contrario. Nada más eso faltaba.

El "acto heroico"
A la hora verdadera se le sacó la cara a la gente. A su voto y a la disposición de salir a defenderlo. Más aún, a su decisión electoral de echar afuera a este gobierno. 

Son los tiempos y plazos, se dirá para justificar, ya que en la democracia cada quien tiene su momento. Políticamente, frente a un desafío mano a mano de tal magnitud, no había tiempo para la espera ni para la condescendencia. La derrota es contundente.

Seguramente la conciencia se tranquiliza cuando se supone que en cuanto tome las riendas el nuevo gobierno habrá manera de echar atrás los despropósitos y las travesuras de Borge. Serán enmendadas. Eso es no entender que éste busca justamente eso: la inmunidad con impunidad a cambio de lo que sea. Tomó primero la iniciativa, jugó sus cartas al extremo de la burla e impuso sus condiciones. En esas circunstancias le será bienvenido lo que venga... a menos que lo agarren por los flancos con otras movidas.

Mientras tanto, lejos de ahí... despedida de cortesía.

¿Se le pueden pedir peras al olmo? Se puede. La conducción política incluye la posibilidad de apelar a la voluntad popular movilizada en momentos cúspide y definitorios como este. Sobre todo cuando está lista y susceptible. Hasta la socialdemocracia más negociadora y la derecha lo hacen. No importa que hasta entonces la experiencia haya sido manejar todo por medio de discursos, los gabinetes cerrados y sentados a la mesa.

Detrás de esta falta de reacción se descubre una forma de ver y entender el ejercicio político y la función de gobierno que, con las mejores intenciones podrá proponerse gobernar para la gente, interpretándola y sustituyéndola, como un acto representativo en su nombre pero con dinámica propia y distancia; que no es lo mismo que hacerlo con ella: de la mano con la participación ciudadana activa, directa y organizada. Los indicios son inequívocos. Más que indicios, evidencias a la hora crítica. Sobre aviso no hay engaño.

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