El mundo en rosa

Demonstrators gather on Boston Common during the Boston Women’s March for America.
Photograph: Maddie Meyer/Getty Images (tomada de The Guardian)
En una época nos dio por negar y tratar de eliminar los patrones de color de la sociedad patriarcal, -rosa para lo femenino; azul el masculino- porque fomentaban los roles de vida machista y sexista que había que suprimir. Ver hoy la reapropiación masiva del color rosa desde el movimiento de las mujeres para reivindicar sus derechos, su identidad y su dignidad me parece, simplemente, maravilloso.

Lo hizo en su momento el movimiento de la diversidad sexual con la bandera del arco iris. Ahora los gorros invernales de estambre rosa símbolizan la resistencia de las mujeres frente a la asquerosa misoginia de Donald Trump. La multitudinaria jornada de movilizaciones de las "Nasty Women" durante El Día Después le lanzó al magnate devenido en mandatario un gran desafío social en defensa de los derechos civiles, la dignidad ciudadana y el respeto de género.

Con su siembra de odio, Trump ha empezado a cosechar la ira de la "revolución del amor" (como dijera Madonna). Su retórica retrógrada y amenazante es la causa visible e inmediata de esta insólita y justificada reacción social, pero en estricto sentido él mismo es una consecuencia de la insensible necedad de los capitanes del capital que en estos mismos días están reunidos en Davos, Suiza. 

Como una más de esas extrañas paradojas de la historia, los campeones de la globalización económica, instalados en el pedestal del poder, están viendo surgir desde sus entrañas a los nacionalistas y proteccionistas que influyen a grandes masas con sus discursos autoritarios, racistas y xenofobos, alimentados por una razón profunda: la extrema desigualdad económica y social en todo el mundo, producto de la más grosera concentración de la riqueza que se haya visto.

Como lo ha resumido la organización civil internacional Oxfam: el 1% de la población detenta más riqueza que el restante 99%. Ocho potentados concentran tanta como la que tienen los 3,600 millones de terrícolas más pobres, la mitad de la población del planeta.

Trump ha sabido motivar la fibra sensible de una importante franja de la sociedad norteamericana también lastimada por la incertidumbre y la desigualdad. Como todos los nacionalistas-populistas de derecha, lo hace desde la exclusión de todos los demás, especialmente de las minorías, utilizándolas como los chivos expiatorios, supuestos responsables de los males que denuncia.

Indiscutiblemente con la llegada de Trump al poder norteamericano se está abriendo una nueva era en el mundo occidental y eventualmente en todo el globo, dependiendo de los impactos que sus acciones produzcan. Pero también, por la reacción masiva en contrario que ha despertado en una sociedad que habría dado la apariencia de apática y conformista.

El mundo tiene memoria y ha reaccionado de inmediato frente a la amenaza. Las libertades y los derechos conquistados no solamente no quieren retroceder sino que, -por el tono de la demanda civil callejera (surgida desde abajo) y de los discursos más connotados (de artistas, activistas y políticos influyentes)- tienen la pretención de ampliarse a la dimensión universal de la vagina. 

De esa rebeldía se han inundado las calles de la Unión Americana y diversas urbes del mundo en una jornada histórica. Revitalizante. El diario mexicano La Jornada la ha resumido de manera absolutamente compartible: "Ante la alerta que provocó en EU y el mundo la asunción de Trump, con la movilización de ayer queda claro que ni todo está podrido ni todo está perdido."

En efecto. No es una sociedad aislada que se muestra en su interior dividida. La reacción universal de resistencia pone en entredicho, en un mundo global, los resultados injustos de la globalización. Por lo tanto, estamos frente a un acontecimiento nuevo. Surgió desde adentro mismo del gran monstruo pero su efecto va más allá y pinta para ser solo el principio. No cabe la menor duda. La pelea está abierta y su vanguardia está pintada de rosa. 


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