¿Cuál camino?


¿Es conveniente y posible rectificar el rumbo económico sin perder el control político? Esa debe ser la pregunta que se hace al día en Palacio. 

Mantener el curso económico soberanista como va, asegura altos costos por el endurecimientos de los socios internacionales, acumulables a la inflación y a las arcas nacionales vacías. Parece ser insostenible. La alta demanda presupuestal de los programas sociales, el subsidio al consumo de las gasolinas y la interminable inversión en las inconclusas obras emblemáticas del sexenio pueden ser una bomba de tiempo. 

Las finanzas públicas aguantan, hasta ahora, por la recaudación estándar, los ingresos petroleros con precios internacionales altos y por las remesas. Un cambio repentino en alguna de estas variables hará que la ecuación de la estabilidad se desconfigure.

El giro económico, en reversa, podría ser silencioso, casi subrepticio, sin renunciar al discurso que sostiene el respaldo popular. 

Socios internacionales e inversionistas privados podrían tolerarlo en la medida que se les asegure certeza jurídica y voluntad política. El cambio de algunas piezas en el gabinete y en las funciones operativas podría ser la señal clave.

Si la reinversión es masiva y activa la economía, todavía habría tiempo para que el impacto sea positivo en las finanzas y entre la gente. 

El tránsito político se podría manejar con cierta holgura por el presidente. Buscaría la continuidad por medio de interpósita persona. La dureza política tendría los límites impuestos por la legitimidad necesaria en base a la permanencia institucional de la pluralidad y la competencia electoral. Dureza focalizada

En caso contrario, de optarse por continuar con el nacionalismo patriótico, la polarización interna y la confrontación económica internacional el horizonte más factible sería de crisis política y financiera. Nacional e internacional. 

Y para la solución de las crisis se ameritan medidas drásticas y excepcionales. Dureza generalizada.

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