Tarde en el paraíso

Sonó la pólvora a mis espaldas. La que empuja al proyectil. Tres, cinco, seis, varias detonaciones. Evidentemente eran armas largas, no pistolas. La confirmación la dieron un par de casquillos levantados y desaparecidos por una mano furtiva: calibre .223 Rem se leía en su base. Efectivamente, el mismo tan genérico que adoptó la OTAN como estándar por ahí de mediados de los años sesentas y que se distingue, por su ligereza, de la munición estandarizada por el Pacto de Varsovia para utilizarse en la temible AK-47 de manufactura rusa. Nuestras calles también forman parte del eterno y universal campo de batalla. Los fabricantes y distribuidores de armas pueden presumir del éxito rotundo de la globalización planetaria. La democrática economía del éxito. El plomo no distingue el color del pellejo que perfora ni su lugar de nacimiento.

Todo eso lo sabría o lo pensaría después. La reacción inmediata fue buscar cobijo tras una pared maciza, por aquello de que los vidrios convencionales para ventanas no solamente son transparentes. Pasada la sorpresa y en cuestión de segundos el movimiento fue otro: al grito de "protéjanse" en algo así como equivalente a "pecho a tierra" de las guerritas infantiles, buena parte del colectivo ya estaba en los balcones con la avidez de presenciar la escena. Todo ello desde el tercer nivel que ofrece la perspectiva un poco más amplia que andar al ras de la balacera buscando un árbol que cubra.

En realidad solamente uno de los presentes pudo ver los acontecimientos al detalle. Su versión repetida debido a la secuencial ansiedad de los observadores infortunados dice: una patrulla con dos policías fue advertida por el chofer de un auto que metros atrás se aproximaban, en dos motocicleta y armados los cuatro sujetos en plan rijoso. Uno de los gendarmes bajó del vehiculo, cortó cartucho y esperó apuntando en el sentido que vendría la embestida. Al paso de los biciclos soltó la descarga de su arma sin ajustar puntería. Vino la ráfaga de respuesta salida de los ocupantes traseros de las motonetas. Tampoco atinaron. la persecución continuó hacia los confines de La Luna de donde minutos más tarde llegarían noticias de otra refriega. Fin de la historia que dieron motivo a los ruidos que escuchamos de cerca. Los demás nos llegarían en su eco de avenidas vecinas. Pum, pum, traka, traka.

Para entonces una zona amplia de la ciudad estaba convertida en un caos vial y mental. Son los momentos en los que las redes sociales dan muestra de su utilidad y de su fragilidad. ¿Cuál información es la buena? Esa será la pregunta por el resto del día. Prudencia. ¿Cual será la ruta más adecuada? Buenos deseos y prudencia. Esperemos que no pase a mayores para poder retirarnos. Después de esperar un rato, que todo mundo se reporte al llegar a su destino.

Seguramente las calles principales están bloqueadas. Los vehículos que se ven en la calle están detenidos y los que se mueve solo dan vueltas alrededor de su desesperación. Pedir que vengan por mi es hacer una maldad impropia para la ocasión. Tomar un taxi es un sinsentido. Opto por hacer el acostumbrado recorrido a pie bajo el entendido -que me impongo- que no podrá ser por la ruta de siempre. Pasar por las instalaciones de Tránsito seguramente va a ser imposible. Forma parte del complejo de edificios de seguridad y justicia en el que se encuentra la Fiscalía que ha sido atacada violentamente y donde ha empezado todo el desorden.

La ancha y normalmente transitada Avenida Kabah está desierta. Casi. Sus entronque están señalados con largas tiras plásticas amarillas en indicación de pintar raya, mientras varias patrullas se apostan en puntos indistintos. Luces azules y rojas giran. Policías están a la expectativa sin tener muy claro que hacer cuando no atienden al teléfono. Algunos se mueven en un sentido y otros en el contrario. Aquí sucedió algo pero ya no pasa nada. En el aire flota la densidad de un día irregular.

Cruzo la avenida y en el gran terreno en el que a veces se instalan juegos mecánicos y ferias ahora está atestado de una aparente rutina que obviamente no lo es: está muy poblado de camiones de carga que hacen el descanso. Sus ocupantes parecen tranquilos. Lo que pasó ya pasó, mientras en los alrededores personajes de seguridad, que se distinguen por vestir de civil con chaleco antibalas y arma larga al asecho, deambulan de un lado para otro; ya van, ya vienen. Corren y se frenan. Voltean, se paran y se vuelven a mover. Supongo que son policías judiciales por el porte y el actuar. Cuando la adrenalina fluye extremosa se impone la necesidad de la acción. Cuando no hay acción y estás en el escenario queda la actuación. Es la ocasión de ser protagonistas de algo importante. Los músculos se tensan, la mirada acecha, el gatillo está al alcance. ¿´Onde´stan esos malditos pa´partirles la madre?

Justo en la esquina del gran terreno, en Kabah y Xcaret, se han hecho un muégano los autos patrulla de la Policía Federal; los uniformados. Los agentes ni se inmutan ni se acongojan. Afuera de sus unidades unos charlan y otros simplemente miran como con cierta picardía lo que los judiciales hacen, sin hacer y sin dar con bola. Paso lo más cerca posible para dar las buenas tardes y esperar reacciones. Solo una voz alcanzo a escuchar a mis espaldas que traduzco como "que le vaya bien jefe".

Ver hacia el fondo de Xcaret con sentido a la Fiscalía vulnerada me provoca una mini conmoción auto sugestiva. Ahí fueron los hechos indeseados. Muchos más policías se alcanzan a ver, desde luego, dentro de una maraña de cintas plásticas amarillas. ¿Qué le dió valor a ese puñado de atrevidos (me refiero a la importancia para su causa y no sólo a su arrojo personal) para meterse en la boca del lobo con una provocación de ese tamaño que pone de cabeza a la ciudad y desafía a la autoridad en el seno de su propia conservación? No tienen por qué pensarlo así pero también tienen porqué: el desafío a las instituciones del Estado ha sido de letras mayúsculas. Una cosa en Juan Domínguez y otra muy distinta querer presumir de una muy superior capacidad de fuego, logística, militar y pretender salir ilesos. La desesperación o la órden de generar cáos con provocación debe haber sido suprema.

El hervidero está en la gasolinera, cruzando la calle. ¡Ah!, estamos en tiempos de la gasolina como otro protagonista de nuestros males. Hasta en este se presenta. Muchas cámaras y chalecos conocidos. Los reporteros se concentran excitados. Se les nota. No los dejan acercarse más sobre la calle Xcaret hacia la Fiscalía. Por la parte de atrás del estacionamiento llegan corriendo otros más también con sus cámaras fotográficas o de video. Repentinos corresponsales de guerra que no estaban preparados para una guerra inesperada. Aquí si pasa algo. Me acerco lo que considero prudente sin llamar su atención (aunque no hay precisamente peatones en ese momento) cuando tratan infructuosamente de conseguir una declaración que valga la pena de alguien a quien se le arremolinan. No pasa nada. Sigo de largo. Más tarde podré confirmar que de ahí no salió ninguna noticia que justificara sus excitaciones. Atrás de la raya que la información la darán más tarde las altas autoridades.

La gente ha sido evacuada del super Chedraui, incluidos empleados con sus uniformes azules con naranja. Algunos prefieren esperar sentados en la banqueta o recargados en las paredes. ¿Será que les dijeron que se esperen para regresar o será únicamente que al momento no pasan los autobuses para retirarse? Su permanencia  por ahí me resulta más o menos kafkiana. Deben tener flojera de caminar porque van muy lejos, contando con que es temprano para enfilar a casa. No lo he dicho pero son un poco pasadas las cinco de la tarde.

El resto del recorrido es tranquilo aunque zigzagueante. Las avenidas principales están pobladas de policías de diversas corporaciones y de las mismas cintas amarillas. Prefiero evitarlas.  Alguien con chaleco color caqui y actitud decidida me interroga que si qué yo por ahí; voy para mi casa. Tuve que dejar el auto (ficticio) desde un punto lejano y no me queda más que caminar. Váyase rápido y con cuidado, jefe, la cosa no se ha calmado. No debería andar en la calle. Esa manía muy nuestra de llamarnos jefes en un tono sin jerarquía.

Todo igual hasta que a la altura de los Tacos Rigo, en la esquina de Palenque y Playa, circulando sobre ésta última me pasa un par de camionetas de la policía municipal y de la ministerial con sus uniformados armados, a toda velocidad y sirena. Un taxista solitario se cruza con ellos lentamente y de inmediato hace uso de un radio manual de frecuencias ¿A quién le reporta? Para entonces se estaría diciendo en información semi oficial que el comando de los malosos se enfilaba para atacar el Palacio Municipal; lo cual no sucedió, pero habrían estado en otros puntos neurálgicos y vistosos como Plaza Las Américas. 

A los últimos beligerantes que vi antes de llegar a mi destino (previa compra de las tortillas en la tienda de la cuadra) pasaron por Palenque en camioneta paisana sin identificación, con tiradores fuertemente armados, vestidos de civil y con pasamontañas calado. La incertidumbre da escalofríos. ¿Quién es quién aquí? que todos han salido a exhibirse con sus juguetes.

El resto es conocido por desinformación e información en redes, en medios y en comunicados oficiales. Familiares y amigos, a lo lejos, se reportan indagando por mi suerte. Todo está bien, gracias, aunque ha sido una jornada tensa. Se han enterado que el día anterior sucedió también algo espantoso con todo y muertos. Todos preguntan: ¿qué le pasó al paraíso?


Comentarios

Entradas populares de este blog

Sobre el dinosaurio camaleón

México ante la necesidad de un Nuevo Orden Mundial

No hubo “corcholatas”