2024: relevo complicado


Procesar el relevo de su mandato se le empieza a dificultar, por complejo, al presidente López Obrador. Siendo un mandatario tan poderoso decir esto parece un contrasentido, pero no lo es. 

Tampoco es una novedad. Controlar la sucesión a su gusto es tarea entretenida y complicada que han tenido presidentes con fuerte poder en México. 

Tan complicada que a algunos de ellos se les ha ido de las manos y les han estallado conflictos serios: 

A Porfirio Díaz le reventó una revolución cuando se tenía que ir. A Alvaro Obregón lo mataron al reelegirse. Plutarco Elías Calles tuvo que ir al exilio por andar de “Jefe Máximo” controlando a sus sucesores. Carlos Salinas perdió fatalmente al delfín en plena campaña. 

Y es que las evidencias demuestran que al cumplirse el período constitucional de los gobernantes fuertes, el primer impulso que tienen es tratar de quedarse más tiempo en la silla o intentar controlarla por interpósita persona.


Caudillos y autoritarios

Desde que se instauró la República, al consumarse la Independencia, han sucedido casos emblemáticos: Antonio López de Santa Anna la ocupó 11 veces a lo largo de 16 años. Benito Juárez se instaló durante 14 años por condiciones excepcionales de emergencia nacional y murió en ella. Porfirio Díaz la conquistó con la bandera de la No Reelección y se quedó ahí por 30 años. El revolucionario Alvaro Obregón cambió la Constitución para reelegirse y se reeligió, a pesar de la proclama maderista. Plutarco Elías Calles supo quedarse al mando durante un par de períodos más, mediante subordinados leales.

Como se puede apreciar, mantener el poder no es solo una tentación sino también un acto reflejo de los gobernantes fuertes. Los impulsa la creencia y la convicción de que son únicos e insustituibles, llamados por la patria para conducir su destino hasta donde el cuerpo aguante. Se sacrifican, desde luego, porque es clamor y exigencia popular. Y si el pueblo lo demanda…

En este aspecto, el más prudente y visionario de los presidentes ha sido Lázaro Cárdenas quien diseñó el creativo mecanismo para transferir el poder no a una persona en lo individual sino a la silla presidencial misma. Silla que a partir de entonces se convirtió en el poder imperial, impersonal y temporal del Nacionalismo Revolucionario que perduró por 70 años. Préstamo que estaba a cargo del dedo supremo saliente, “del partido” y de los sectores sociales que lo conformaban. 

Una vez que se convirtió en inviable la permanencia personal en el poder, lo que ha persistido son las intentonas para mantenerlo mediante un relevista a modo. Intentos frustrados. Nadie lo logró porque el sucesor, para afianzar y dar identidad propia a su poder temporal, tomaba distancia anulando políticamente al antecesor.


Vuelta de tuerca

Esa larga historia de tentaciones presidenciales, concentradoras de poder (ya fuera en su persona o por la silla sexenalmente prestada), tuvo un vuelco drástico cuando las luchas sociales y políticas, en la segunda mitad del siglo XX, dieron pié a la entrada de un sistema de competencia electoral con pluralidad, con relevo de partidos en el poder, con reglas aceptadas por todos y con un árbitro confiable (IFE, INE). Inició la llamada era de la alternancia, de la democracia, inaugurada formalmente con la derrota priísta en la elección presidencial del año 2000.

Un sistema que abona para la estabilidad política y social del país. La secuencia PRI-PAN-PAN-PRI-MORENA no habría estado ni en los mejores sueños de la generación que pateó la puerta del autoritarismo en 1968. Lo lógico a suponer es que si funciona y sirve debe cuidarse y conservarse.


Nuevo reto

La etapa de pluralidad y alternancia tiene frente a sí una prueba de fuego de cuya solución depende que se consolide o se destruya.

Está de regreso un poder presidencial omnipresente, individual, incontestable, personalizado. Tiene y muestra las tentaciones de todo poder fuerte. Se acompaña de un partido político de nuevo cuño que se ha convertido rápidamente en hegemónico electoralmente y que trata, explícitamente, de prolongar su poder en el tiempo. La Cuarta transformación significativa del país (la quinta, digo yo) se ha puesto en marcha y requiere más de un sexenio para consumarse.

Nada raro ni ilegítimo hay en ello. Si en la era de la alternancia el PAN conquistó dos períodos consecutivos Morena lo podría hacer las veces que la voluntad popular se lo permita. Legitimidad asegurada siempre y cuando las reglas de la competencia se conserven plurales, equitativas, confiables y mediante ellas el poder sea mantenido (o transferido) con el respeto a la decisión ciudadana mayoritaria.

Pero el poder casi absoluto actual está soportado en el sólido e intransferible liderazgo de una sola persona. Es el que suma los votos y las voluntades. El partido no tiene las condiciones legales, la organización corporativa social y el entramado institucional para repetir el esquema de partido de Estado y, por lo tanto, para imponer su voluntad al margen del presidente. Es un partido-plataforma para competir elecciones sumando liderazgos, intereses, ambiciones, visiones de país e ideologías de lo más diversas y contradictorias. Ninguna con el peso específico del actual líder. Un partido escoba.

Y es entonces cuando todo se complica…

Veamos.


Procesando la continuidad

El próximo candidato presidencial de Morena lo va a decidir el mandatario. Sin duda. Tiene la suficiente autoridad y voluntad para imponerlo. 

La pregunta es si eso será suficiente para que el candidato que postule Morena sea el próximo presidente de México.

Cualquiera diría al botepronto que sí, debido a gran fortaleza electoral adquirida en corto tiempo.

Sin embargo, nada lo garantiza. No está solo en el escenario. Tendrá que superar las resistencias de las oposiciones y de las fuerzas sociales alternativas que ya están acostumbradas a la pluralidad. El sistema de competencia lo permite y lo estimula. Más el pago de los costos propios del desgaste que todo gobierno tiene.

Eso es, justo, lo que se está procesando ahora desde la más alta investidura. En eso está concentrado el presidente:

Mantener la fidelidad del universo de votos históricamente afín y de la mayoría del segmento ampliado conquistado en 2018. Se basa en la narrativa y en las políticas de gobierno, especialmente los programas sociales.
Intentar cambiar las reglas y las condiciones de la competencia. Reducir los espacios y las opciones de las minorías. Si es posible, controlar el proceso mismo. Para ello se propone la reforma del sistema electoral y del INE.
Neutralizar y eliminar a los liderazgos opositores más competitivos. 
Minimizar el margen de acción de los partidos, su presencia territorial y la operatividad política de los gobernadores. Atracción de sus activos políticos con liderazgo local.
Posicionar e incrementar en el ambiente nacional al proyecto partidario propio, Morena, mediante el inicio prematuro del proselitismo de los aspirantes a candidatos presidenciales.

Y aún así, nada está asegurado. El reto adicional es que el desafío puede venir desde dentro, porque la estrategia pudiera estar gestando sus propias contradicciones para el futuro. 

Tan simple como que alguno o algunos de los aspirantes ya motivados, movilizados e ilusionados, al no ser elegidos por el dedo supremo, se conviertan en el adversario a vencer. 

Por lo pronto, cumpliendo la tarea de promocionar “el proyecto morenista unificado” que todos dicen compartir, están agitados haciendo presencia pública nacional, armando grupos de apoyo y ampliando su base de adeptos. 

No lo hacen porque de ello dependa la decisión del gran elector. Todos lo saben. Esa se tomará en la privacidad más íntima del presidente, acudiendo a sus preferencias personales, a sus cálculos políticos y, en todo caso, de acuerdo a cómo evolucione el proceso preparatorio y a las condiciones específicas de la competencia en el momento oportuno.

Lo aspirantes están agitados en defensa propia. Para fortalecerse y resistir ante la eventualidad de no ser los seleccionados. Es decir, no están levantando la mano para ser vistos y elegidos sino para estar en condiciones de alcanzar tres posibles objetivos:

1. Tener la suficiente fuerza social y el arrastre para no ser excluidos, maltratados o eliminados del juego político central una vez que no sean elegidos. En primera instancia: para sobrevivir.
2. Complementario al anterior, buscan conseguir un buen margen de interlocución y negociación, suficientemente sólido, frente a quien finalmente sea ungido por el presidente. 
3. Contar con la fortaleza política y electoral, propia y suficiente, para poder competir por fuera de la cancha del presidente y de Morena, si ese fuera el caso.

Esta última es la delgada línea de frontera de la estrategia que se está siguiendo. La fragilidad estriba en que no se está procesando la permanencia de un equipo, grupo o élite política en el poder que se estaría rotando y reproduciendo, sino que todo se trata de conservar la influencia de una sola persona, del líder máximo.

Y una vez ido el rey…

Por eso Marcelo supura sin inmutarse las contradicciones de la política exterior; por eso Ricardo no rompe a pesar de los desprecios y las exclusiones; por eso Claudia dejó de ser para mimetizarse; por eso apareció Adan Augusto como ficha alterna.

El presidente AMLO lo sabe y tendrá que ponderar los riesgos. Sus opciones de salida sin derrota son restringidas: 

- Continuar avanzando el procesamiento en marcha, en el marco de la competencia,  eliminando todo tipo de obstáculos (incluídos aliados y subordinados) hasta asegurar que la contienda pueda ser cómodamente ganada por quien él decida.
- Culminar su ejercicio de gobierno en la ruta trazada, sentando bases para su paso a la historia, y soltar el proceso sucesorio sin importar quien se quede (asegurándose garantías).
- En el extremo opuesto: intentar quedarse en el poder, con el apoyo de sectores importantes de la población y con el respaldo del ejército, justificado en condiciones extraordinarias y en una emergencia nacional.

Cualquier variante se acomoda dentro de estas tres grandes posibilidades. 

¿Suena exagerado?

No lo es. 

La historia enseña. Los márgenes están definidos. En los hechos hay señales de que se están gestando condiciones para cualquiera de las alternativas. 

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