Empieza borrachera de las derechas


Lo que las encuestas más difundidas proyectaron para que no sucediera, sucedió. No fueron factor de influencia.  Al despuntar el día la fiera se había tragado a la domadora con todo y látigo. ¿Cómo imaginar la vida con un futuro que se anuncia catastrófico? Nada sencillo. Nada fácil.

La sociedad norteamericana (y parte del mundo) amaneció dividida. Hillary Clinton tardo varias horas en dar la cara. El tiempo necesario para terminar de recibir el golpe y atemperar el ánimo con el mal momento. También para que su cuarto de guerra evaluara las perspectivas y decidiera la respuesta. Optaron por honrar su tradición política, conceder legitimidad al resultado, llamar a la unidad nacional y devolver la cortesía a Trump que había hecho, en su estilo ecléctico, un discurso conciliador y de mano tendida.

Por contrario, los poderosos medios de comunicación aliados de los Demócratas lanzaron sin contemplaciones la alerta: es una tragedia, una amenaza; hay que esperar lo peor y prepararse. El belicismo altanero que los norteamericanos esparcen por el mundo les toca tambores de guerra dentro de la aldea.

Los grupos sociales sensibles a ese llamado no saben bien cómo reaccionar. Son momentos ya vividos en la historia. Los más, se hacen creer a sí mismos que no sucederá nada porque pensar lo contrario altera gravemente la estabilidad cotidiana. Algunos otros encienden la luz preventiva y se mantienen observadores alertas. Los menos, se preparan, se atrincheran o se escabullen a tiempo. Hay quienes se radicalizan rechazando el resultado, al grado de exigir su separación de la Unión como sucede en California.

La vertiente internacional también tiene sus bemoles. Diversos países se pusieron en condición preventiva. Como botón de muestra -de lo que tenemos más cerca- el gobierno cubano ha llamado a sus tropas a un ejercicio militar preventivo anti intervencionista de tres días. De un parpadeo el presente parece frustrarse y da un brinco repentino al pasado después de la esperanzadora distensión de sus relaciones.

Los esperanzados son otros.

Cuando Marine Le Pen, hija de Jean Marie, -los rostros más emblemáticos de la ultra derecha radical pro fascista de Europa (no sólo de Francia)- se anticipó al mundo congratulándose del triunfo de Trump, mucho antes de que se confirmaran los resultados, uno pudo imaginar el ansioso jolgorio brincando en las cabezas de los derechistas de todos lados. Especialmente en la de los estadounidenses que están lamiéndose los bigotes esperando que les suelten las amarras.



Los agresivos grupos de extrema derecha aria, en crecimiento pero contenidos hasta ahora, ya sacaron la cabeza. El discurso xenofóbico, racista, discriminatorio de Trump suena a campanitas navideñas en sus oídos. Algunos empezaron a actuar de una vez con su vandalismo característico para ambientar la transición y poner a prueba a quien esperan funja como su guía. “Haz a América blanca otra vez” rezan sus imploraciones guerreras en las bardas.

Lo más preocupante es que la contaminación excluyente está llegando a los niños y despertando en las escuelas. La fraternidad infantil multiclasista y plurilingüe está en riesgo. Algunas calles, plazas y rincones norteamericanos serán doblemente frustrantes y peligrosos para latinos, islámicos, afros, judíos, asiáticos, mujeres.

Con Donald Trump no puede haber equivocaciones. Su actitud resbalosa, imprecisa y contradictoria genera la sensación de incertidumbre: como puede ser, puede que no. En primera instancia confunde. Pero su eje argumental populista de derecha radical lo delata. No es el primero y ya debiéramos saber identificarlos. Los de su estirpe han causado mucho daño a quienes influyen e impactan; algunos a la humanidad entera. Éste tendrá en sus manos un juguete con demasiada potencia. 

Parece haber llegado una negra y larga noche. Empieza tensa.

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