Transparencia para recuperar la confianza
Según medición
realizada en 2015 por la organización Transparencia Internacional, seis mil
millones de personas vivimos en países con serios problemas de corrupción. De
168 enlistados, México ocupa un lugar notable entre los más corruptos, con
calificación reprobatoria de 35 puntos (en escala de 100 para los menos). Nada
de qué estar orgullosos. Nada para consolarnos con el mal de muchos. Pero
tampoco nada que no sepamos. El problema es crónico: es una de las principales
razones del "enojo social" de los mexicanos con las autoridades y de
la pérdida de confianza en las instituciones. Forma parte de las razones por
las que en Quintana Roo tenemos cambio de colores en el gobierno estatal y
algunos municipales.
Hay gran expectativa
y esperanza entre la gente que eligió el cambio. Quedó manifiesto el hartazgo
ciudadano con los que se van; tanto que con poco que se haga bien ahora
parecerá que se hizo mucho, ya sea en infraestructura o en atención social; más
aún en transparencia presupuestal y en rendición de cuentas. Pero hacer poco
puede ser insuficiente. La situación exige un esfuerzo gubernamental extra: de
la pobreza extrema y la desnutrición (que padece un 20% de la población), a la
generación de oportunidades para todos. Difícilmente una sociedad se puede
desarrollar cuando se le acumulan rezagos sociales como los que tenemos. Peor
aún, son una bomba de tiempo para lugares con dinámicas de población creciente
por migración, como es el caso del Caribe mexicano.
Frente a estos
retos, el problema principal para los gobiernos es que nunca hay dinero que
alcance. Por diferentes razones la captación y la recaudación pública se queda
por debajo de las necesidades. Una de esas razones, hay que decirlo, es que
quienes más se benefician de la dinámica económica (en este caso el turismo)
son quienes menos aportan a la causa común. Es un problema de política fiscal
general. Pero también es cierto que quienes administran los recursos públicos
tienden a hacerlo de manera discrecional y nada clara, corrupta, lo que provoca
un alto grado de desconfianza. Agréguele, como en esta ocasión, que las
finanzas públicas locales están injustificadamente endeudadas al extremo y que
el nuevo gobierno recibirá las cuentas en bancarrota. Se genera, así, un
círculo vicioso de malos manejos públicos, desconfianzas y evasiones fiscales
que dejan a la sociedad vulnerable frente a sus necesidades básicas. Huelga
decir lo que ello significa en términos de seguridad, convivencia y calidad de vida.
Oportunidad obliga:
si los nuevos gobiernos realmente quieren significar el cambio tienen la
obligación de tomar la iniciativa para romper ese círculo. Con los pocos
recursos que tengan disponibles habrán de priorizar las políticas públicas más
urgentes, claro, pero sobre todo tendrán que estar dispuestos a sujetarse a la
vigilancia y al escrutinio público, administrando honestamente y entregando
cuentas claras.
Dada la triste
realidad mencionada al inicio, hay una corriente mundial por la transparencia
que puede ayudar. A nivel internacional se han ido estableciendo instancias
ciudadanas autónomas y con autoridad moral, con estrictos criterios de
seguimiento y evaluación de la transparencia en los gobiernos locales, para
certificarlos como Gobiernos Confiables. Una vez certificados se recupera la
confianza (y la autoridad) para recibir mayores recursos, captar inversiones a
todo nivel y exigir el pago tributario de manera más equilibrada.
Cualquier otra cosa,
por muy bien intencionada, se quedará a medias o será frustrada por la
demoledora dinámica de un sistema corrompido, al que hay que empezar a combatir
de una vez por todas.
Comentarios