El "hambre" es canija y la carne posibilidad

Por: ARMANDO TIBURCIO ROBLES

La soledad es reconocida como uno de los principales problemas de la edad adulta avanzada; de la vejez. Atemperarla puede estar a cargo, que duda cabe, de diversos tipos de compañía. Para una mujer sexagenaria no viene mal contratar a un acompañante, escort o prostituto treintañero -para empezar y cuando menos- con el fin de presumir públicamente su compañía, aunque los observadores más suspicaces puedan suponer que, de no ser un familiar conocido, es un ente pagado. Otra cosa es que la sociedad se haga la desentendida.

Después pasa lo que es posible que suceda a puerta cerrada: mujer vieja también se calienta. El deseo nunca muere. Para reafirmar la vitalidad sirven los acostones comprados a un amante viril. La diferencia de edad no es una desgracia para la mujer. Ni siquiera una molestia. Todo lo contrario: la venganza de las mujeres maduras, con relación a los hombres de su misma generación, es que no tienen que pasar por eventuales limitaciones físicas para que el sexo fluya.

Rosa Montero ataca el tema con frescura y sobriedad desde Soledad, la muy vital e intensa protagonista. Sin importar la causa que originalmente explique su decisión, Soledad se consigue quien le haga el amor a la paga. Y entre sus carnes se enreda. Un prostituto, aunque en un intento de elegancia ¿machista? se le diga gigoló. 60 y 32 son las respectivas edades, dato suficiente para desencadenar la curiosidad por la trama.

Trama que va mucho más allá del sexo pagado, desde luego; pero empecemos por ahí: reconocer que las mujeres también hacen (o pueden hacer) uso de los servicios sexuales contratados. La compra-venta en "sentido inverso" de las deferencias carnales se aborda con muy poca frecuencia en la literatura o en las noticias cotidianas. Una que otra nota periodística circula por ahí. Pocos estudios de fondo. Y, desde luego, nada de estigma para los oferentes del servicio, si se compara con la prostitución femenina y todos los conflictos y prejuicios que se tejen a su alrededor.

Traigo a colación un breve reportaje de cuando el hecho sucede en nuestro entorno tropical: mujeres de edad avanzada visitan el Caribe (y otros lugares similares) en plan de turistas sexuales, como clientas consumidoras.

La necesidad para este mercado existe con creces. La sexualidad de los viejos es una realidad vigente y contundente. Lo dicen las estadísticas -en base a lo que dice la propia gente cuando se le pregunta- a pesar de que en el imaginario colectivo y en su verbalización se trate de obviar, si no es que de subsumir


Un riesgo que no es solamente para las mujeres /
foto cortesía en WhatsApp
La actividad sexual disminuye con la edad ya sea por prejuicios o porque las personas se quedan solas. ¿Y cuando los viejos se quedan solos? Va de vuelta: no hay edad para el deseo ni para necesitar placer. Su ausencia es causa o catalizador de muchas molestias y enfermedades.

En ese sentido el simbolismo de la novela es muy directo; frontal. No es nada casual que el personaje sesentón lleve a la Soledad por nombre, porque también la lleva como carga, a pesar de su intensa actividad para tratar de esquivar a la implacable realidad.


"...Soledad iba y venía, entraba y salía, viajaba y amaba, creyéndose viva y, sobre todo, creyéndose a salvo de la vejez. Porque uno de los espejismos más extendidos es el de pensar que nosotros no vamos a ser como los otros viejos, que nosotros seremos diferentes. Pero luego la edad siempre te atrapa y terminas igual de tembloroso, de inestable y babeante." 
.223-224)

Un sube y baja de emociones. Comprar las caricias de un amante puede ser tan intenso como fugaz; para luego esta sola otra vez. Empezar, a partir de entonces, a sentir muy de cerca el arribo a la puerta final:

"La última vez que hacías el amor, la última vez que subías a una montaña, la última vez que recorrías al trote el parque del Retiro. El tiempo tictaqueaba inexorable hacia la destrucción final, como una bomba.
Estuvo a punto de chillar, pero, por suerte, se contuvo."
(p.229)

Se contuvo porque la vida, mientras está, ofrece variantes para sobrellevarla con distintas alternativas. La autora le otorga a Soledad el refugio en las letras para que intente compensar algunas pérdidas, para enfrentarse a sí misma, para mirar a los ojos de la soledad:

"...en esta vida no podía arreglar tantas cosas. Pero, por lo menos, intentaría redactar una novela. Sería un consuelo, ahora que el amor se había acabado para ella." 
(p.233)
...

"Sólo tenía que rebajar sus propias exigencias, sus expectativas. Sólo tenía que soltarse y jugar. Lampedusa tenía sesenta años cuando se publicó su primera obra, El gatopardo. Bueno, para ser exactos ya no tenía sesenta años, porque murió mientras el libro se estaba imprimiendo, de modo que salió póstumamente y no sólo fue su primera novela sino la última. Esa parte no querría imitarla Soledad, pero lo que Lampedusa demostró era que se podía empezar a escribir de mayor. Sí, ¿por qué no?" 
(p.232)


Tómese como un guiño de la autora no sólo con su profesión y sus gustos sino con sus propias intenciones. Una invitación para todo aquel sexagenario que quiera intentarlo. Para eso ha puesto después, porque también puede servir (casualmente), su libro más reciente'Escribe con Rosa Montero' ilustrado por la pintora Paula Bonet. Una cosa va con la otra...

Parecía el final para Soledad, después del deleite con su gigoló, pero no está descrita como una persona que se rinda a la primera ni a la segunda. Los deseos nunca mueren y está dicho no para que sea un eslogan sino para que se tome al pie de la letra. He ahí que la vida insiste en su empuje obcecado, su loca y patética esperanza de mantener la cabeza levantada. En un mal día puede haber una buena atisbada: 


"...se quedó mirando los anchos hombros del corredor, las nalgas musculosas tensándose rítmicamente ante sus ojos. Ah, ese esplendor de la carne."
(p. 234)

¿Se quedará Soledad en soledad con las ganas de volver a intentarlo?

¿Y usted? 

¿Se las aguanta o se anima a leerla?

Rosa Montero / foto internet

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