Matan mujeres, simplemente

 ¿Quién se divierte, se reconforta y luego se desentiende con la muerte de mujeres inocentes? ¿Quién matándolas impunemente?

La lista, aunque suene molesto, puede ser larga.

Lamentablemente. 

En este caso no se trata de un asesino en serie. Lo anticipo. Se refiere, sin mencionarlo de manera explícita, al sistema. A todo ese entramado de complicidades, tanto legaloides como por fuera de la norma, que dejan a las mujeres inermes a merced de un manipuleo perverso que, se dice,  incluye rituales y arrabales. Ese es el verdadero mayor asesino serial de la historia que se descubre escondido y acechante detrás de cada caso individual.

Las llamadas muertas de Juárez pasan por aquí porque son las más sonantes de un concierto siniestro, pero no son las únicas muertas a la mala. Ni en la vida real ni en la novela. 

¿Cómo le hace una sociedad para cargar con eso en la conciencia? 

Fácil: superandolo con cosas peores. Fosas con cientos de cadaveres por diferentes puntos de la geografía mexicana, por ejemplo. Medicina para entumecer la mente.

en la Feria de la Novela Negra y Policíaca del FCE
A primera vista parece que el título no se corresponde con la historia narrada pero cuando uno observa el conjunto descubre la estratagema. El subterfugio de la denuncia se busca y encuentra de otra manera. Aunque haya quien diga que en nuestras realidades criminales el género negro puede ser sólo para entretener. Si así fuera no tendría clientela.

Es por eso que de tantas frases rescatables de Rolo Díez que uno encuentra a lo largo de la novela, como para dar una probadita de lo sustanciosa que es en escasas 170 páginas, al final de todas maneras me quedo con lo que resalta la contraportada que, a la vez, está por ahí al inicio del capítulo ocho. No tiene pierde porque se trata, insisto, de desnudar a un sistema corrompido y engolosinado con muertes femeninas permitidas y nunca aclaradas: la ironía es sentencia. 



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