Nicaragua, la pifia de Morena
El estupor no
puede ser razón para el silencio ni para el autoengaño. La Nicaragua oficialmente
sandinista (por lo menos le queda el nombre) esta asumiendo el papel invertido,
el del sátrapa, como aquel al que le dio fin en 1979 mediante una revolución
libertaria. ¡Quién lo dijera!
En poco más de tres meses de intensas movilizaciones han sido muertos infinidad de
manifestantes, en protesta contra un gobierno al que exigen que se vaya. Al
momento de escribir esta nota se reportan 448 muertos en cien días. Aquello es una masacre. El Presidente (alguna
vez) sandinista Daniel Ortega y Rosario Murillo (su
consorte y Vicepresidenta) están contra la pared, resistiendo con metralla
lo que no pueden detener con discursos y presupuesto.
Sandino debe
estar muy incómodo en su pedestal. Somoza se reirá desde su penuria.
El rechazo
internacional hacia esa barbaridad es cada vez más creciente, exigiendo el alto
inmediato a la violencia oficial y aislando rápidamente a un gobierno que con
facultades se sostiene.
Los mexicanos
hemos estado tan metidos en nuestras elecciones y sus derivados que este asunto
nos ha pasado casi de noche. Muy distinto a aquella solidaridad
internacionalista que nos impulsó, a gobierno y sociedad, para empujar lo
propio en la caída del dictador Anastasio Somoza.
Nuestra
convicción, como entonces, es
también ahora de solidaridad con el pueblo nicaragüense. Sin
condiciones. Nos sumamos, entre otros, al llamado solidario y de denuncia hecho por Elena Poniatowska desde el ámbito universitario.
Por lo demás,
no nos hemos dado cuenta que Nicaragua ha tenido reverberaciones tenues en las
líneas que se van trazando en el propio proceso postelectoral mexicano.
Especialmente en lo que habrá de ser la política exterior del nuevo gobierno y
de su partido.
Una
representación de Morena, encabezada por su presidenta nacional (a lo cual la
prensa ni siquiera hizo referencia), se hizo presente en el XXIV Encuentro del
Foro de São Paulo (los partidos y organizaciones de la izquierda
latinoamericana) celebrado en La Habana los días 15 al 17 de este mes. En el
resolutivo final del evento se dice:
“- Rechazamos de forma
enérgica la política intervencionista de los Estados Unidos en los asuntos
internos de la Nicaragua sandinista, país en el que se está implementando la
fórmula que viene siendo aplicada por el imperialismo norteamericano a los
países que no responden a sus intereses hegemónicos, causando violencia,
destrucción y muerte mediante la manipulación y la acción desestabilizadora de
los grupos terroristas de la derecha golpista, que boicotean la búsqueda del
diálogo, el cual constituye el mejor camino para superar la actual
crisis y alcanzar la paz, lo que es indispensable para la continuación del
proceso de transformaciones sociales impulsado por el FSLN desde el gobierno
presidido por el Comandante Daniel Ortega y que ha reducido de manera notable
la pobreza y la desigualdad social en ese hermano país.”
El fraseo
típico de un resolutivo con más diplomacia que certidumbre no da pie al más
mínimo resquicio reflexivo sobre las fallas internas que están en el sustrato
del terremoto. El intervencionista imperialismo yanqui tiene la culpa de todo
(como siempre), incluso de los obstáculos para que se realice el diálogo
necesario para salir de la crisis. Datos y reportes de la prensa local, que no
ha podido ser acallada, así como de las redes sociales, dejan ver otra cosa muy
distinta. La intolerancia inflexible del gobierno de Ortega-Murillo está en el
vértice del conflicto.
La
autocomplacencia de la declaración perfila como una pifia de quienes lo firman
(incluido Morena), frente a un pueblo brutalmente reprimido. A los asesinatos
se deben agregar centenas de detenidos, torturados y desaparecidos. El
maniqueísmo de considerarlos a todos “agentes manipulados del enemigo externo”
es una ofensa tan repetida como repudiable.
El
desafortunado párrafo de la declaración es, a la vez, pretexto para los
comentarios publicados hoy
mismo, en el New York Times, por el ex canciller mexicano Jorge Castañeda
para quien es parte de la muestra de lo que hará el próximo gobierno azteca en
materia exterior:
“En el mejor de los
casos, desde la óptica de los derechos humanos y la defensa de la democracia,
México mirará hacia el interior de manera reflexiva y sencillamente se
distanciará de cualquier desafío regional. En el peor, se alineará con
regímenes como el nicaragüense y el venezolano aludiendo al principio de la no
intervención pero, en realidad, simpatizando con ellos en lo político y lo
ideológico.”
Y remata con
un contundente llamado preventivo ¿al gobierno norteamericano? que lleva implícita
una evidente acusación:
“Aunque López Obrador
debería condenar el derramamiento de sangre en Nicaragua y apoyar los esfuerzos
del presidente Enrique Peña Nieto y de la OEA para dar con una solución y
defender los derechos humanos en la región, es poco probable que lo haga.
Después del 1 de diciembre, no cuenten con México.”
La
tarea es para Morena y la representación de su (futuro) gobierno. No han dicho
nada al respecto. La Presidenta Nacional Yeidkol Polevnsky, por ejemplo, simplemente
reprodujo un mensaje ajeno, en twitter, sobre la inauguración de las sesiones
del Foro de Sao Paulo. Reapareció en ese medio cuatro días después con los
asuntos cotidianos nacionales. Por su parte, el próximo canciller Marcelo Ebrard
tampoco se ha manifestado al respecto. En cuanto al órgano oficial del partido,
Regeneración, ha omitido toda
referencia a la participación en el Foro. Cuando más ha dado como noticia la ominosa separación de su empleo de médicos nicaragüenses que han dado
asistencia a los heridos de las manifestaciones antigubernamentales.
Ante
esa nube de omisión y confusión informativa, debemos suponer, por lo tanto, que
la posición oficial de Morena es la firmada a hurtadillas en el resolutivo del
Foro.
Callan
los propios, pero no deja de ser curioso que Regeneración difunda una nota con el texto completo de la
declaración realizada por varias personalidades del ala progresista mexicana
(no miembros de Morena, por cierto), identificando al gobierno de Nicaragua
como el principal responsable de la crisis y exigiendo enfáticamente poner alto
a la represión y la apertura del diálogo y la reconciliación. Muy distinta y
distante de la postura condescendiente del Foro de Sao Paulo. Firman tallas
como las de Cuauhtémoc Cárdenas, Clara Jusidman, Adolfo Gilly y Miguel Concha.
Esto
último y la declaración mencionada de Poniatowska, quien, además, no tiene empacho en asegurar "Daniel Ortega y Rosario Murillo son directamente responsables de la represión, la persecución y la cárcel de hombres, mujeres y hasta niños", por mencionar casos muy
emblemáticos, desmiente la idea que Castañeda deja implícita en su
artículo en el sentido de que la izquierda latinoamericana (y la mexicana)
se ha plegado a la convalidación de un régimen descompuesto.
Desde
diferentes puntos del continente personalidades
identificadas con la izquierda han tomado clara distancia de la dupla
Ortega-Murillo. Incluso, casos como el del prolífico politólogo y sociólogo argentino,
Otilio Borón, quien hasta fechas recientes (Nicaragua, la
revolución y la niña en el bote) fustigaba de manera implacable a
diversas personalidades de la izquierda latinoamericana “por unir sus voces a la de los lenguaraces del imperio” ya que “los reaccionarios se han montado en la ola
de la protesta popular”, ha pasado, al día de hoy (Sandinismo
e imperio: la batalla decisiva), a modular su apreciación de la
circunstancia, mostrando preocupación y distancia por los sangrientos
acontecimientos:
“El ensimismamiento del
gobierno y su aislamiento en relación al pueblo sandinista y al propio partido
de gobierno es vox populi en
Managua, y de perpetuarse esta situación será inevitable incurrir en nuevos
desaciertos que serían fatal para el gobierno de Daniel Ortega.”
Ni
siquiera en la propia Nicaragua los sandinistas se han equivocado. Ni el pueblo
ni parte de sus dirigentes históricos. Ana
María Hernández Calderón, auxiliar de enfermería por más de 10 años en el
centro asistencial de la provincia de León fue despedida sin justificación “solo
por andar apoyando al pueblo, a las marchas azul y blanco, con la bandera que
nos identifica a los nicaragüenses; soy sandinista y seguiré siendo sandinista
pero no soy danielista ni chayista”.
Y
como ella, muchos. Nombres reconocidos del sandinismo histórico, intelectuales
y activistas levantan la voz como Gioconda
Belli, Sergio
Ramírez, Ernesto
Cardenal, Víctor
Hugo Tinoco, Carlos
Mejía Godoy y el mismísimo hermano del presidente Ortega, el general
retirado Humberto
Ortega Saavedra quien fuera uno de los comandantes militares más importantes
en la insurrección del 79.
Demasiados
para estar errados en la caracterización de una situación simplemente
injustificable e insostenible.
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