El ser humano no es malo, es estúpido: Jonas Jonasson

Uno se acerca al texto y se engancha de inmediato con el título llamativo: "El abuelo que saltó por la ventana y se largó". Poco después tintinea la alarma, al avanzar la lectura, porque algo no va bien. Al final de la misma, la sospecha es confirmación: el abuelo no es abuelo. No puede serlo dado que ni siquiera es padre. Se lo impidió en la juventud la alteración de su naturaleza reproductiva a mano de un bisturí racista. Es un dato clave de la historia, perfilando lo que la vida fue siempre para Allan Karlsson, el personaje-antihéroe de la novela: un enfrentamiento constante con la adversidad, con la necedad y con la estupidez redundante del ser humano; incluida la propia.

La descuidada traducción del título al español confirma la convicción tajante del autor Jonas Jonasson, quien con ello debe sonreír confirmando lo que parece ser uno de los fundamentos para construir sus relatos: "El ser humano no es malo, es estúpido”.

Jonasson no escatima en refrendar su convicción por dentro y fuera de sus escrito. El improbable Allan de esta historia circula por el mundo aprovechando las inesperadas circunstancias neurálgicas que se le presentan, pero sobre todo las vanidades y banalidades motrices de la estupidez de la gente, incluida en la toma de grandes o pequeñas decisiones: 


"Allan Emmanuel Karlsson cerró los ojos y tuvo la absoluta certeza de que estaba a punto de dormirse para no volver a despertar. La vida había sido emocionante de principio a fin, pero no hay nada que dure para siempre, salvo, tal vez, la estupidez generalizada." 

(El protagonista se equivocó y volvió a abrir los ojos al día siguiente. Sólo en eso se equivocó.)

El título original de la novela en sueco es Hundraåringen som klev ut genom fönstret och försvann. No tengo ni pizca de idea sobre esa lengua pero el Google Traductor de la computadora me dice que el significado mas o menos literal debe ser algo así como "El centenario que escaló por la ventana y desapareció".

Para lo que quería averiguar, me basta. Dice el centenario...

Es decir, es el hombre de los cien años quien se escapó para hacer sus travesuras y no el abuelito de todos los niños. Lo que representa esta última imagen no tiene nada que ver con el personaje que se despliega en la novela. Para efectos del mismo y de la circunstancia en que se elabora y describe la obra, una palabra u otra hace notable la diferencia. En este caso gana la mercadotecnia; pierde la causa del envejecimiento activo.

Se puede alegar que en nuestras prácticas comunes a las viejos y viejitos les llamamos cariñosamente abuelos o abuelitos, pero ese es justamente el problema. Para empezar, no todo anciano es abuelo porque este hecho tiene una connotación genealógica y, como es obvio, no en todos los casos sucede. Si se le piensa bien, la igualación puede ser un señalamiento ofensivo. ¿Quien lo sabe? Adicionalmente el cariñito trae una carga de minusvaluación, marginación y hasta, se dice, de infantilización contra los viejos; tema que está entrando poco a poco en el debate público relativo al trato integrador e incluyente (contra el tradicional excluyente) que debe proporcionarse a los ancianos. El debate es la reacción de reflexión y autodefensa de una sociedad que demográficamente tiende a envejecer.

Los viejos siempre han sido tema en la literatura, el cine y, en general, de las artes. pero es innegable que desde que el mundo empezó a envejecer notoriamente, empezando por los países desarrollados, la atención ha virado cada vez más hacia los posibles efectos generales y personales derivados de esa evolución demográfica. Habrá más personas identificadas con Allan Karlsson simplemente porque hay más viejos, incrementándose el número y la proporción de los que llegan a centenarios. No es un retrato hablado de lo que se debe ser. Tampoco una aspiración. Es un reflejo.

¿Novela rosa o negra?

"No pienses en elefantes rosas" dicen los psicólogos en un juego mental cuando quieren provocar exactamente lo contrario. También se usa en relación a las ilusiones y alucinaciones que pueden provocar los estimulantes, el alcohol o el delirio. Suponer o dar como hechos cosas improbables. La imagen del viejo centenario (casi) disfrazado como elefante rosa, con un cartucho de dinamita en el bolsillo, es el sarcasmo más cercano a la ironía perfecta. 

Pensando en Sonja, la elefanta protagonista, también puedo asociar la imagen a ese flanco de la estupidez humana en la que nos da por cargar, a través de la vida, cualquier cantidad de cosas inútiles por innecesarias (materiales y mentales). Y a Sonja la cargan para todos lados.

Pero eso es todo lo rosa de la historia. Lo demás pinta para soterrada novela noir, a pesar de lo que dicen comentarios y articulistas: "por fin una exitosa novela sueca que no es negra". Al contrario; para mi gusto lo es más, en el sentido clásico y original del género. Por ejemplo, la tácita ambigüedad, tan característica, en la que se confunden los roles de los protagonistas, es más que elocuente: 


"El comisario se sentía un punto decepcionado por el desarrollo de los acontecimientos. Habría sido más estimulante conseguir salvar al anciano de las garras de una banda de criminales en lugar de lo que estaba pasando, a saber, que fracasaban en el intento de salvar a los criminales del anciano."
(Pag 203)



Policíaca tal vez no, pero negra, sin duda.

Jonas Jonasson / foto de Carles Ribas, tomada de El País

Historia, diversión y compromiso.


Revisar los hechos significativos de la historia universal también puede servir para divertirse. Esta entretenida pieza narrativa nos los deja claro. Los cien años de edad de Allan Karlsson son la perfecta plataforma para hacer un recorrido somero (e intenso a la vez) por algunos de los grandes hechos del siglo XX. Si alguien pudo estar presente justo en el ombligo de los acontecimientos del mundo, ese fue Allan. Se divierte el protagonista porque, desde luego, se divierte el autor. Indudablemente nos divertimos los lectores.

Aunque los escritos de Jonasson no están hechos solo para entretener. Instalado en Suecia -su país de origen-, montado en el sarcasmo, la ironía y una buena dosis de humor, aterriza en una aventura al estilo de García Márquez, como él mismo lo afirma. Algo así como un realismo mágico a la sueca. Instrumentos narrativos que son también (a confesión de parte) su arma para "reflexionar y denunciar problemas del Estado y la sociedad." Se reconoce, por lo tanto, en una escritura comprometida. 

A los Estados y sus gobiernos los motoriza, claro está, la corrupción. Ese aceitoso instrumento que hace posible que sucedan cosas que no deberían suceder: facilita huidas, destruye economías, desarticula vidas y hace factible las vacaciones colectivas ganadas a golpe de resistencia frente a las perniciosas adversidades. 

"Indonesia es la tierra de las oportunidades" dice socarronamente el viejo Allan en alusión a los convenientes y grotescos procedimientos de extorsión de los que se vale para resolver cualquier problema con la autoridad en esa localidad.

-Mi nombre es Dollars, Cien Mil Dollars.
-No le entendemos señor.
-Digo que mi nombre de pila es Doscientos Mil y mi apellido es Dollars.
-Bienvenido señor Dollars.

Simbolismo, uno entre tantos, de los lugares en los que, cuando se tiene el dinero suficiente, se compra lo que sea, sin importar leyes, normas ni valores. No se le escapa que la posibilidad cuando se presenta (o se necesita) tienta a todos, aunque procedas "del país menos corrupto del mundo".

Un país (también como tantos) en el que, según la novela, puede haber personalidades extremadamente ignorantes y estúpidos pero suficientemente adaptados a las condiciones de su entorno como para gobernar, enriquecerse al extremo y garantizar herencia fácil a su descendencia. (Para este caso es una mujer, por cierto, lo cual no se puede obviar).

Playas paradisíacas y cocteles multicolores adornados con sombrillas también hay en otros lados. Imbéciles con poder, igualmente. Sus razones tendría Jonasson para ambientar esa parte de la novela en Indonesia, pero perfectamente pudo haber sido en las playas de.... México por ejemplo. Ni modo que el terruño no pueda aparecer como anfitrión del Señor Dollars.

Finalmente, por aquello de que luego entran los amores por los personajes atípicos, es el propio autor quien, en una entrevista, pone límite, color y tono a la vida locuaz del centenario personaje: 

"Una de las contradicciones de amar a Allan Karlsson, nuestro héroe, es que es un idiota político, una máquina de matar, un hombre sin moral, no es un hombre común. Dejo que sea el lector el que decida si es bueno o malo. No creo que sea una buena persona." 
... 
"No nos ayudaría nada tenerlo con nosotros. Es nuestro héroe para la novela pero no nos ayudaría. Espero que se quede en el libro y que no salga de ahí, no nos hace falta."

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