Caribe somos: solidaridad con las zonas afectadas por huracanes

En estos días la referencia internacional sobre México se identifica con terremotos. La del Caribe, con huracanes. Ambos con pérdida de vidas humanas, destrucción o devastación. 

¿Qué se significa, entonces, al decir Caribe Mexicano?

Con sobrada razón hemos tenido la atención y la ocupación puestas en el centro del país afectado por los recientes sismos; ya sea por origen, por vínculos familiares o afectivos, o por mero patriotismo. Solidaridad y ayuda han sido las reacciones elementales, fundamentales y necesarias que esos hechos nos han motivado. 

Menos identificados histórica y culturalmente, con la región del Caribe nos liga no solo el nombre que le hemos adoptado sino, justamente, la ubicación geográfica y, con ello, la posibilidad de compartir sus maravillas naturales (con los correspondientes beneficios económicos), pero también la propensión a sufrir los efectos climáticos huracanados que en estos días han postrado en crisis extrema a varias islas antillanas.

La historia reciente del Caribe mexicano registra a los devastadores huracanes Gilberto (1988) y Wilma (2005). Apenas hacia principios de agosto pasado el estado de Quintana Roo se declaró en alerta por el amenazante arribo de la tormenta Franklin que, finalmente, no causó mayores problemas.

En general, el Caribe enfrenta nuevos desafíos climáticos que deberán ser atendidos en su adecuada dimensión. Según un estudio divulgado a principios de este año por la Comunidad Británica (Commonwealth), -Informe sobre el impacto del cambio climático en los pequeños Estados Insulares en Desarrollo del Caribe-

“hay una probabilidad del 80 por ciento de que, a medida que avanza el siglo, aumente el número de tormentas devastadoras de categoría cuatro y cinco.”

Esto es, aunque la frecuencia global de las tormentas del Atlántico está experimentando una disminución hacia el futuro, su fuerza, velocidad e intensidad se habrán de incrementar significativamente (en alguna nota leí que hay quienes están proponiendo agregar un nivel más a la escala de huracanes de Saffir-Simpson  que ahora culmina en 5).

Sólo unos meses después de difundido el informe, a finales de agosto, Harvey pegó destructivo en las costas Texanas para que, en lo inmediato y de manera consecutiva, llegaran Irma y María causando los estragos que estamos viendo en estos días en varias islas del Caribe. Más allá de los límites de interés del estudio la realidad climática no tiene fronteras.

Visto así, el demoledor huracán Matthew que arrasó con Haití en los primeros días de octubre del año pasado habría sido el anuncio de esta tendencia global. Pasaron nueve años (2007) para que el Caribe se viera afectado de esa manera y ahora sucede en años consecutivos y multiplicado. Podría decirse que es prematura la afirmación, pero tratándose de los riesgos que la tendencia representa más vale asimilar la advertencia para prevenir, ya que todo indica que la ciencia está por delante de los hechos:

“aunque a nivel mundial (a lo largo del siglo) se pronostica que los niveles del mar tendrán un aumento en promedio de 26-82 cm (10-32 pulgadas), esta cifra podría ser mayor en el norte del Caribe en un 25 por ciento, lo que representa un riesgo significativo de daño, por las mareas de tormenta, en los asentamientos, la infraestructura y la biodiversidad.”

Adisionalmente, los autores del estudio anotan:

“La temperatura superficial del mar Caribe probablemente será uniforme en todas las estaciones, con calentamiento a más de 28ºC, con implicaciones negativas durante todo el año para la intensidad de los huracanes y para las precipitaciones a principios de temporada. También habrá una tendencia hacia períodos más secos, lo que aumenta los riesgos de sequía y de lluvias intensas.”

Se pueden obtener importantes deducciones del estudio y necesariamente estará complementado y contrastado con los análisis propios realizados en otros puntos de la región. Lo que no se puede hacer es ignorarlo.

Hasta el momento el Caribe Mexicano ha salido bien librado de la carga huracanada y sísmica que su nombre puede invocar en estos días. Para quien sepa y difunda sabrá decir que aquí no pasa nada; que es zona segura (están pesando en contra las advertencias hacia los eventuales visitantes debido a la inseguridad provocada por la violencia criminal). No es área típica de temblores (aunque el del 7 de septiembre, con epicentro en el Istmo de Tehuantepec, fue levemente perceptible en la región sur del estado)* y los huracanes de la temporada (y de los últimos 12 años) han tomado rumbos distantes. 

Queda, entonces, meridianamente claro que el tema debe ser abordado con una visión de mediano y largo plazo. Hay que ver hacia el centro del país, sí, pero también analizar, revisar y aprender de lo que sucede en el entorno caribeño. Saber, con antelación, aprovechar ventajas y minimizar riesgos. La nueva circunstancia, por amenazadora, puede cambiar las cosas en el futuro próximo.

Lo más importante es el factor humano. Mucha gente está sufriendo ahora mismo los estragos climáticos en el Caribe. Las circunstancias demandan manifestaciones claras de solidaridad con las zonas, islas y países afectados con los recientes huracanes. Con su gente. 

Mezquino sería obnubilarse con la golosina comercial y ver exclusivamente la ventaja temporal de absorber los beneficios del mercado turístico que podría estarse desplazando desde las zonas devastadas hacia esta parte del Caribe. 

La vida, como el aire caliente, da vueltas.



*Para las condiciones del subsuelo caribeño y los riesgos de movimientos telúricos, erupciones volcánicas y cambios en la fisonomía marina, sugiero ver el interesante vídeo sobre el Fondo del Mar Caribe

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