El regreso de un fantasma
Un fantasma
recorre el mundo: el conservadurismo.
Se le percibe
husmeando, haciendo amagos y travesuras acaso, entreverando grietas diversas y
variadas en un mundo que se presume moderno, cientificista, tecnificado y
global.
Empuja, en
todos los casos, para tratar de imponer creencias, valores y miedos tradicionalistas
utilizando todo lo que esté a su alcance: estímulos y distorsiones culturales,
obligaciones de ley o imposiciones de gobierno.
Derechos humanos,
diversidad, pluralidad, multiculturalidad y tolerancia son términos y conceptos
que tiende a omitir, a reprimir y, si se le presenta la oportunidad, a proscribir.
Este manto nebuloso
y turbio no es casual ni inocente. Es un proceso promovido, programado,
dirigido, consensuado y, en muchos casos, políticamente consentido.
Coinciden en
ello rusos ortodoxos con anglosajones protestantes. Orientales budistas con latinoamericanos
católicos. Musulmanes radicales, ni se diga.
Después de la
caída de aquél muro ignominiosos que se encontraba en Berlín, algunos creyeron
ver llegar el fin de las ideologías (y hasta de la historia), suponiendo el
advenimiento de un nuevo orden mundial que surgiría del choque entre
civilizaciones.
Y es que no. Siguen ahí, conviviendo, cruzadas cada una por sus muy características y contradictorias fuerzas que
ven la necesidad de avanzar hacia un mundo social nuevo, por un lado, o las recalcitrantes amantes del pasado estático y
tradicional, por el otro.
Ya no es
derecha o izquierda. Sigue habiendo arriba y abajo. El desafío es hacia
adelante o para atrás.
La brújula está
en manos de los gobiernos.
Así los
tenemos que observar, identificar y valorizar.
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