Hartazgo ciudadano y cambio verdadero


“Harto ya de estar harto, ya me cansé de preguntarle al mundo por qué y por qué.  La Rosa de los Vientos me ha de ayudar y desde ahora vais a verme vagabundear…” dice Joan Manuel Serrat en Vagabundear. Así como siempre lo anuncian los límites de la tolerancia -individual o colectiva- que inducen a rupturas y a cambios.

El hartazgo para la ruptura estaba a flor de piel en los mexicanos Siempre estuvo ahí, a la vista de todos. Era fácil verlo pero difícil creerlo por los antecedentes, por la recurrente manipulación de los datos, por la historia electoral reciente, porque el Pacto de Impunidad no se iba a vencer tan fácil. Por eso y por todos los nubarrones que han enturbiado la vida política del país.

La advertencia aparecía por todos lados. En esta ocasión las encuestas tampoco se “equivocaron”. Claro que no, las encuestas nunca se equivocan. Lo que sucede es que con frecuencia los encuestados las engañan. Recogen y proyectan verdades a medias y mentiras completas que las hacen ver mal cuando la realidad las confronta. En esta ocasión no fue así. La gente decía su verdad tan nítidamente que parecía inverosímil. O si se quiere ver de otra manera: el encuestado engañó a la encuesta con la verdad.

El desfogue que utilizó el hartazgo fue marcar con furia la boleta electoral (cuidando de hacerlo con bolígrafo que no pudiera ser borrado) y hundirla en el fondo de la urna. Elección histórica; votación histórica por el cambio.

Siendo así, los levantamientos estadísticos y las encuestas de esta ocasión sirven como referencia para tratar de explicar lo que sucedió (y el por qué) en la elección mexicana de 2018. Esa lectura minuciosa y pausada es imprescindible para no extraer conclusiones superficiales que induzcan a acciones equivocadas.

Por práctico y sencillo de visualizar y comprender, uso aquí, para guiar algunos comentarios sobre la explicación de los resultados, el reporte en video del Último estudio de opinión pública referente a preferencias del electorado, presentado el 20 de junio por Rodrigo Galván de las Heras, Director de las Heras Demotécnia. Ratificando: se dejó ver antes de la elección lo que tenemos que identificar como su después.

Veamos. Cuando cruza la lectura de varios parámetros se acerca a las conclusiones:

“Tenemos una muy buena explicación: toda aquella gente que no quiere que gane alguien, hoy está votando por el que tiene más posibilidades de ganar.”

“Hoy Andrés Manuel y sus 26 millones (de presumibles votos por obtener de acuerdo a sus proyecciones) están llenos de gente enojada con algo, con alguien, con la situación, y que ven en Andrés posibilidades de triunfo.”

“Él tiene que entender que no va a ganar porque es el más guapo. Va a ganar porque la gente que está en contra de algo o de alguien, está con él. Es importante recalcarlo.”

El hartazgo estuvo votando EN CONTRA de lo que ya no quiere. De lo que desprecia. De lo que le hace daño.

El tamaño del enojo no tenía límites ni barreras sociales. Todos a una:

“Transversalmente, en los segmentos que representan a México, Andrés Manuel está arriba.”

“Nunca nadie ha rebasado la cifra de 20 millones.” Lo cual, como posibilidad, ya brindaba con obsequiar un gran hecho trascendente. AMLO obtuvo la inusitada cifra superior a los 30 millones de votos.

Así el tamaño del hartazgo. Del enojo de los mexicanos.

Ello significa que la avalancha que arrasó con las expectativas no fue materializada por AMLO-Morena sino que la gente misma fue el tsunami. El partido guinda y su candidato fueron el vehículo; la expresión personalizada y depositaria de una voluntad colectiva, abrumadora y masiva, que encontró la oportunidad de barrer con todo lo existente y se arriesgó en un salto al vacío. “No nos puede ir peor” era el supuesto motivante.

Como efecto inmediato, todo el sistema de partidos ha entrado en crisis. Como está ahora a la gente ya no le gusta, no le sirve, junto con los gobiernos que lleva a cabo.

No queda duda sobre el tamaño del hartazgo con lo que hay. Derribarlo era la silenciosa intención y la forma tan contundente como sucedió tiene pasmado al país entero. Especialmente a sus actores políticos. Ganadores y perdedores. Éstos no atinan a reaccionar ante la magnitud del descalabro. Aquellos tienen que dimensionar el tamaño de la responsabilidad que el electorado les ha puesto en las manos.

De todo ello se infiere la dimensión de la tensa expectativa ciudadana hacia el cambio por venir.

Porque el hartazgo no es una opción de gobierno, es la motivación para deshacerse del que está. Nada más. No es un Pro-algo por lo que no es un Programa. Es un Anti-algo lo cual lo hace, a lo mucho, un Antigrama. Por tanto, tirar lo malo conocido, levantando lo que aún no se conoce por bueno, apenas es un tanteo, no el endoso de un apoyo permanente. Debe quedar claro. Que ese apoyo dado en las urnas se mantenga o retire dependerá de lo que haga el depositario de la confianza mayoritaria.

El binomio AMLO-Morena supo estar ahí en el momento justo. Surgió como fórmula para ser opción de poder. La oportunidad fue largamente buscada y a cambio ofreció el cambio verdadero.

¿Qué significa eso? Las preguntas surgen obligadas porque la oportunidad ya está en sus manos. Ahora tiene que cumplir. Es su turno. Le toca. ¿La recibe como un cheque en blanco para hacer lo que quiera? ¿Aplica el programa electoral de Morena tal como está esbozado? ¿Su Plan de Gobierno 2018-2024 mantiene los tiempos y plazos previstos? ¿Hay alguna aspiración social más profunda, tal vez no consciente o explícita que deba ser tomada en cuanta?

Responder adecuadamente a estas y otras preguntas, así como interpretar cuidadosamente el sentimiento colectivo manifiesto en las urnas, es responsabilidad de quienes han recibido el encargo de conducir la política del país en esta nueva circunstancia.

Fenómenos como el que estamos viviendo en México en estos días han acontecido en otras latitudes: partidos recién creados, con líderes carismáticos (algunas veces improvisados), llegan al poder como efecto de una catarsis de hartazgo social. Los resultados de esos experimentos son variados. Dependen esencialmente del proyecto de gobierno que se aplique, del tipo de liderazgo que ejerzan quienes encabezan la aventura, y de los niveles de participación, involucramiento y control  por parte de la sociedad organizada. De los factores y presiones externas también, desde luego.

Una vez que sean lanzadas las directrices clave del nuevo poder, si son verdaderos elementos de transformación, serán valoradas y juzgadas como progresivas o regresivas. Según cada quien lo vea: suficientes, excesivas o insuficientes. Vendrán seguidas por reacciones: las que pretendan contenerlas pero también las de quienes empujen para radicalizarlas. Estaremos, entonces, entrando en la nueva fase de la disputa por la nación.

Una sociedad tiene como referencia inmediata a su historia, su pasado, pero ello no quiere decir que aspire a volver sobre sus pasos. Es más verosímil que quiera ubicarse en un futuro que le pertenezca y que contemporice con el ciclo histórico que circula en el planeta y sus alrededores. Adquirir lo mejor que el mundo ofrece. Los mexicanos lo estamos esperando.


          

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