Somos autodestructivos, como el alacrán aquel...


REVOLUCIÓN

Siempre habrá nieve altanera
que vista el monte de armiño
y agua humilde que trabaje
en la presa del molino.

Y siempre habrá un sol también
un sol verdugo y amigo
que trueque en llanto la nieve
y en nube el agua del río.
                                   León Felipe   

Actuar en consonancia con lo que sabemos sería una de las mejores muestras de que en el infinitecimal planeta Tierra existe la inteligencia, dice el astrofísico Neil DeGrasse Tyson, con algo de ironía, refiriéndose a las reiteradas confirmaciones científicas del calentamiento global actual y a la necedad humana de no atajar de manera drástica los peligros que le acompañan. (Versión actualizada del documental COSMOS, una odisea en el espacio-tiempo. Lo he podido ver íntegro en Netflix).

Algunas civilizaciones han desaparecido o han venido a menos por causas provenientes de la naturaleza que no podían prever. El cataclismo les cayó encima sin previo aviso. La actual, la civilización nuestra, se ha puesto en riesgo por sí misma y es evidente el colapso que se avecina; está detectado, identificado y se le ve venir paulatinamente. Por la repetición de los hechos que la provocan parece que no importara.

Este hecho encaja perfectamente con la definición de Las Leyes de la Estupidez Humana, elaboradas por el filósofo italiano Carlo M. Cipolla; especialmente aquella que reza: "Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio." El calentamiento global es un daño, al final, para todos. No hay quien se escape. Y en la práctica no estamos hablando de una persona sino de toda la humanidad.

Es por ello que el también astrofísico Stephen Hawking no tiene empacho en afirmar que la historia de la humanidad es la historia de la estupidez. Nos las pasamos cometiendo, reflexiona, los mismos errores a pesar de tanto revisar nuestra propia historia.

Vuelvo a la pregunta: ¿Somos, entonces, estúpidos por naturaleza?

Sospecho que sí. Hay algo en nuestra naturaleza que aún nos empuja a ser autodestructivos a pesar de la inteligencia desarrollada como especie a lo largo de los 4500 millones de años que la vida tiene sobre el planeta.

No es justificación determinista ni naturalismo biologicista. Solo busco una explicación. Razonar de manera elemental, con la información científica a la mano, me impulsa a reaccionar frente a las acciones humanas que la contradicen: “no puede ser”. Y sin embargo, es. ¿Cómo se explica eso?

Hawking dice que la avaricia acompaña a la estupidez para dar al traste con los humanos (y por ahí desliza que es mejor que se avance con la Inteligencia Artificial que no padecerá de esas afecciones mentales). Avaricia me suena a juicio moral, casi teológico. Pecado capital. Si lo que trata de decir es que los humanos preferimos el poder y los beneficios que se pueden obtener de manera inmediata en el hoy que presencialmente nos compete -acumularlos en una sociedad de consumo- sin importarnos lo que suceda con las generaciones del futuro, es decir, hacer el daño a los demás haciéndolo a nosotros mismos, regresamos al punto de partida: pura estupidez. Eso, sin diseccionar la grosera generalización: el poder y sus beneficios es de muy pocos y el daño es para todos en un mundo polarizado en extremo por la desigualdad económica y social.

¿Qué nos empuja a continuar por la ruta del abismo a pesar del oportuno aviso de “no pasar”?

Creo que a respuesta está en la parte autodestructiva de nuestra naturaleza que sigue siendo superior al aún frágil proceso de adaptación de la inteligencia humana en el medio que la circunscribe.

Se trata de una prolongada adaptación en un mundo que ya existía mucho antes de que los humanos apareciéramos. Ha sido larga, lenta y progresiva. De menos a más. Ascendente hasta ahora. Eso que damos en llamar “progreso” –a pesar de los conflictos y las guerras- y que se manifiesta en el exponencial crecimiento demográfico, en el incremento de la expectativa de vida y en el cada vez más amplio y detallado conocimiento humano (en muchos casos control, direccionamiento, uso y hasta alteración) de las leyes que rigen a la naturaleza y al universo.

La inteligencia humana se presume ante sí que tiene conciencia de sí misma; que constata su propia existencia como el nivel más alto en que se manifiesta la vida en el planeta. Sin embargo, esa condición no está siendo suficiente para evitar el incremento de los riesgos de un desastre autoinfringido. A mi manera de ver, esto último deriva de una propensión autodestructiva procedente de la condición biológica de ser visible y palpablemente mortales en un ciclo finito de vida relativamente rápido. Nuestras células envejecen con deterioro, se atrofian, se enferman y en algunos casos se autodestruyen cuando no son otras las que lo hacen. El proceso autodestructivo celular lo trasladamos a nuestro concepto de vida. La inteligencia humana no ha podido lidiar con eso aún. En ello comparte el apego a la naturaleza como el alacrán de la fábula que no pudo controlar el instinto de picar a la rana que lo cruzaba en el río, para hundirse con ella.

Difícilmente se superará mientras esa inteligencia no alcance a resolver por lo menos un par de cosas: primero, entender para conocer los detalles (y detener) la destrucción celular que se expresa en las enfermedades (principalmente los cánceres) y segundo, comprender (también extremo con detalle) cómo funciona el cerebro humano en sus múltiples dimensiones.

No estoy refiriéndome a ser “inmortales” o “eternos”. Me refiero a la posibilidad de mantener el predominio de la inteligencia natural sobre la artificial y a la superación de la tendencia biológica a la autodestrucción por una tendencia biológica a priorizar la supervivencia como especie.

El proceso evolutivo todavía no llega a ese par de metas que parecen lejanas. Los avances logrados en la historia de la humanidad me permiten asegurar que en algún momento se podrían alcanzar, pero el problema es de cronología porque simultáneamente se manifiesta, muy práctica, la propensión autodestructiva. Es decir, el riesgo real es que la humanidad se extinga por acción propia antes de resolver su salida positiva hacia el futuro.

El planeta mismo está destinado a perecer. Pero esa es otra historia que muy bien la humanidad habría de acompañar desde su ubicación en otros puntos del universo. Por lo pronto, los adelantados de la ciencia y la técnica están abocados (entre otras cosas) para encontrar la forma de poder desplazarnos a la velocidad de la luz. Aunque suene a nueva utopía.

Si la humanidad es capaz de resistir ahora a su propia tendencia destructiva el después ya imaginado podrá ser posible. Antes, tenemos que revertir el atascadero de basura y desechos intratables en la tierra y en los océanos. Todo eso que genéricamente se ha dado en llamar el Calentamiento Global y sus complementos derivados.

Estupidez no justificada que bien necesario es explicarla. Estupidez que mejor se define como autodestrucción definitiva. Lo que tenga de razón biológica no es resoluble ahora. No queda más que apelar a una de esas manifestaciones cerebrales que aún son científicamente inexplicables pero que se hace necesaria, porque sabemos que está ahí: la conciencia (y, ¿por qué no?, al tan mencionado “instinto de sobrevivencia”).

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