El miedo a los animales

Por: ARMANDO TIBURCIO ROBLES

El descontón plantado a la quisquillosa élite que dirige y usufructúa los cánones de la cultura mexicana es proverbial. En este caso, a esa franja de luminarias que se regodea con luces artificiales engarzadas en los pasillos exclusivos de la literatura. Para no dejar duda de que en todos lados se cuecen semillas de egocentrismo y de luchitas en las capillas de poder. No todo es calidad literaria.

"Antes le dolía no haber realizado sus sueños. Ahora le horrorizaba haber soñado con algo tal vil."

Salamería, putañerismo y simulación son armas que también se velan en el mundillo de la cultura, colocando en la cúspide de los sagrados santones a aquellos que mejor las practican. A tal grado llega el nivel de comparación que el protagonista, finalmente, tiene que debatirse entre convivir en ese medio (al que tanto había soñado arribar y al cual sangre y sudor le costaron llegar) o mejor regresar al nebulosos, atascado y violento sótano de la Policía Judicial Federal. 

Se despliega una rotunda carcajada cuando el autor desliza que aquella comparación sería tomada entre los culturosos como "una broma de mal gusto".

La base de este hilo argumental, con el que se teje una historia hilvanada de manera magistral, está en una contundente aseveración de Balzac que el propio Enrique Serna coloca sin ambages, en una cumplida actitud de honestidad intelectual, en el cuerpo de la novela: 

"No hay gran diferencia entre el mundo político y el mundo literario. En ambos mundos sólo encontrarás dos clases de hombres: los corruptores y los corrompidos."

Una máxima que, tal parece, es válida en todo tiempo y lugar. Serna lo devela, para el caso mexicano, con un realismo crepuscular y sórdido en una novela (vale decir, por lo tanto, "negra") absolutamente recomendable.

Querer resolver un crimen y salir del atolladero por intentarlo desencadena una secuencia de acontecimientos crudos y violentos, chispeados por emociones, frustraciones, pasiones y sentimientos que se entrelazan para poner en evidencia las similitudes entre dos mundos paralelos aparentemente distantes pero que siempre encuentran sus vasos comunicantes. El responsable está siempre ahí, como una sombra, pero también visible. Sin embargo, no es tan fácil verlo. Esa es la virtud de Serna, que en el juego de las ideas, las palabras y sus inflexiones, es un especialista de la sorna

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