Como siempre, la derrota es huérfana

Armando Tiburcio Robles

Han transcurrido varios días desde los sucesos y en Morena se niegan a tomar el tema de frente o, como se suele decir, el toro por los cuernos. Es lo que capto de las pocas y diferentes expresiones que algunos de sus variados exponentes han dejado ver públicamente sobre las elecciones locales en Hidalgo y Coahuila del pasado domingo.

La primera evidencia que se desprende de ese mutismo es que el resultado de esa jornada tomó a los morenistas totalmente desprevenidos, domingueando y entretenidos en su disputa interna por la dirigencia nacional.

Se nota que menospreciaron esas elecciones bajo el supuesto de que, por el resultado favorable tan avasallante que obtuvieron en 2018, por la fuerte aceptación popular que mantiene el Presidente López Obrador y, acaso, por un deseado efecto electoral de los programas sociales gubernamentales, no habría ya nadie que se pusiera enfrente para competirles los comicios de aquí hasta el 2024. El futurismo presidencial ha estado todo el tiempo como ruido de fondo en el pleito por controlar las llaves del partido.

Lo segundo es que, precisamente por la falta de esa dirigencia cohesionada (aunque sea plural) no han podido colocar en el imaginario público una explicación convincente sobre esos resultados electorales que permita identificar con claridad si a sus ojos la doble derrota pudiera ser un hecho aislado, como algunos dicen, y no el inicio de una tendencia, como temen otros y los detractores aseguran.

En lo que si parecen coincidir todos en Morena es en cargar una cuota de responsabilidad sobre el lomo del dinosaurio. Porque ahora resulta que el dinosaurio priísta tiene culpa por seguir existiendo. Se le suponía extinguido, pero todavía estaba ahí, agazapado y curándose las heridas, entre las garras de los gobiernos priístas locales, corruptos y fraudulentos. De acuerdo con esta pintoresca versión, el pueblo ha vuelto a ser víctima de esos pequeños pero dañinos fraudes indeseables que regresan del pasado, una y otra vez, para descomponerlo (y explicar) todo. No ha faltado en este reparto de culpas ajenas quienes fincan la adversidad en las malas artes del Instituto Nacional Electoral.

De haber sido un par de elecciones que parecían aisladas y que con singular tranquilidad fueron ignoradas, seguramente habrán de superar la traumática etapa de las evasivas para tornarse en la fuente de análisis, diagnósticos y propuestas a lo largo de los próximos meses. No puede ser de otra manera ya que ha iniciado el proceso formal rumbo a la gran elección nacional de 2021.

Dato para iniciar: en esos dos estados, para 2018, asistieron a las urnas un promedio del 65% de los electores. En esta ocasión no rebasó el 45%. La ausencia de ese 20% se puede deber a la pandemia del Covid-19. También a que eran elecciones locales e intermedias que no suelen entusiasmar mucho al electorado. ¿Nada más? ¿No habrá otro mensaje por ahí de parte de los ausentes?

Dato dos: la pluralidad existe en el ánimo de la gente. Es notorio que, en lo local más inmediato, los ayuntamientos, los electores se orientan más por los candidatos, por las personas, en vez que por las siglas y los colores. El reparto disperso entre los partidos de casi dos tercios de los municipios en Hidalgo ha puesto la nota sobre aviso. Para tomarse en cuenta. 

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