De vasallos a ciudadanos.
En la búsqueda desesperada por
conseguir un héroe colosal que nos defienda, como los mexicanos que somos y
queremos seguir siendo, la imagen del potentado Carlos Slim ha surcado las
redes sociales con un repentino llamado (aparentemente popular) que seguramente
ya habrá llegado a sus oídos: ¡Anímese Ingeniero!, la Presidencia de la
República lo espera, respaldado por un pueblo amenazado y desprotegido porque
sus gobernantes lo han traicionado y abandonado.
El enemigo común nos acecha desde afuera y es necesario contenerlo. El razonamiento elemental que está siendo compartido por miles de veces sugiere aplicar un principio básico de la física: para frenar desde México a Donald Trump es necesario ponerle enfrente una fuerza de igual magnitud, pero en sentido contrario. Si los gringos anglosajones y nostálgicos de la grandeza perdida optaron por ser gobernados por un magnate locuaz y arrebatado, nosotros tenemos al nuestro, y éste es políticamente más correcto. Por lo menos en público.
El enemigo común nos acecha desde afuera y es necesario contenerlo. El razonamiento elemental que está siendo compartido por miles de veces sugiere aplicar un principio básico de la física: para frenar desde México a Donald Trump es necesario ponerle enfrente una fuerza de igual magnitud, pero en sentido contrario. Si los gringos anglosajones y nostálgicos de la grandeza perdida optaron por ser gobernados por un magnate locuaz y arrebatado, nosotros tenemos al nuestro, y éste es políticamente más correcto. Por lo menos en público.
De ricos cada vez más ricos en
medio de pueblos pobres cada vez más pobres, el hecho reconoce de manera
indirecta -pero incuestionable- el grosero proceso mundial de concentración de
la riqueza, de los recursos públicos y del poder político en muy pocas manos, incrementando
el abismo de la desigualdad social.
Se está manifestando una
vulnerabilidad social que me recuerda que en el vasallaje medieval el pueblo
desamparado frente a las amenazas externas imploraba la protección de “su señor”
a cambio de asegurarle lealtad, trabajar para incrementar sus riquezas y poner
el pecho por delante en sus guerras de defensa o de conquista.
Este retroceso
desconcertado parece olvidar las enseñanzas del pasado: los pueblos aprendieron
que tenían poder y valor por sí mismos y así llegó la era de las revoluciones, de
la reivindicación de las libertades civiles y de la democracia desde abajo. O
como se dice comúnmente, los pueblos aprendieron a tomar el futuro en sus manos
y a ser los protagonistas de su propia historia. ¿Acaso no es esta una nueva
ocasión propicia?
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