Golpistas de papel y saliva

Ni duro ni blando. No hay condiciones para un golpe político contra el gobierno de México. De por sí no las había, pero el reciente viaje a Washington del Presidente AMLO acabó por congelar las calenturas de quienes acarician ese deseo.

La historia nacional y de la región lo enseña: para que prospere un golpe al poder legalmente establecido en un país como el nuestro, colindante del imperio que sigue siendo, los golpistas necesitan del interés, la anuencia, la asesoría, el respaldo político y el financiamiento del imperio mismo.

No hay forma de que tenga éxito de otra manera y está borrada del horizonte. 

Si acaso esperaban que estallara un conflicto internacional -que les ayudara a justificar el pretexto- por los malos modos de dos personajes necios, recios, ofensivos e intransigentes, han topado de lleno y definitivamente con pared. Y no fue precisamente contra el muro fronterizo, muy útil en la grilla electoral trumpista, porque ese, en su manufactura, está demasiado ventilado y poroso como para impedir el flujo económico que se ve venir. 

Cabe la digresión: ¿Realmente alguien pensaba que AMLO saldría por primera vez del país, en calidad de gobernante, a Estados Unidos, y se iría a meter a la boca de la fiera para salir triturado y luego volver a México, frente a su gente, como perro apaleado? La ola de predicciones, advertencias, acusaciones y burlas afirmando que esa vuelta sería un desastre para el Presidente solo demuestra que no se termina por conocer y reconocer que ahí hay un animal político de altos vuelos. Como lo dije en un chat: es perro pero no es mascota. Trump mismo lo reconoció: “audaz y duro”. La estrategia de ese viaje fue claramente pensada con anticipación, medido en sus intenciones y dió los resultados esperados. Con creces. Es público. Hay evidencia periodística muy anticipada sobre ese plan (que no ve quién solamente ve lo que quiere ver). AMLO sigue "engañando con la verdad" como lo ha hecho reiteradamente. Sobre esa jugada estaré en nota aparte.

Vuelvo a los golpistas…

Para un golpe duro se necesita al ejército. El mexicano no parece estar de ánimo para ese juego riesgoso, ni en los altos mandos ni en los intermedios. Solo algún jerarca retirado vocifera sin tener peso real y significativo sobre la tropa.

Después de la revolución de 1910-17 y de la separación formal de los militares del poder político se han apoltronado en su función y en su nicho y  no han tenido animosidad para revueltas golpistas. Ello por sí mismo no asegura que no pudiera suceder, esta claro, pero esa es una tendencia que parece mantenerse. 

En cuanto a las condiciones actuales, a la jerarquía de la la milicia se le ve bastante bien anclada en el proyecto de la 4T, más allá de sus funciones básicas tradicionales. Su acondicionamiento territorial adecuado, así como su participación destacada en los proyectos de desarrollo económico (como el aeropuerto de Santa Lucía) son muestra palpable de ello.

Las elites económicas son el otro factor necesario para un golpe al poder. En general tienen una relación contradictoria, tensa pero interesada, con el actual gobierno. Es uno de los temas mas difíciles de analizar y desentrañar porque aún está en proceso un nuevo arreglo (con previo desarreglo) en las relaciones entre el poder económico y el político. Entre los jaloneos y las caravanas cortesanas. 

Sus reagrupamientos, niveles de interlocución y posiblemente de poder económico se están modificando. Lo que queda claro es que las élites económicas tradicionales han sido desplazadas del vértice de las decisiones políticas, como poder fáctico privilegiado. Eso ha impactado de manera directa en sus prebendas económicas a las que estaban acostumbrados (como las fiscales y meterle mano al presupuesto público). Ello es lo que genera que algunas de sus partes tengan roces, desencuentros, renegociaciones y eventuales confrontaciones públicas con el gobierno, pero sin la cohesión interna necesaria como para atreverse a arrebatar el poder de golpe. Están divididos y desorientados. Invitados a la mesa unas veces  e ignorados en otras. Deseosos y angustiados. Quieren ser y quieren estar pero no saben cómo porque ya no es como ellos saben. Nada más hay que ver las reacciones diferenciadas, de incredulidad o berrinche, por haber asistido o no a la cena con Trump y sus amigos magnates.

En la cancha de los partidos políticos y de los líderes de opinión pública no hay, ni de lejos, una fuerza o una voz que se pueda hacer cargo de encabezar con éxito una asonada. Con la mano bajita los panistas más radicales -algunos gobernadores incluidos- azuzan y dejan correr las incipientes movilizaciones de “los autos que protestan” convocados por algo que se hace llamar Frente Nacional Anti AMLO (FRENAA), pero ninguno se va a atrever a dar la cara directamente. En la naturaleza histórica del PAN está la esencia de la lucha política en el terreno democrático, electoral. Ha sido su principalísima bandera, aunque con sus propios bárbaros, bocones y desbocados, ha tenido que lidiar en las últimas décadas.

Los otros partidos son menos proclives a una aventura tan incierta. Seguramente se estarán haciendo eco del reconocido priísta Manlio Beltrones quien hace unos días, después de dos años de ausencia, ha regresado a la escena para llamar a sus huestes a dar la pelea política en las próximas elecciones y evitar las tentaciones golpistas de “la derecha más rancia”. Mensaje directo con destinatarios múltiples.

Lo mismo sucede en los medios de comunicación, las teclas más leídas y las voces más escuchadas. En la cancha de quienes disienten con el gobierno tiende a haber un consenso de que un golpe de mano no es la solución. Lo dicen explícitamente: "con votos llegaron, con votos se tendrán que ir". En todo caso,  reclaman con justicia el respeto a su derecho a disentir sin por ello ser señalados, calificados y menos perseguidos como enemigos o adversarios. La disputa es legítima y legal.

Los más relevante, como contención frente al gobierno federal, ha sido el agrupamiento de los gobernadores panistas y el de dos bloques en la zona norte y centro occidental del país. Parecen más preparativos electorales. Hasta ahora no han articulado nada que pudiera poner seriamente en cuestión al poder central o a la permanencia del pacto federal. 

Por su parte la sociedad, la que opina principalmente, parece estar polarizada en sus puntos de vista. Eso es cierto. En algunos casos con posiciones extremas; frontales. Pero no se ha roto el marco de la opinión, los dichos y, lamentablemente, los insultos. La movilización social contra el gobierno es prácticamente inexistente y, eventualmente, no estaría estimulada por este tipo de comentarios sino que podría venir de una descomposición sin control de la condición sanitaria, económica o de inseguridad. Un tema que se ha complicado por los efectos de la irrupción sorpresiva de la pandemia del Covid-19.

Ahora bien, la protesta callejera no es por sí misma golpista. Lo saben muy bien quienes hoy, para estar en gobierno, patearon pavimento duro y recio durante muchos años. Depende de la intencionalidad política de quienes la induzcan y conduzcan.

Por todo lo dicho anteriormente, no hay nadie a la vista que pueda tener la fuerza, la capacidad, la oportunidad y el contexto favorable para hacerse cargo de un golpe exitoso que derribe al gobierno de México. 

Ello no quiere decir que cualquier intento o manifestación articulada que al respecto se presente, por nimia o ridículamente que parezca, se deba desdeñar y dejar pasar como intrascendente. En la lucha política no existen espacios vacíos. Alguien los ocupa y, por lo tanto, a esos embriones no se les puede dar tregua. Menos la espalda.

Persiste, en todo caso, el riesgo de acciones desesperadas por parte de quienes se sienten desplazados y agraviados al verse desprendidos de sus privilegios gratuitos o mal habidos. Sin duda. Pero en el contexto político actual el mayor peligro que representan está en el empuje o estímulo que hagan de acciones violentas a cargo de sus socios o empleados armados (léase crimen organizado) o en la aparición de algún lobo solitario tras un objetivo específico. El Presidente debe ser precavido y protegido ante esa eventualidad.

Supongo que después del atentado frustrado contra el jefe de seguridad pública de la Ciudad de México ese riesgo está claro. 

La tarea política, entonces, para dar estabilidad, serenidad, confianza, seguridad y rumbo nuevo al país está en manos de la propia 4T, de sus gobiernos, líderes, partidos y partidarios. 

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