Sin resolver lo urgente no habrá futuro importante


Para ser los tiempos que son y estar las cosas como están, el calificativo tiene que ser: miserable.

Así es la actitud de quienes se distraen (y usan los medios y recursos a su disposición para distraernos) con temas políticos y electorales, distantes aún en el calendario, siendo que el futuro es cada vez más incierto. 

Salen de su encierro físico, quedándose morosos en el mental, trastabillando como si todo fuera igual a los tiempos previos de la pandemia. Hay una noticia que no atienden: ya nada será igual.

Estamos en uno de esos momentos peculiares de la historia humana donde lo importante y lo urgente se funden, son lo mismo: razón de sobrevivencia.

Hay un antes y un después de la pandemia del Covid-19 que está azotado al mundo. Lo dicen quienes desde el pensamiento filosofan y analizan la situación, así como lo intuyen aquellos que perdieron empleo o negocio, fuente de soporte económico para sus familias. Lo intuye, también, la familia desamparada que en un repentino desenlace fatal perdió al soporte económico de casa. 

"Medio año sin año. Medio año entre paréntesis. Medio año borrado. Medio año miniaturizado. Medio año sin futuro." … "En la inmediatez de la pandemia, durante este medio año nos privamos de futuro. Y todavía hoy, cuando sin importar si los contagios se multiplican o si florecen nuevos brotes nos apresuramos a recuperar aquellos que suspendimos o extraviamos, el porvenir luce igual de nebuloso, igual de inverosímil." 
(Jorge Volpi, ´Volver al futuro´, diario Reforma, junio 20, 2020)

Por eso tiene sentido que para dar un cierto asidero a ese futuro tan indeterminado se haya acuñado el concepto de Nueva Normalidad. La que existió fue otra. Ésta será nueva porque no existe. Hay que inventarla. 

¿Cómo entonces armar el rompecabezas de, por ejemplo, la forma de elegir y constituir los futuros gobiernos con las piezas que aún no tenemos?

De suyo la prospectiva política, la teoría de escenarios, la especulación y las apuestas ya tenían un alto margen de incertidumbre con la información acumulada , las tendencias históricas, la experiencia y las certezas de la vieja normalidad. No era raro que fallaran las previsiones más sesudas. ¿Quién se atreve ahora, con tanta anticipación, frente a un hoyo negro?

Prematura es, por lo tanto, la especulación electoral como preocupación principal cuando existe una crítica realidad que demanda poner toda la atención en otras emergencias. Economía y salud son las mas graves y evidentes. 

No habrá futuro aceptable sin resolver el presente urgente.

El proceso electoral local inicia formalmente hasta enero de 2021. Hasta que transcurran los seis meses siguientes al "medio año sin futuro" que ya tuvimos. ¿Ese próximo medio año si tiene futuro? ¿Cuál? Posteriormente, las votaciones se llevarán a cabo en el mes de junio de ese año, es decir, seis meses después del medio año futuro al medio año que ya tuvimos sin futuro. 

(Del relevo a Gobernador en 2022 mejor ni mencionarlo. Toda suposición para entonces es un exceso morboso).

Meterse en ese lío ahora, para alimentar la lucha política y azuzar el "golpeteo" entre actuales adversarios, es miserable en el sentido de pobreza moral y falta de sensibilidad para entender y atender el momento anímico de la sociedad. Anticlimático.

Las autoridades que, de acuerdo a las leyes vigentes, deberán renovarse dentro de un año "sin futuro" tienen para este presente -y los próximos meses- que cumplir con una tarea, en dos vertientes, de difícil solución que demanda de toda su atención: mantener contenida la amenaza del Covid-19 en los márgenes manejables por el sistema de salud, a la vez que se apoya la reactivación de las actividades económicas para amortiguar el fuerte impacto de la parálisis, sobre todo en la vida de los más desprotegidos y vulnerables.

Tenemos un año por delante que va a ser crucial. Aún si repentinamente se presentara una curación o prevención médica definitiva para el Covid-19, su aplicación generalizada se llevaría un largo tiempo para proteger a todos y cada uno de los habitantes. Es un año, por tanto, de vida o muerte. Sin exageración. Un largo período de tiempo con posibilidades de construir un futuro socialmente aceptable o para desembocar en un desastre.

Que esa sea la vara con la que se mida el tramo que cruza la contingencia y con ella se califique a los responsables de poner los puentes y las soluciones.

¿Cuál es la necedad o el interés, entonces, de revisar y medir lo que se hace (o se deja de hacer) en función de unas elecciones lejanas y no a partir de los resultados urgentes que se demandan hoy? 

En el mejor de los casos, es pura distracción irresponsable. En el peor, mala fe. 

Volpi cierra el texto referido con un toque de cierto optimismo apresurado: “Es hora de alzar la vista, comprobar que los demás, todos los demás, valen tanto como cada uno de nosotros, de confiar en que quienes piensan distinto no son nuestros enemigos y de imaginar -sí, de imaginar de nuevo- un futuro libre, justo, igualitario.”

Cierto. Aspiremos a que ese sea uno de los saldos positivos que nos deje la pandemia para atender de manera solidaria los retos más urgentes. 

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