Asesinato en el CC

Por: ARMANDO TIBURCIO ROBLES

Cae de bien revisar temas, formas, lenguajes y estilos conocidos, despellejados de la piel, con el origen en la distancia. En otros tiempos que campean en el recuerdo tirándole a ser olvido. Recibido como préstamo (así era, ¿cierto, Noemí?) quedó el libro por años conmigo, -tornando sus hojas amarillentas y esa mala manera de encuadernar que cuando se abre por la mitad se despegan y en un descuido se desparraman- vagando entre cajas, libreros y viajes, como involuntario autoregalo. Involuntario, digamos. Puede ser, al final de cuentas, estrictamente un préstamo y, como tal, posesión temporal para regresar a las manos originales. No lo se. Dependerá de las vueltas de la vida y de los reencuentros que, a veces, la misma prodiga.

En este recuento y revisadero de novela policíaca, negra y sus variantes que me ha dado por hacer, con un nuevo aire, para desentrañar lo que al respecto se hace en México y el Caribe, Manuel Vázquez Montalbán crece frente a mis ojos. Estoy diciendo de alguien que no es de la comarca pero que es y ha sido, a confesión de parte, fuente, inspiración y referencia de varios de los autores de la región que voy conociendo. No tengo, hasta ahora, ninguna otra novela suya reseñada. Pero es indudable que la deberá de haber. Después de leerlo es condición obligada.

Asesinato en el Comité Central evoca viejas memorias que me facilitan la identificación de las inflexiones del relato, debido a un lenguaje conocido que, evidentemente, ha sido compartido entre las izquierdas de habla hispana, no importa si trataban de diferenciarse, en una loca, jocosa y a veces violenta competencia entre sí, por razones ideológicas, dogmáticas o sectarias. ¿Cual ha sido la poseedora de la verdad histórica?. Ninguna. A todas por igual les cayó el muro encima.

Por añadidura, el contenido político tiene y tendrá vigencia e importancia en la novela negra porque el crimen y sus pasiones también es política... y a la inversa. Como ejemplo, he podido dejar constancia aquí de la buena factura de varias novelas puertorriqueñas hechas de la mano de un viejo dirigente independentista boricua, Wilfredo Mattos Cintrón

Pero eso lo digo ahora, más de 30 años después. Para que la debacle total sucediera aún le faltaba sufrir sus serios desgarres a la historia verdadera. En un pasaje discursivo de autodefensa (a la vez premonitorio) uno de los personajes afirma vehemente:


"Tal vez en el año dos mil, cuando la clase obrera sea otra cosa, haya desaparecido en su acepción tradicional, tal como lo ha vislumbrado Adam Shaff. Pero de momento la clase obrera es la clase obrera, aún estamos lejos de ese cambio de la formación económica condicionado por el automatismo, por la revolución de la microelectrónica, ¿me sigue?"

La clase obrera, pues, parecía seguir destinada a alcanzar el paraíso. No todos en el concierto del debate sobre el futuro tenía la misma alegría. Uno más, instalado en el ala de los pesimistas, por fuera de la militancia diría con ese lenguaje dogmático sacado de los textos básicos de materialismo dialéctico:


"Las contradicciones se han agudizado, pero estoy menos perplejo respecto a la tarea que habría que proponerse para que tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados en un ruidoso estercolero químico, farmacéutico y radiactivo."

Ambientada en la España de inicios de los ochentas, recién salida del franquismo sobrecogedor y en el contexto internacional de la desestalinización del comunismo militante internacional, a la disputa entre anarquistas, comunistas, eurocomunistas y socialistas (y todos contra los fachas desangelados) no le viene bien un asesinato de primer grado en la élite de una de las izquierdas. Para resolverlo está Pepe Carvalho, un barcelonés, con apellido porto, llamado a Madrid para la investigación paralela. Un comensal de buen diente y saberes en las lides culinarias.

Para esas épocas la economía mundial no terminaba de dar el vuelco histórico. La izquierda tenía convulsiones que parecían propias de un nuevo renacer. El propio autor, unos pocos años después de publicada la novela, en 1984, mantenía viva la esperanza:


"El tema de la crisis de la izquierda entretiene como una chuchería del espíritu que sólo tiene sentido en los escasos rincones del mundo (París, Londres, Malasaña, Olot) donde la izquierda ha podido permitirse el lujo de anquilosarse. Pero, incluso en esos rincones privilegiados, la izquierda sigue teniendo función cuando, por encima de razones de coyuntura, está en condiciones de elegir entre sandinistas y anti-sandinistas, entre burocracia soviética y aquellos disidentes que apuestan por las libertades como instrumentos para cambiar la vida y la historia, entre nuclearización y desnuclearización, entre política de bloques y desarme universal generalizado, sin olvidar tomas de partido tan elementales como elegir el sentido de austeridad que trata de imponer la patronal o el sentido que pueden asumir las clases populares a cambio de estimular el proceso de transformación."

La desazón vendría después. 

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