Sin el nombre del padre

Mariño le dicen, aunque su nombre registrado es Cariño Márin; hijo verdadero y único de María Marín, la que más bien parece su hermana, la mujer más bondadosa y callada que alguna vez se haya conocido en estas tierras.

Mariño, hijo del encuentro corporal fugaz, el amor desentendido y padre desconocido. Desconocidos entre ellos, porque el padre del niño nunca supo a bien que iba a ser padre, aunque a la fecha lo sospecha. La madre, por temor, siempre calló y solo dijo en voz baja y una vez que había sido bendecida por Dios. Desde entonces el silencio es su trinchera. Jamás, ni antes ni después, se le conoció pareja.

Mariño nunca supo lo padre que se siente tener padre. Ese lado sentimental se le quedó lleno de nada. Todo lo que tiene son imágenes prestadas y recuerdos inventados por la madre. El padre habría muerto en los tiempos de su primera infancia por la causa de la iglesia. Defendiéndola. Así se lo dijeron y todo por cariño. El padre se hizo matar en la guerra vieja por amor a Cristo, aunque de eso ya hace demasiado tiempo y no le salen las cuentas. Esa guerra es eterna. No lo mataron, se hizo matar porque de mártires piadosos está poblada la sección más exclusiva del reino de los cielos. Eso le contaron.

Mariño empieza a tener conocimiento resentido del estado laico y criminal en el que vive, contestado con los rezos de los creyentes rencorosos como él, que lo llevan en largas caminatas a orar al Cerro del Cubilete.

Mariño, hijo sin padre, ignora que su padre vive y que es padre. Todavía lo es. Si, de esos mismos que encabezan las procesiones que tanto le gustan. Cariño Marín los venera con la fe cargando a ciegas.

Mariño nunca lo sabrá: la afrenta fue violenta.

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