La violencia y nosotros

La sensación que me han producido las semanas recientes al recibir la información diaria del acontecer general que hoy se puede captar por diferentes medios es de una especie de regresión anímica por lo que podría llamar "la incertidumbre del contexto". El Siglo Veinte se ha conocido como el de "las guerras y las revoluciones" y en sus años setentas y principio de los ochentas la convulsión de sus acontecimientos violentos provocaron, en las jóvenes generaciones de entonces, la progresiva pérdida de certezas con relación al futuro que vendría.

Para simbolizarlo, diría que el cierre de la duda vino con el nuevo ciclo que se abrió en la caída del Muro de Berlín, el fin de la Guerra Fría y el predominio mundial casi absoluto de las leyes del mercado en lo que se ha dado por llamar neoliberalismo. Ciclo que hoy da señales de un agotamiento apresurado lo cual me provoca esa misma incertidumbre por el intenso desorden que ofrece el contexto de nuestros días. Pero ya no son guerras de ocupación ni violentas rebeldías libertarias. Es otra cosa muy diferente.

El mundo siempre ha sido un campo de batalla y la violencia permanente que justifica la frase y su explicación pareció contar en otros momentos con una cierta lógica (lo cual no quiere decir justificación) pero sobre todo de repudio social. Lo que sucede ahora me parece más difícil de interpretar en su sentido y dirección a pesar de que los hechos los vamos conociendo "en tiempo real", o tal vez justamente por eso.

Si un francotirador solitario balea a unos policías en el norte del continente; si machacan a una multitud con un camión en el otro lado del océano; si se desencadena un golpe de estado un poco más allá o si acribillan a un funcionario a unas cuadras de nuestras casas, alguien lo está filmando, fotografiando o transmitiendo casi al momento.

La violencia es parte de un intensivo espectáculo cotidiano; algo que tal vez no va hacia ninguna parte sino que simplemente es nuestro reflejo más nítido en el espejo. La estamos aceptando socialmente y sin tapujos como irremediablemente nuestra. Algo así como adoptar a la violencia como parte de la cultura.

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