Violencia consentida
Los muertos pobres
no importan, pobres muertos. Aunque sean maestros y aprendices. O policías, da
igual. Ese tipo de desgracias son, si acaso, parte de una estadística apilable.
A veces los males individuales, aunque sucedan en bola, son necesarios por el
bien de la patria: nuestra modernidad está cimentada con más mártires anónimos
que conocidos. Respétame la ironía histórica.
Me llama
poderosamente la atención que, a diferencia de otras épocas en las que la
autoridad negaba la existencia de fallecidos en las acciones de represión
pública violenta o cuando menos maquillaba a la baja las cifras, en tiempos
actuales sea ella misma quien dé certeza coincidiendo con los datos ofrecidos
por los activistas. En Oaxaca, para que no haya confusiones ni disputas en eso,
ha reconocido que no fueron cuatro ni seis los eliminados sino ocho. Frente a la evidencia ya no niega el uso de
las armas. En todo caso cuestiona que los agredidos no eran maestros
(guerrilleros tal vez o simples facinerosos, lo que seguramente los hace
muertos con menos valor) y asienta con toda seriedad que hubo bajas de ambos lados.
Como un parte de guerra.
Si soltamos el
ataúd, sin dejar de indignarnos, y vemos los hechos de Oaxaca en perspectiva
nos damos cuenta que la violencia oficial en contra de los movimientos sociales
en México (y no solo) está totalmente institucionalizada. Forma parte del
"sistema" que no únicamente los asimila sino que ya los asume como
parte de una circunstancia que el Estado debe enfrentar y resolver, en acciones
focalizadas y rápidas, para que no contaminen al todo. Se alega la facultad
legal del Estado de tener y usar el monopolio de la violencia, aunque en los
hechos no sea tan sencillo ni tan cierto.
Los antiguos
gobiernos priístas lo hacían y escondían la mano, viviéndolo con culpa
silenciosa y esquizofrenia, tratando de tapar la realidad a golpes de políticas
populistas. Ello a pesar de la lección que Díaz Ordaz quiso dejar asumiendo la
responsabilidad de Tlatelolco y yéndose a la tumba por viejo, en su casa y con
la conciencia tranquila de haber hecho un gran servicio al país.
Hoy la lección se
aplica: parar la crisis de lo que se califique como ilegal y subversivo sin
miramientos ni culpas. Aunque se les pase la mano. El "sistema", que
ya no es patrimonio priísta sino multicolor, ha podido sortear otras tantas,
las engulle, se las traga, pasando recientemente por Tlatlaya y los más pesado,
incluso internacional, que ha sido Ayotzinapa. Veremos si el control de daños
también logra poner en la pila a los ocho de Oaxaca.
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