Emboscada rusa
Los desacuerdos entre Rusia y Estados Unidos han estado los
últimos meses en sus peores niveles por disputas en diversos ámbitos, temas y
puntos del planeta. El lenguaje es áspero y los amagos militares tantean
acechanzas continuas. Aunque suene exagerado, no faltan analistas que sugieren
que, más allá de lo declarativo, las discrepancias alcanzan prolegómenos de
Tercera Guerra Mundial. Barack Obama y Vladimir Putin se dan la mano de manera
obligada con ganas de jugar fuercitas. Con mutuas versiones y acusaciones
conspirativas ambos se endosan la responsabilidad de la tensión internacional.
En ese contexto exterior se llevaron a cabo las elecciones
norteamericanas. Por eso el flanco internacional del debate entre los
contendientes estuvo acaparado por 'el tema ruso'. Una vez más en la historia,
pero en esta ocasión con sentido y contenido diametralmente distinto al que
tuvo en la era de la Guerra Fría. Entonces la Unión Soviética era el enemigo de
todos dentro de los Estados Unidos. Ahora Rusia se coló como incómodo
participante, aliado de una de las partes, la republicana o dicho mejor, de
manera directa y personal con Donald Trump.
El triunfo de éste haría suponer, por lo tanto, la
oportunidad para distender las mutuas presiones y poner al mundo en un nuevo
arreglo de equilibrio. Nada es tan fácil. Los históricos y beligerantes aliados
de la OTAN han puesto, nerviosos, el grito en el cielo: piden al próximo
presidente norteamericano no abandonar la colaboración militar multinacional
¡debido al fortalecimiento amenazante de Rusia! No es cosa sólo de celos. Es de
desconfianza. La estrategia amigable de Rusia con la derecha norteamericana
huele, en el resto de occidente, a emboscada.
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