Nada sustituye vernos

Un abrazo virtual es tan fugas, tan efímero, como poner un "me gusta" en la pantalla del
computador. Se sabe que está ahí pero no se ve. Mucho menos se siente.

Nuestra amiga en común, Griselda, está cumpliendo años exactamente hoy que usted lee estas palabras. Tiene varios cientos de amigos y seguidores. La mayoría se congratula y la felicita. A todos agradece. Contesta con caritas y pegatinas de fiesta. Sabemos que está ahí, contenta de recibir tanto apapacho -eso es lo que dice- pero no la vemos. Mucho menos la sentimos.

Hace algunas semanas que Griselda no ha sido vista en persona. Nadie ha caído en la cuenta que puede ser algo más que una leve ausencia. Cada cual supone que esta como siempre por ahí, con los demás, riendo y compartiendo, que muchos amigos y seguidores tiene. Hoy todos coincidimos por un mismo motivo. Las respuestas abundantes de nuestra festejada lo confirman: de una cosa se concluye lógicamente la otra. ¡Feliz aniversario Griselda!

"Nuestra amiga" Griselda está sola y encerrada en su habitación.
Padece ataques eventuales de depresión, de abandono interno, de pánico escénico, pero no ha querido que se sepa. Lo que le sucede en esta ocasión subió al grado de extremo. La desdicha esconde sus causas: no ha fallecido nadie cercano; no ha sido un distanciamiento amoroso. Desde que decidió laborar por su cuenta como especialista en mercadotecnia, por medio de las redes sociales, lleva una vida notoria y envidiablemente exitosa.

Nadie puede sospechar la lava interna que la disuelve. Tan querida siempre en la escuela; en el trabajo; en los círculos que frecuentaba. El alma rumbera de la fiesta. Las redes sociales, su refugio, le ayudan a disimularlo. Ayer trató de suicidarse.

Lo ha vivido con todas sus contradicciones: ella misma hizo lo necesario para evitar desangrarse hasta el desmayo. A pesar de que el pedazo de papel quedó manchado por su fluido viscoso y caliente, alcanza a leerse: “Porque nadie me quiere. Porque ya no me buscan. Porque no veo unos ojos reales que parpadeen frente a los míos diciendo que quieren verme”. Todos los que la felicitamos nos hemos quedado pasiva y cómodamente tranquilos porque nos ha dado la evidencia, que supusimos suficientemente necesaria, de que ha cumplido, de buen ánimo, un año más.

No hay alegoría posible. ¿O sí la hay? ¿Tan evidente?

Nada nos sustituye para ser verdaderamente humanizados; para encontrarnos  unos a otros, unos y otros, de manera personal. Somos seres vivos gregarios. Así nos hizo la naturaleza: acumulativos; de contacto. Las redes sociales no son la sociedad en red. Los hilos que nos entrelazan, nuestros verdaderos vasos comunicantes se gestan en el núcleo familiar, en el barrio, en la colonia, en la escuela, en el centro de trabajo, en el club deportivo o social, en el grupo cualquiera al que nos afiliamos por afinidad.

Nuestra razón de ser como organizaciones de la sociedad civil, por lo tanto, va mucho más allá de las causas específicas que en un primer momento nos convocan. Queremos un mundo y una sociedad mejor, desde luego. Queremos a los demás porque nos queremos a nosotros mismos. Para ser vitales.

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