Tiempos compactos (sin pactos)



Son estos de esos tiempos condensados. Si se prefiere, momentos históricos que comprimen el tiempo repleto de acontecimientos intensos y determinantes. Como las cabañuelas.

Su intensidad y rapidez son un reto al entendimiento. Obligan a realizar un ejercicio meticuloso, sin pausa, para tratar de identificarlos, definirlos (y hasta preverlos) de tal forma que en la siguiente esquina no seamos asaltados por la sorpresa; menos llamados a engaño.

Debido a un brinco electoral rabioso, masivo y contundente estamos pasando del país de los sobresaltos y el sospechosismo a parecer el terso terruño de la normalidad democrática y republicana. Transito abrupto que, al ojo distante, sería por sí mismo sospechoso.

En un santiamén, los contrarios se encuentran y se dan la mano, el prohombre y el villano (como en La Fiesta de Serrat), antes del amanecer. El recuento de los hechos, en cosa de días, es sorprendente:

Los capitanes del capital (sintetizados como empresarios), siempre adelantados, ventajosos, se abrogan para sí la primicia de una aparatosa y aparente sumisión. Tan abrumadora que los observadores conspicuos les olfatean la inconfesada intención de capturar al nuevo gobierno. Tirados al piso, así se han dejado ver y escuchar sin mediaciones, voceros o diligencieros, luego de protagonizar personalmente, durante meses, escandalosas advertencias para no dejar pasar al más atroz de los peligros para México.

Los partidos políticos hasta ahora arropados por el llamado pacto de impunidad (algo más de las cosas inconfesables) pasan a ser oposición, en condición minoritaria para efectos electorales, legislativos y presupuestales.  El espasmo ha sido aterrador, pero no todos se han dado cuenta. Ya será: un plumazo en la boleta y no hay ni para pagar la renta. Como un coro desafinado se les escucha decir que serán oposición responsable. Sí señor. Faltaba más. Aquí estamos. Tómesenos en cuenta. La democracia necesita, para la buena salud, oxigenar a los contrapesos. Tardarán un poco en salir del descalabro, del desacuerdo interno, del reparto y expiación de culpas, de la lid por apropiarse de los despojos y de la disposición anímica para resurgir con la cara lavada. O con otra. En este momento lo más tangible al tacto es el vacío.

Pero el vacío es un gran imaginario porque existe en las matemáticas pero no en la política. En el tiempo real y relativo siempre hay “un alguien” dispuesto a llenarlo. Los gobernadores de los estados (que son todos de los partidos perdedores) llenaron los suyos con miedos. ¡Ah!, ese venenoso verticalismo presidencialista distribuidor de los presupuestos nacionales. En los días previos y previsores creyeron levantar la muralla de su fortaleza CONAGO para resistir el eventual advenimiento pejista-morenista. Al tronar de los votos abrieron el portón para recibir al proclamado-todavía-no-ungido. Lo que se advirtió adentro fue una pequeña y vulnerable trinchera acanalada. Se han puesto a su republicana disposición con todo y foto grupal. La mañana de aquel mismo día se han enterado que habrá una silla frente a la suya ocupada por una especie de contraparte condicionada con los billetes federales en la mano. Recibieron a regañadientes la caricia. Con la mandíbula apretada, sin desdibujar la mueca-sonrisa.

Hay asegunes. El Bronco regio ha dicho abiertamente que no acepta esa “idiotez”. Indica que no todo es miel sobre Morena. De manera soterrada irán reaccionando algunos otros: la única mujer de la foto grupal, gobernadora sonorense, se apresta a cerrar el paso a un Congreso Estatal que se le viene adverso (los norteños rebeldes tienen historial en las revoluciones).

Con ellos suenan otras resistencias a los besamanos que consideran sumisión. Los zapatistas se desmarcan de todo intento de diálogo-captura con quien todavía no es. No nos engañarán otra vez, aseguran. Con el ceño fruncido, algunos activismos sociales –especialmente los maestros- están a pasos medios esperando que se les cumpla lo prometido.

Más dispersos pero persistentes están opinantes, comentantes, intelectuales y académicos que polemizan sobre lo que advierten como una clara tendencia a la concentración personal del poder, así como del eventual deterioro de las instituciones democráticas y republicanas. El contrapeso al régimen vigente ha pegado tan duro, monolítico afirman, que en su llegada destruyó a sus propios contrapesos. Las medidas anunciadas por el gobierno en tránsito son el sustrato del susto.

En el balance de los días, la aparente sumisión supera a la crítica. Sería sorprendente si no supiéramos que es una reacción sistémica, endógena de ese organismo vibrante que es el estilo a la mexicana de hacer política, proveniente de la revolución de hace un siglo atrás. Reacción inmediata que, como se vislumbra, no es palabra final. La disputa profunda por la nación apenas empieza.

Por lo pronto hay pausa.

Lo que venga dependerá principalmente de quien asumirá la directriz del Estado. Tiene en sus manos la oportunidad de aprovechar en su favor personal, y/o en el de su proyecto y visión de nación, la estructura vertical autoritaria que subyace en la cultura política, en la institucionalidad y en las leyes vigentes.

Podrá utilizarla sin cuestionar su esencia, reforzándola incluso, o podrá  ser el punto de partida para sacudir sus cimientos y apuntalar un nuevo régimen más horizontal, republicano, democrático, federalista, descentralizado, ciudadano, plural y participativo.

Lo que decida tendrá sus costos y ventajas; aliados y detractores. Como todo. Siempre hay diferentes maneras de pasar a la historia.

(Al escribir estas líneas AMLO se ha retirado unos días a reflexionar –asegura- a La Chingada. Veremos que le aconseja. La conciencia).

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