Ya vas Nicolás
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Imágen: Diario de México |
Este Nicolás, que no
es un santo, puso una bomba al pie del arbolito sobre el que se levanta el
complejo follaje de lo que llamamos cultura popular mexicana. "No me gusta Juanga (lo que le viene guango)" tituló Nicolás Alvarado su artículo en el
que atizó sus opiniones críticas sobre el popular y recién fallecido
canta-autor Juan Gabriel. Estuvo en imprenta antes de que el cadáver estuviera
frío. Lo puso a circular de inmediato, así, como salió de su ronco pensamiento,
sin medir las consecuencias que le causaría. Cosas que ahí dice -y como se
quisieron entender- causaron mucho encono público.
Estoy en una mesa,
con cuatro interlocutores, en la que sale el tema motivando reacciones densas:
petulante, mamón, naco consumado, ignorante, joto hablando de joterías y cosas
por el estilo. Para atemperar, la cadena de preguntas es sencilla: ¿Quién lo escucha
o lo lee de manera regular? Nadie. Dos ni siquiera lo hacían en el planeta.
¿Quién sabía que sus opiniones sobre Juan Gabriel ya las había vertido
públicamente? Ninguno. No hubo escándalo, nadie levantó la ceja. Solo se enteró
quien entonces lo escuchó. ¿Quién leyó, completo, el artículo causante de sus
atribuladas molestias? Tampoco. ¿De dónde, pues, la razón de tanto enojo? De
las frases más contundentes entresacadas y difundidas estruendosamente por los
medios y comentaristas. De los cortes más entrecortados en las redes sociales.
¡Ah!, la cultura
popular de la censura. A la raza tan informadísima le pegaron donde duele. Si
lo que se ve no se juzga, lo que es axioma no se cuestiona. Con razón huele a
carne quemada: así se han asado muchas y muchos en la hoguera. Me queda claro
que el tema se estampó en el mal ánimo colectivo por oportunidad y no tanto por
el contenido. Tan es así que es lo único de lo que se ha disculpado
públicamente Nicolás Alvarado: de haber sido inoportuno en su dicho crítico,
confrontante y perturbador; de hablar mal del difunto en pleno velorio.
Nada de que extrañarse. A pesar del nivel cultural por encima de la media, los intelectuales pueden ser socialmente insensibles. Casos significativos los
hay, aunque a veces se nos olvidan. La arrogancia
intelectual no gusta de ser amigable con las formas convencionales ni suele
condescender con lo políticamente correcto. Choca de frente con
la sensibilidad estándar de sus contemporáneos aunque, en la postrer ausencia
de su portador, su trascendencia es venerada colectivamente sin importar las
formas. En no pocos casos, sin que sus fans conozcan el contenido de su trabajo. No toda la arrogancia trasciende, claro.
¿Cuándo es oportuna una bomba crítica que sacude conciencias,
creencias, mitos o formas de ser? ¡Nunca!. ¿Será?. Alvarado pudo tener intenciones
provocadoras, culturizantes o pontificantes. Tal vez no; pudo pretender
únicamente dejar constancia de su particular punto de vista, aún sabedor (o por
eso mismo) de que es diametralmente contrastante con lo que piensa y siente la
absoluta mayoría. Pero si el escrito estalló (es decir, si fue bomba) es
justamente por la ocasión. En otro momento frío no hubiera sido así, como no lo
había sido.
Y el estallido, por
lo que alcanzo a ver y a entender, era necesario. Lo que en este caso se
considera defecto, para mí fue virtud. Aunque el autor se disculpe por lo que
ha causado, yo se lo agradezco; aún no comparta o comprenda cabalmente su
propio sentido en el texto. Trato de entenderlo en sus propios términos pero,
como el mismo dice, vale porque puede tener diferentes lecturas. Por eso
también es virtud. Es plasma de cultura viva puesto frente al espejo, no simple
receta o fórmula química.
A partir de ahora,
estoy seguro, ese texto -por su contenido completo, sentido general y contexto-
será documento de análisis y controversia en diversos círculos vinculados a la
cultura e incluso en la academia. He visto, por ejemplo, una detallada respuesta
que le han hecho (y que me ha dejado con la boca abierta desde mi
desconocimiento absoluto sobre métrica textual y composición musical) para
intentar demostrarle su propia ignorancia en cuanto a la calidad poética y
musical en la obra del Divo de Juárez.
Calidad que Alvarado cuestiona con acides. Va a dar para mucho.
Pero lo que más me
gusta de todo este asunto es el artículo (por llamarle así) de Nicolás Alvarado
que vino después: "Me pregunto". Efectivamente, una atendible
retahíla de preguntas que se hace (y nos hace) desde los diferentes flancos
(líneas les dice) que se derivan de esta controversia, su circunstancia y
efectos. Como cualquier investigación seria, que nos sirva para conocer y
explicar, la clave de inicio está en hacer las preguntas correctas. Ahí están
esas. Si hay seriedad será lista de cabecera.
Dice Alvarado para culminar: "Dedicaré lo que me queda de vida profesional no a responder estas preguntas -creo que no tienen una respuesta- sino a discutirlas." Para que haya polémica y algunas conclusiones generalizables se necesita más de uno. Chéquenlas. Ojalá las atiendan quienes tanto despotrican.
Dice Alvarado para culminar: "Dedicaré lo que me queda de vida profesional no a responder estas preguntas -creo que no tienen una respuesta- sino a discutirlas." Para que haya polémica y algunas conclusiones generalizables se necesita más de uno. Chéquenlas. Ojalá las atiendan quienes tanto despotrican.
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